Mas ¿con qué fin? ¿Con qué propósito?
Rhys no tenía ni idea. Cuando diera con su hermano esperaba obtener respuestas.
—¡Hola, Rhys! —Beleño apareció en la penumbra y se acercó corriendo a él—. Me dijeron en la posada adonde habías ido y se me ocurrió venir a reunirme contigo. ¿Y Atta?
—La dejé en la posada.
—La gente de aquí es agradable —comentó el kender—. No me dejan entrar en un montón de sitios, pero la dama que regenta la posada, ya sabes, la bonita mujer metida en carnes, de cabello pelirrojo... En fin, que me dijo que tiene debilidad por los de mi raza. Uno de los mejores amigos de su padre fue un kender.
—¿Pudiste ayudar a la viuda a comunicarse con su esposo? —preguntó Rhys.
—Lo intenté. —Beleño sacudió la cabeza—. Su alma había pasado a la siguiente etapa del viaje. No lo creerás, pero estaba que trinaba. Creía que se había largado con alguna fulana. Intenté explicarle que no funciona así, que su alma se marchó ensanchando sus horizontes. Dijo que eso se le daría bien, ya que tanto le gustaba callejear. Por lo visto fue siempre muy faldero. Y que se va a casar con el panadero y que así se las pagará. No me dio dinero, pero me llevó a conocer al panadero, que me dio un pastel de carne.
Los dos recorrieron las calles y dejaron atrás las zonas concurridas de Solace para entrar en una barriada oscura y lúgubre. No había comercios y sólo unas casas en ruinas desperdigadas de las que salían luces tenues. Poca gente iba de noche por esa parte de la ciudad. De vez en cuando se cruzaban con un rezagado que recorría a buen paso la calle con la cabeza agachada y sin mirar ni a derecha ni a izquierda, como si le diese miedo lo que podría ver. Rhys acababa de pensar que a lo mejor se habían equivocado de camino, ya que parecía que llegaban al final del mundo civilizado, cuando percibió olor a humo de leña y atisbo el titilante destello de una luz a través de una ventana. Unas voces entonaban una canción obscena. —Creo que lo hemos encontrado —dijo Beleño.
Hacía mucho que el Abrevadero original había desaparecido. Ese y varias réplicas posteriores de la taberna habían ardido hasta los cimientos. La primera vez, se incendió la cocina, y la siguiente fue la chimenea. En una ocasión un grupo de draconianos borrachos había prendido fuego a la taberna cuando les presentaron lo que a ellos les pareció una cuenta exorbitante, y en otra ocasión la había incendiado el propio dueño por razones que nunca quedaron muy claras. Todas las veces se reconstruyó merced al dinero que, según se contaba, facilitaban los Enanos de las Colinas, ya que era uno de los pocos sitios que quedaban en Abanasinia donde se podía comprar el fortísimo licor conocido como aguardiente enano.
La taberna estaba escondida en las densas sombras de una arboleda, cerca del borde de la calzada, y poseía pocas características peculiares. Aun encontrándose cerca ya, Rhys no sacó una clara impresión del edificio, salvo que era bajo y alargado, desvencijado e inestable. Disponía de una única ventana en la fachada, grande. El cristal debía de haber costado más que el resto del edificio, y Rhys se preguntó por qué se habría molestado el propietario. Resultó que la ventana no tenía un propósito estético, sino para que los que estuvieran dentro pudieran ver quién había fuera y, de ser necesario, poner pies en polvorosa por la parte trasera.
El monje posó la mano en el picaporte de hierro y notó que tenía un tacto grasiento. Se agachó para hablar en voz baja al kender.
—No creo que vayas a encontrar mucho trabajo aquí —le dijo—. Sería mejor que no ofrecieses tus servicios para ponerte en contacto con los muertos.
—Estaba pensando lo mismo —convino Beleño.
—Y tampoco creo que sea un buen momento para que tomes prestado nada de nadie.
—Nunca parece ser un buen momento —comentó alegremente el kender—. No te preocupes, tendré las manos metidas en los bolsillos.
—Y—añadió Rhys—, si mi hermano está ahí dentro, deja que sea yo el que hable.
—Que se me vea pero que no se me oiga —dijo Beleño, que parecía un poco alicaído—. Echo de menos a Atta. —Yo también. —Rhys abrió la puerta.
El exiguo fuego que ardía en el agujero del hogar abierto en el suelo, al fondo de la taberna, era la única fuente de luz en el establecimiento, y echaba tanto humo que no cumplía bien con ese cometido. Rhys escudriñó el interior del local a través de la humareda y la escasa luz. La canción se interrumpió de golpe cuando el kender y él entraron, a excepción de un borracho, que de todos modos no entonaba la misma letrilla, y que continuó con su cantinela sin parar.
Rhys vio a Lleu al momento. Su hermano estaba sentado a una mesa, solo, en el centro del establecimiento, y echaba un trago de la jarra de barro cuando Rhys entró. Se limpió la boca y dejó la jarra en la mesa. Echó un vistazo al recién llegado y luego apartó la vista, desinteresado.
El monje cruzó la sala hacia la mesa donde se encontraba Lleu. Tenía miedo de que su hermano intentara huir cuando lo reconociera, así que habló él antes.
—Lleu —dijo en tono sosegado—, no te asustes. He venido a hablar contigo, nada más.
Lleu alzó la vista hacia él.
—Por mí no hay inconveniente, amigo —respondió con una sonrisa que quería ser cordial pero que tenía cierta tensión—. Siéntate y habla.
Rhys se quedó desconcertado. Aquélla no era la reacción que esperaba. Miró de hito en hito a Lleu, que hizo lo propio con él, y el monje comprendió que su hermano no lo reconocía. Dada la atmósfera de la taberna, saturada de humo y con apenas luz, y añadiendo el hecho de que ya no vestía túnica gris, quizá era comprensible. Rhys se sentó a la mesa con su hermano. Beleño lo hizo junto a él. El kender miró a Lleu con los ojos muy abiertos y después miró a Rhys; pareció a punto de decir algo, así que Rhys sacudió la cabeza y Beleño recordó que se suponía que tenía que guardar silencio.
—Lleu, soy yo, Rhys. Tu hermano —manifestó el monje. Lleu le dirigió una mirada aburrida y cogió de nuevo su jarra. —Si tú lo dices.
—¿No me reconoces, Lleu? —insistió el monje—. Deberías. Intentaste matarme.
—Es obvio que fallé —gruñó su hermano. Levantó la jarra, echó un largo trago de licor y volvió a dejar el recipiente—. Así que no tienes razón para protestar, a mi entender. ¿Un trago?
Le tendió la jarra a su hermano y ante la negativa de Rhys se la ofreció al kender.
—¿Y tú, pequeñajo?
—Sí, gra... Eh, no, déjalo —respondió Beleño al reparar en la mirada de Rhys.
—Pues mejor para ti —comentó Lleu mientras apartaba la jarra con gesto de asco—. El condenado aguardiente debe de ser agua más de la mitad. Ésta es la segunda jarra y todavía puedo verte como uno solo, monje, y también veo sólo uno de tu amiguito. Por lo general, después de tres tragos veo todo multiplicado por seis. Y goblins rosa, para colmo. —Giró la cabeza y gritó—: ¡Eh! ¿Dónde está mi cena?
—Ya has cenado —respondió una voz en las cercanías del mostrador, que se perdía en la penumbra y el humo del ambiente.
—No me acuerdo de haber comido nada —dijo Lleu, enfadado.
—Bueno, pues lo hiciste —replicó la voz con sequedad—. Tienes el plato vacío delante de ti.
Frunciendo el entrecejo, Lleu bajó la vista a la mesa y encontró un plato de peltre abollado y un cuchillo doblado.
—Entonces, tengo hambre otra vez. Tráeme más de la bazofia esa.
—Hasta que no pagues lo último que te comiste, no. Y las dos jarras de aguardiente.
—Tengo dinero para pagar —gruñó Lleu—. ¡Soy un clérigo de Kiri—Jolith, por todos los dioses!
Desde el mostrador llegó un resoplido desdeñoso.
—Tengo un trozo de pastel de carne que no pude acabar —ofreció Beleño, que sacó el pastel envuelto en un pañuelo salpicado de grasa.