—La tengo, Rhys —lo tranquilizó Beleño. Sujetaba con la mano a la perra por el cuello. Para su sorpresa, Atta no había intentado atacar a la Mina crecida. Quizá la perra estuviese tan confundida como el kender.
Galdar abrazaba a Mina con fuerza y los miraba a todos con aire desafiante, como si los retara a que se la arrebataran.
—¡Mina! —dijo con la voz entrecortada—. He venido a buscarte... Es decir, Sargas me envió...
—¡No te preocupes por eso ahora! —contestó Mina bruscamente. Se apartó de él y lo miró—. No tenemos tiempo, Galdar. Sanction está bajo asedio. Los caballeros solámnicos han rodeado la ciudad. Tengo que ir allí y ponerme al mando. Acabaré con el sitio.
Sus ojos ambarinos centelleaban.
—¿Por qué te quedas ahí parado? ¿Dónde está mi caballo? ¿Y mi arma? ¿Dónde están mis tropas? Tienes que ir a buscarlas, Galdar, tienes que traérmelas. No nos queda mucho tiempo. Perderemos la batalla...
Galdar parpadeó, confuso.
—Eh... ¿No te acuerdas, Mina? Ganaste esa batalla. Acabaste con el asedio de Sanction. El tajo de Beckard...
Ella lo miró ceñuda.
—No sé qué te pasa, Galdar —le dijo con dureza—. Deja de hacerme perder el tiempo con todas esas tonterías y obedéceme.
Apartó a Rhys a un lado con un golpe tan fuerte como el impacto de un rayo. Rhys se encogió, sorprendido, incapaz de moverse.
—¡Galdar! —volvió a gritar Mina y echó a correr hacia él con los brazos extendidos.
Mina ya no era una niña. Era una joven de diecisiete años. Tenía el pelo rapado, como una oveja recién esquilada. Llevaba el peto de aquellos que se llamaban a sí mismos Caballeros de Neraka, y lo tenía chamuscado, abollado y manchado de sangre, como estaban sus manos y sus brazos, cubiertos de sangre hasta la altura de los codos. Al llegar junto a Galdar, lo rodeó con los brazos y apoyó la cabeza sobre su pecho...
El minotauro la sujetó con su brazo bueno y la apretó con fuerza. Dos surcos en el pelaje a ambos lados del hocico mostraban los sentimientos contenidos del minotauro.
Al ver que los dos estaban ocupados, Beleño se arrastró despacio hasta Rhys y se quedó de rodillas junto a él.
—¿Estás bien? —preguntó el kender en un susurro.
—Sí... En un momento estaré bien. —Rhys puso una mueca. Estaba empezando a recuperar la sensibilidad en las manos y los pies— ¡No dejes ir a Atta!
—La tengo, Rhys —lo tranquilizó Beleño. Sujetaba con la mano a la perra por el cuello. Para su sorpresa, Atta no había intentado atacar a la Mina crecida. Quizá la perra estuviese tan confundida como el kender.
Galdar abrazaba a Mina con fuerza y los miraba a todos con aire desafiante, como si los retara a que se la arrebataran.
—¡Mina! —dijo con la voz entrecortada—. He venido a buscarte... Es decir, Sargas me envió...
—¡No te preocupes por eso ahora! —contestó Mina bruscamente. Se apartó de él y lo miró—. No tenemos tiempo, Galdar. Sanction está bajo asedio. Los caballeros solámnicos han rodeado la ciudad. Tengo que ir allí y ponerme al mando. Acabaré con el sitio.
I
Sus ojos ambarinos centelleaban.
—¿Por qué te quedas ahí parado? ¿Dónde está mi caballo? ¿Y mi arma? ¿Dónde están mis tropas? Tienes que ir a buscarlas, Galdar, tienes que traérmelas. No nos queda mucho tiempo. Perderemos la batalla...
Galdar parpadeó, confuso.
—Eh... ¿No te acuerdas, Mina? Ganaste esa batalla. Acabaste con el asedio de Sanction. El tajo de Beckard...
Ella lo miró ceñuda.
—No sé qué te pasa, Galdar —le dijo con dureza—. Deja de hacerme perder el tiempo con todas esas tonterías y obedéceme.
—Mina —Galdar parecía incómodo—, el asedio de Sanction ocurrió hace ya mucho tiempo, durante la Guerra de las Almas. La guerra ha terminado. El Unico perdió. ¿No te acuerdas, Mina? Los demás dioses expulsaron a Takhisis, la hicieron mortal...
—La mataron —terminó Mina en voz baja. Sus ojos ambarinos brillaron bajo las largas pestañas—. Estaban celosos de mi reina, envidiaban su poder. Los mortales de este mundo la veneraban. Entonaban su nombre. Los otros dioses no podían permitirlo y por eso la destruyeron.
Galdar intentó hablar un par de veces, sin conseguirlo.
—Era tu nombre el que entonaban, Mina —dijo al fin con voz estrangulada.
Sus ojos ambarinos se iluminaron con una luz interior.
—Tienes razón —reconoció, sonriendo—. Era mi nombre el que entonaban.
Galdar se humedeció los labios. Miró alrededor, como si buscara ayuda. Al no encontrarla, se aclaró la garganta con un ruido que retumbó en su boca y se lanzó a recitar un discurso muchas veces ensayado. Hablaba rápido, sin hacer inflexiones, ansiando llegar a final.
—Este elfo es Valthonis. Antes era Paladine, el líder del panteón de los dioses, el instigador de la caída de la Reina Takhisis. Mi dios, Sargas, desea que aceptes a Valthonis como su regalo y que te cobres merecida venganza sobre el traidor que acabó con... tu... nuestra reina. A cambio, Sargas espera que lo tengas en estima y que... tú...
Galdar se quedó callado. Miraba fijamente a Mina, apesadumbrado.
—¿Que yo qué, Galdar? —quiso saber Mina—, ¿Sargas espera que lo tenga en estima y que yo qué?
—Que te conviertas en su aliada —dijo al fin Galdar.
—Quieres decir... ¿que me convierta en uno de sus generales? —preguntó Mina, frunciendo el entrecejo—, Pero si no puedo. No soy un minotauro.
Galdar no podía responder a su pregunta. Volvió a mirar en derredor en busca de ayuda y en esta ocasión sí la encontró.
—Sargas quiere que te conviertas en la Reina de la Oscuridad, Mina —respondió Valthonis.
Mina se echó a reír como si acabaran de contarle un buen chiste. Entonces se dio cuenta de que nadie más reía.
—Galdar, ¿por qué pones esa cara tan lúgubre? Es muy gracioso. ¿Yo? ¡La Reina de la Oscuridad!
Galdar se frotó el hocico, parpadeó varias veces rápidamente y se quedó mirando a algún punto perdido, por encima de la cabeza de Mina.
—¡Galdar! —gritó Mina, furiosa de repente—, ¡Es gracioso!
—¿El minotauro dice la verdad, Rhys? —preguntó Beleño en un susurro quedo—. ¿De verdad ese elfo es Paladine? Siempre quise conocer a Paladine. ¿Crees que podrías presen...?
—Ssh, amigo mío —Rhys le hizo callar. Se puso de pie, con movimientos gráciles y silenciosos, intentando no llamar la atención—. Sujeta bien a. Atta.
Beleño agarró con firmeza a la perra. Mirando al Dios Caminante, el kender le susurró a Atta al oído:
—Me lo imaginaba mucho más alto...
Rhys cogió el emmide y el talego. Ató este último en el extremo del cayado y echó a andar silenciosamente sobre el suelo de piedra. Se detuvo a un lado de Valthonis, delante de él.
—Este hombre sabe el camino a Morada de los Dioses, Mina —anunció Rhys.
Los ojos ambarinos de Mina, tan cargados de almas atrapadas que casi parecían negros, se desviaron hacia Rhys. Frunció los labios con desdén.
—¿Y tú quién eres? ¿De dónde vienes?
Rhys sonrió.
—Ésas son las mismas preguntas que me hiciste la primera vez que nos vimos, Mina. El acertijo que te había hecho el dragón. «¿De dónde vienes?» Me dijiste que yo sabía las respuestas. Entonces no las sabía, pero ahora sí. También tú, Mina. Conoces la verdad. Tienes que aceptarla. No puedes seguir escondiéndote. Valthonis es tu padre, Mina. Tú eres su hija. Eres una diosa. Una diosa nacida de la luz.
Mina se quedó lívida. Sus ojos ambarinos se abrieron, enormes.
—Mientes —dijo con voz queda, apenas un susurro.
—Los hombres cantaban tu nombre, Mina. Lo mismo hacían los Predilectos. Si matas a este hombre, si cometes ese crimen atroz, ocuparás tu lugar entre los dioses de las tinieblas —prosiguió Rhys—. La balanza se inclinará. El mundo se deslizará hacia la oscuridad y desaparecerá. Eso es lo que quiere Sargonnas. ¿Es eso lo que quieres tú, Mina? Has recorrido el mundo. Has conocido a sus pueblos. Has sido testigo de la miseria, de la destrucción y las batallas de la guerra. ¿Es eso lo que quieres?