Hasta el momento, esta aventura no había hecho más que confirmar la mala opinión de Beleño.
Desde el principio no le había entusiasmado el plan de Rhys de reducirlo al tamaño de una pieza de khas. Y menos en un mundo lleno de gente alta. Beleño consideraba que ya era suficientemente pequeño. Tampoco le había gustado la idea de depender de Zeboim para que lo encogiera, en primer lugar, y para que lo devolviera a su tamaño, en segundo lugar. Rhys le había asegurado que le haría jurar a Zeboim por lo que quiera que los dioses juraran que lo haría como era debido. Por desgracia, la diosa había lanzado el hechizo al kender antes de que tuvieran oportunidad de concluir esa importante cláusula de las negociaciones. Beleño se encontraba en la celda de la diosa, de pie junto a Rhys, y de lo siguiente que tuvo conciencia fue de que estaba metido en una maloliente bolsa de cuero, sudoroso y acordándose con pesar de que se había saltado el desayuno.
Había querido salir de la bolsa hasta que apareció el Caballero de la Muerte, y entonces sólo deseó introducirse entre las costuras del saco. Suponía que era tan valiente como cualquier kender vivo, pero, según la leyenda, hasta su famoso tío Tas se había asustado de un Caballero de la Muerte.
Después de eso no había tenido tiempo para asustarse. Cuando Rhys tiró el tablero, Beleño sólo dispuso de unos segundos para salir de la bolsa y escabullirse antes de que el Caballero de la Muerte lo viera. Entonces llegó el asunto de tratar de mantenerse rígido e inmóvil mientras Rhys lo recogía —con toda la suavidad posible— y lo ponía sobre el tablero de khas. Con la preocupación y los nervios por todo eso, no había tenido tiempo de sentirse intimidado por el caballero.
Sin embargo, cuando la oleada de actividad hubo pasado, Beleño tuvo una buena perspectiva de Krell ya que no le quedaba más remedio que estar de frente al Caballero de la Muerte, que era tan repulsivo como el kender había imaginado.
Beleño se preguntó si alguien se daría cuenta si cerraba los ojos. Una ojeada disimulada le descubrió que todos los otros kenders del tablero los tenían abiertos de par en par.
«¡Pues claro, son cadáveres! Bastardos afortunados...», masculló para sus adentros.
Krell no parecía ser muy observador, pero cabía la posibilidad de que se diera cuenta, así que no le quedó más remedio que mirar directamente al Caballero de la Muerte. Probablemente Beleño habría sido incapaz de soportar la horrenda visión de no ser porque captó un atisbo del espíritu de Krell. El caballero era grande, feo y aterrador. Su espíritu, en cambio, era pequeño, feo y ansioso. En el apartado de espíritus, Beleño habría podido encargarse de Krell, derribarlo y sentarse en su cabeza. Saber eso hizo que el kender se sintiera muchísimo mejor, y empezaba a pensar que tal vez saliera con vida de esa aventura —algo que realmente no tenía esperanza de conseguir— cuando Krell le rompió el dedo a Rhys, y Beleño había estado a punto de desplomarse.
«Cuanto antes cumplas con tu parte del trabajo, antes podréis salir de aquí Rhys y tú», se exhortó con el propósito de aguantar sin desmayarse.
Tragó saliva, parpadeó para no llorar y procedió a hacer aquello para lo que lo habían mandado allí: descubrir cuál de las piezas de khas contenía el espíritu de lord Ariakan.
Cuando supo que todas las piezas eran cadáveres reducidos, le preocupó que los espíritus lo abrumaran. Por suerte, las almas de los muertos habían partido hacía mucho dejando tras de sí los cuerpos atormentados. Beleño percibió la presencia de un único espíritu, pero estaba tan furioso como veinte juntos.
Normalmente Beleño se habría valido de unas emociones tan intensas como las que sentía irradiar del espíritu a fin de determinar qué pieza era cuál. Por desgracia, la furia que se descargaba sobre el tablero era tan arrolladura que hacía imposible distinguir de cuál provenía. La ira y el deseo de venganza lo impregnaban todo y podrían haber estado saliendo de cualquiera de las piezas.
Zeboim había insistido en que su hijo se hallaba atrapado en uno de los dos caballeros negros, ambos a lomos de un Dragón Azul... porque eso era lo que Krell le había dicho. A Beleño le parecía muy probable que fuera así, aunque no podía descartar la posibilidad de que Krell hubiese mentido. Oteó por encima de las cabezas de los goblins que tenía enfrente y atisbo por detrás del cadáver de un hechicero de la oscuridad para echar un buen vistazo a los dos caballeros y comprobar si notaba algo en ellos que lo ayudara a decidir.
Casi esperaba que uno temblara de indignación o que soltara un furioso resoplido o que pinchara a otra pieza con su lanza...
Nada. Las piezas de los caballeros estaban tan rígidas e inmóviles como... En fin, como cadáveres.
Sólo había una forma de descubrirlo. Se pondría en contacto con el espíritu y le pediría que se mostrara.
Por lo general Beleño hablaba con los espíritus en un tono de voz normal; les gustaba eso, hacía que se sintieran como en casa. Hablar en voz alta quedaba descartado allí. Aunque Krell no parecía muy listo, hasta él sospecharía de una pieza de khas parlanchina. Si no quedaba más remedio, Beleño era capaz de hablar con los espíritus en su propio plano y en una voz semejante a la de ellos, algo que en ocasiones tenía que hacer con los espíritus demasiado tímidos.
Por desgracia, al ser un muerto viviente, Krell existía en los dos planos —mortal y espiritual— y tal vez oyera al kender. Beleño decidió que había que correr ese riesgo. No podía dejar que Rhys aguantara más torturas.
Beleño miró intensamente a Krell y su espíritu. El Caballero de la Muerte parecía estar totalmente inmerso en el juego y en la tortura a Rhys. Y también parecía muy bien adaptado al plano mortal, tanto él como su feo, mezquino y pequeño espíritu.
—Disculpad —dijo el kender en un susurro cortés mientras intentaba no perder de vista a ninguna de las dos piezas de los caballeros ni a Krell—. Busco a lord Ariakan. ¿Podrías darte a conocer, por favor?
Aguardó con expectación, pero nadie respondió a su llamada. Sin embargo la oleada de ira no remitió. Ariakan se encontraba allí, de eso no le cabía duda al kender.
Sencillamente no le hacía caso.
Por el rabillo del ojo Beleño vio la mano herida de Rhys suspendida sobre el tablero. Miró hacia arriba con temor para ver qué pensaba hacer el monje. Habían barajado varias estrategias con la meta de que él avanzara por el tablero hacia las piezas de los caballeros. Se puso en tensión al ver que los dedos bajaban, y después soltó un suspiro de alivio cuando realizaron el movimiento correcto. Beleño volvió a suspirar, y en esta ocasión fue un suspiro más profundo y apenado porque Rhys sacrificaría una pieza con dicho movimiento. Krell le rompería otro hueso. Beleño decidió mostrarse firme.
—Lord Ariakan... —empezó en voz más alta y el tono de quien no admite tonterías.
—Cierra el pico —espetó una voz fría y sepulcral.
—¡Ah, estás ahí! —Beleño dirigió la vista hacia la pieza del caballero negro que se encontraba a su lado del tablero—. Me alegro de encontrarte. Hemos venido a rescatarte, mi amigo y yo. —No podía volverse, pero giró los ojos e hizo un gesto breve y brusco con la cabeza en dirección a Rhys.
La ira se atenuó una pizca. Beleño contaba ahora con toda la atención del espíritu.
—¿Un kender y un monje de Majere han venido a rescatarme de Chemosh? —Ariakan soltó una risa amarga—. ¡Oh, vamos!
—Soy kender, lo admito, pero Rhys ya no es monje de Majere. Bueno, sí lo es, pero no lo es, ya me entiendes. Vale, probablemente no me entiendas, porque ni siquiera yo me entiendo muy bien. Y no fue idea nuestra venir. Nos mandó tu madre.
—¡Mi madre! —resopló Ariakan—. ¡Acabáramos! Ahora tiene sentido.
—Creo que intenta ayudarte —sugirió Beleño.