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Lleu le quitó el pastel de las manos y lo devoró con ansia, como si no hubiese comido en varios días.

—¿Queda más de donde salió esto?

—No, lo siento —contestó el kender.

—No sé por qué, pero como y como y nunca me quedo satisfecho —rezongó Lleu—. Debe de ser por la maldita comida de esta comarca. Todo sabe igual. Insípido, como este aguardiente, sin fuerza.

Rhys lo agarró del brazo con firmeza.

—Lleu, deja de hablar de comida y de aguardiente. ¿No sientes remordimientos por lo que has hecho, por el terrible crimen que has cometido? —No, ni pizca —intervino el kender.

—Te dije que estuvieras callado —ordenó Rhys, impaciente. Beleño se acercó a él y posó la mano en su brazo. —No te has dado cuenta de que está muerto, ¿verdad? —Beleño, no tengo tiempo para...

Las palabras se le helaron en la lengua. Miró a su hermano. Despacio, aflojó los dedos y le soltó el brazo.

Inmutable, Lleu se echó hacia atrás y se recostó en el respaldo. Tomó la jarra, echó otro trago y luego la soltó con un golpe sobre la mesa.

—¿Dónde está mi cena? —chilló.

—Como me preguntes otra vez te voy a dar yo cena, vaya que sí. Te la meteré directamente por el culo.

—Beleño, ¿de qué estás hablando? —susurró Rhys, incapaz de apartar la vista de su hermano—. ¿Qué quieres decir con que está muerto?

—Exactamente eso. Que está tan muerto como el clavo de un ataúd. Lo que pasa es que aún no se ha dado cuenta. ¿Quieres que se lo diga? Podría llevarse una impresión...

—Beleño, si esto es una especie de broma...

—Oh, no —protestó el kender, consternado por la mera idea—. Bromeo sobre muchas cosas, pero no con mi trabajo. Me lo tomo muy en serio. Todas esas pobres almas esperando a ser liberadas... —Beleño hizo una pausa y miró a Rhys—. ¿De verdad no ves que está muerto?

Lleu se había olvidado de que estaban allí. Miraba el humo y cada dos por tres le daba un tiento a la jarra, si bien, al parecer, era más por costumbre puesto que no hallaba placer en ello.

—Se comporta de una manera rara —admitió Rhys—. Pero respira. La piel está caliente al tacto. Come y bebe, está sentado y habla conmigo...

—Sí, eso es lo raro —dijo Beleño, que frunció el entrecejo en un gesto desconcertado—. He visto cadáveres de sobra en mi vida, pero todos estaban callados y quietos. Ésta es la primera vez que veo uno sentado en una taberna bebiendo aguardiente enano y zampándose pasteles de carne.

—Esto no es cosa de risa, Beleño —amonestó seriamente Rhys.

—¡Vale, es que me cuesta explicarlo! —El kender se había puesto a la defensiva—. Es como intentar explicarle a un ciego cómo es el cielo. Veo que está muerto porque... Porque no hay luz en su interior.

—No hay luz... —repitió en un susurro Rhys. Recordó las palabras del maestro: Lleu no es más que su propia sombra.

—Cuando te miro a ti o a esos dos hombres que juegan a las tabas en aquella esquina, veo una especie de luz que irradia de vuestro interior. Oh, no es gran cosa. No es nada tan brillante como el fuego, ni siquiera como una vela. Uno no podría leer un libro con ella ni orientarse en la oscuridad ni nada por el estilo. Es simplemente un resplandor trémulo, titilante. Ese tipo de luz. Cuando lo agarraste, ¿percibiste pulso? Podrías comprobar si tiene.

Rhys alargó la mano y asió la muñeca de su hermano. —¿Qué haces? —inquirió Lleu, que miró al monje con el entrecejo fruncido.

—Me temo que no te encuentras bien —contestó Rhys. —Eso es quedarse corto —masculló el kender.

—Estoy bien, te lo aseguro. Jamás me he sentido mejor. Chemosh se ocupa de mí.

—¿Y bien? —preguntó, anhelante, el kender.

Rhys notaba algo que podría ser el pulso pero que no era lo mismo. No se percibía como el torrente de la vida bajo la piel. Más parecía una corriente de agua estancada que se desplazaba lentamente debajo una gruesa capa de hielo.

—¿Y qué me dices de los ojos? —Beleño se inclinó hacia adelante para intentar ver a Lleu a través del humo.

Rhys tenía mejor perspectiva. Miró a los ojos de su hermano y se echó hacia atrás.

Había visto otros así, mirándolo desde la tumba. Unos ojos vacíos. Unos ojos sin alma detrás.

Los ojos de Lleu eran los ojos de un muerto.

Sin embargo no podía admitir eso como prueba, ya que empezaba a dudar de sus propios sentidos. Su hermano parecía estar vivo, hablaba como un ser vivo, su tacto era el de una persona viva. No obstante, había que tener en cuenta la advertencia del maestro, la valoración del kender. Y, ahora que lo pensaba, estaba la reacción de Atta hacia Lleu. Le había demostrado hostilidad desde el principio, le había enseñado los dientes y se le había erizado el pelo del lomo. No había querido que se acercara a las ovejas. Lo había mordido cuando él trató de ponerle la mano encima.

Podría suponer que el maestro había hablado de manera metafórica. Podía desestimar los comentarios del kender como necedades. Pero confiaba en el instinto de la perra. Atta se había dado cuenta de que Lleu tenía algo raro desde el primer momento que lo vio y lo olió.

—Tienes razón —susurró—. Tiene los ojos de un cadáver.

Lleu echó la silla hacia atrás y se levantó.

—He de irme. Tengo que reunirme con alguien. Una damita. —Guiñó un ojo y esbozó una sonrisa lasciva.

—No será Mina, ¿verdad? —preguntó Rhys.

La reacción de Lleu fue asombrosa. Inclinándose por encima de la mesa, agarró a Rhys por el cuello de la túnica y tiró de él para aproximarlo a su cara.

—¿Dónde está? —demandó Lleu, que jadeaba con una ansiedad desagradable—. ¿Anda por aquí cerca? ¡Dime dónde puedo encontrarla! ¡Dímelo!

Rhys bajó la vista a las manos de su hermano, crispadas sobre el tejido burdo. Las apretaba tanto que tenía blancos los nudillos. Y le temblaban.

—No tengo ni idea de dónde está —contestó—. Confiaba en que tú pudieses decírmelo.

Lleu lo observó con suspicacia. Después lo soltó.

—Lo siento —balbució—. Necesito encontrarla, eso es todo. No pasa nada. Seguiré buscándola.

Después abrió bruscamente la puerta y salió, cerrando tras de sí con un portazo. El tabernero bramó que quería su dinero pero, para entonces, Lleu ya estaba lejos.

Rhys se levantó y Beleño hizo otro tanto casi de forma automática.

—¿Adónde vamos?

—Tras él.

—¿Por qué?

—Para ver qué hace, adonde va. —¡Eh! ¿Vas a pagar lo de tu amigo?

—No tengo dinero... —empezó Rhys, pero lo interrumpió el tintineo de las monedas sobre el mostrador.

—Gracias —dijo el tabernero al tiempo que recogía el dinero. Rhys dirigió una mirada acusadora a Beleño. —No he sido yo —se apresuró a aclarar el kender.

—Con ésta son dos las que me debes, monje —dijo la voz sensual de Zeboim desde las sombras de un rincón—. Y ahora ¡ve tras él!

Rhys y Beleño salieron de la taberna y caminaron de prisa aunque en silencio detrás de Lleu, que regresaba a Solace.

Tomaron precauciones para evitar que se diera cuenta de que lo seguían, aunque su cautela estaba de más porque Lleu no miró atrás ni una sola vez. Caminaba por la calzada con aire animoso, echada la cabeza hacia atrás, y entonaba el estribillo de la canción obscena.

—Beleño, he oído decir que existen muertos vivientes a los que se llama zombis. —Plantear semejante pregunta sonaba extraño, irreal, como si estuviera en un horrible sueño—. ¿Es posible que...?

—¿Que sea un zombi? —El kender sacudió la cabeza de manera tajante—. Nunca has visto un zombi, ¿verdad? Son cadáveres a los que han animado después de muertos. Sólo la peste es suficiente para que se te encojan los dedos de los pies. Tienen la carne putrefacta y los globos oculares les cuelgan de las cuencas. Arrastran los pies al andar porque no saben cómo mover los pies ni las piernas. Son como títeres horrendos. Y no cantan, eso te lo aseguro. Tampoco son jóvenes y guapos.