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55. NAGAS

¿Cine entre los árboles? El operador duerme la siesta sobre una tumbona en el patio trasero de su bungalow. La muchacha desconocida desapareció tan mansamente como la primera vez que la vi. Avancé sin temor, mis huellas quedaron impresas levemente en el polvo. Era medianoche y vi coches policiales detenidos en la carretera. Dejé sin contestar la última carta de Mara. La muchacha caminó de regreso a su tienda y nadie pudo asegurar si había salido o no. A la mañana siguiente ya no estaba. «No puedo escribir nada más»… «Sólo queda una niña pequeña, diez años, que me saluda cada vez que nos cruzamos»… «Se sentaba sola en la terraza del bar, junto a la pista de baile, y no era difícil encontrarla»… En la pantalla aparecen los Nagas. Espectadores y una nube de mosquitos. Miré a la derecha: luces lejanas de las pistas de tenis. Tuve deseos de dormirme allí mismo. Éstos son los elementos: «impasibilidad», «perseverancia», «pelo rubio». A la mañana siguiente ya no estaba en su tienda. Por las carreteras europeas condenadas a muerte se desliza el automóvil de sus padres. ¿Hacia Lyon, Ginebra, Brujas? ¿Hacia Amberes? El tipo miró con gesto cansado: luna creciente, copas de pino recortadas contra el cielo, sonido de sirenas a lo lejos. Pero aquí estoy seguro, dijo, el que venía a matarme no me reconoció y se ha ido. Escena en blanco y negro de un hombre que se adentra en el bosque después de la sesión de cine. Últimas imágenes de adultos durmiendo la siesta mientras un automóvil desconocido rueda al encuentro de una luminosidad mayor.

56. POSTSCRIPTUM

De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más. (Significativo, dijo el extranjero.) A lo humano y a lo divino. Como esos versos de Leopardi que Daniel Biga recitaba en un puente nórdico para armarse de coraje, así sea mi escritura.

Barcelona, 1980