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50. EL VERANO

Hay una enfermedad secreta llamada Lisa. Es indigna como toda enfermedad y aparece de noche. En el tejido de un lenguaje misterioso cuyas palabras significan sin excepción que el extranjero «no está bien». Y yo quisiera que ella supiera por algún medio que el extranjero «lo pasa mal», «en tierras desconocidas», «sin grandes posibilidades de escribir poesía épica», «sin grandes posibilidades de nada». La enfermedad me lleva a baños extraños e inmóviles donde el agua funciona con una mecánica imprevista. Baños, sueños, cabellos largos que salen de la ventana hasta el mar. La enfermedad es una estela. (El autor aparece sin camisa, con gafas negras, posando con un perro y una mochila en el verano de algún lugar.) «El verano de algún lugar», frases carentes de tranquilidad aunque la imagen que refractan permanezca quieta, como un ataúd delante de una cámara fija. El escritor es un tipo sucio, con las mangas de la camisa arremangadas y el pelo corto mojado en transpiración acarreando tambores de basura. También es un camarero que se observa filmado mientras camina por una playa desierta, de regreso al hotel… «El viento arrastra granos de arena»… «Sin grandes posibilidades»… La enfermedad es estar sentado bajo el faro mirando hacia ninguna parte. El faro es negro, el mar es negro, la chaqueta del escritor también es negra.

51. NO PUEDES REGRESAR

No puedes regresar. Este mundo de policías y ladrones y extranjeros sin papeles en regla es demasiado fuerte para ti. La palabra fuerte significa que es cómodo, un mundo liviano, sin entropía, un mundo que conoces y del que no puedes desprenderte. Como un tatuaje. A cambio, sin embargo, recuperarías el país natal, una especie de país natal, y las reglas protectoras, y el derecho a conocer a una muchacha muy hermosa y con voz de estúpida. Una muchacha de pie en la puerta de tu habitación, la camarera que viene a hacer la cama. Me detuve en la palabra «cama» y cerré el cuaderno. Sólo tuve fuerzas para apagar la luz y dejarme caer en la «cama». Inmediatamente empecé a soñar con una ventana de maderas gruesas y labradas como aquellas que aparecían en los cuentos infantiles ilustrados. Con el hombro me apoyaba en la ventana y ésta se abría. Afuera no había nadie. Noche silenciosa entre los bloques de bungalows. El policía extendió su chapa procurando no tartamudear. Automóvil con matrícula de Madrid. El que estaba sentado junto al conductor iba con una camiseta con los colores del Barcelona, pero no en vertical sino en horizontal. Un tatuaje indeleble en el brazo izquierdo. Detrás de ellos brilló una masa de niebla y sueño. Pero el poli tartamudeó y yo sonreí. No pu-pu-puedes re-re-regresar. «Regresar.»

52. MONTY ALEXANDER

Así es como es, dijo, una ligera sensación de fracaso se va acentuando y el cuerpo se acostumbra a eso. No puedes evitar el vacío de la misma manera que no puedes evitar cruzar calles si vives en la ciudad, con el agravante de que a veces la calle es interminablemente ancha, los edificios parecen bodegas de películas de gángsters y algunos tipos escogen las peores horas para pensar en sus madres. «Gángsters» corresponde a «madres». En la hora azul nadie pensó en el jorobadito. Así es como es, el nombre de una pieza de Monty Alexander grabada a principios de los sesenta en un local de Los Ángeles. Tal vez «bodegas» esté junto a «madres», en las sobreimposiciones es dable un amplio margen de error. Todo pensamiento es registrado en la senda del bosque que el extranjero anduvo y desanduvo. Si lo miraras desde arriba tendrías la impresión de que se trata de una hormiga solitaria. Impulso de desconfianza: siempre hay otra hormiga que la cámara olvida. En todo poema falta un personaje que acecha al lector. «Bodegas», «gángsters», «madres», «para siempre». Tenía la voz dura, dijo, timbre sólido como derrumbe de pesadora de vacas o fardo con forraje de vacas en una piscina. Todo lo decía mientras babeaba, algunas frases eran jeroglíficos que nadie se daba el trabajo de descifrar. Ray Brown al bajo, Milt Jackson al vibráfono y otros dos más al saxo y a la batería. El propio Monty Alexander tocó el piano. ¿Manne Hole, 1961? La última imagen que el tipo vio fue la playa a las nueve de la noche. En julio atardecía muy tarde, a las nueve y media aún estaba claro. Un grupo de camareros alejándose del ojo. (Pero el ojo piensa en «bodegas», no en «camareros».) El viento levanta suaves cortinas de arena. Desde aquí parece que intentaran regresar.

53. BARRIOS OBREROS

La muchacha desconocida camina por barrios obreros de Barcelona. ¿Una muchacha de padres españoles, nacida en Francia? La playa se extiende en línea recta hasta el siguiente pueblo. Abrió la ventana, estaba nublado pero hacía calor. Regresó al baño. Los ojos de ella miraban con curiosidad los edificios que se extendían a lo largo de la avenida. Todo esto es paranoia, pensó. Ella tiene dieciocho años pero no existe, nació en una ciudad industrial de Francia y se llama Rosario o María Dolores, pero no puede existir puesto que aún estoy aquí. ¿El tipo de control está dormido? Miró el reloj, al volver a la ventana encendió un cigarrillo. A través de los visillos los muchachos dormitaban entre las sombras de la calle. Siluetas intermitentes, sonido de voces apenas audibles. Observó la luna que colgaba sobre el edificio de enfrente. Desde la calle llegaron las palabras «barco», «olimpia», «restaurante». La muchacha se sentó en la terraza de un «restaurante» y pidió un vaso de vino blanco. Sobre su cabeza estaba la lona verde y un poco más arriba el verano. Así como encima del edificio sobresalía la luna y ella la miraba pensando en los motociclistas y en el nombre del mes: julio. Nacida en Francia de padres españoles, pelo rubio, absolutamente más allá del restaurante y de las palabras con que tratan de distraerla. «Desperté pues tu silueta se confundía con las sombras del dormitorio»… «Una explosión muy fuerte»… «Quedé sordo por el resto del día»… Soñó automóviles vacíos en solares negros como el carbón. Ya no hay pueblos ni barrios obreros para este actor. Dieciocho años, muy lejos. Regresa al baño. Muchacha kaputt.

54. LOS ELEMENTOS

Cine entre los pinos del camping Estrella de Mar. Los espectadores miran la pantalla y con las manos espantan mosquitos. Un rostro amarillo surge de improviso entre las rocas y pregunta: ¿a ti también te persigue Colan Yar? (Rostro amarillo cruzado de anchas cicatrices oscuras, árboles quemados, sillas blancas de plástico abandonadas frente a los bungalows, una bicicleta en medio de la maleza.) Colan Yar, por supuesto, y placas iluminadas tenuemente por la luz de la luna. Abandoné el puesto; con pasos lentos me dirigí al restaurante aún abierto a esas horas de la noche. «Colan Yar detrás de mí, justo detrás de mí», oí que decían a mis espaldas. Al volverme no vi más que siluetas de árboles y tiendas oscuras. En el cine uno de los actores dijo «nos persigue un volcán». Otro personaje, una mujer, en algún momento comentó: «es difícil llegar a ser mayor del Ejército inglés». Perseguidos por los Nagas, guerreros diabólicos con cascos de cuero negro, adoradores del volcán, tal vez sacerdotes y no guerreros; en todo caso, eliminados pronto. La actriz: «estoy cansada de luchar contra estos seres horribles». Un actor le responde: «¿quieres que te lleve en brazos hasta el avión?». Cinco figuras huyen a través de un valle en llamas. Un rompehielos de la Armada los espera a las 20.30 horas, ni un minuto más. El capitán: «si seguimos aquí, después no podremos salir». El capitán tiene el pelo completamente cano y lleva uniforme azul de invierno. Modula con lentitud: «no podremos salir». Aparté la mirada de la pantalla. A lo lejos las luces de las pistas de tenis se asemejaban a un aeródromo clandestino. Desde allí el que huye de Colan Yar escribe una carta sentado en un banco al aire libre. Aeródromo clandestino. Espejos. Otros elementos.