34. RAMPAS DE LANZAMIENTO
En la escena sólo hay cuadrados. Se aguantan durante todo el día, como una foto fija, en la pantalla. Anochece. A lo lejos hay un grupo de chalets de cuyas chimeneas comienza a salir humo. Los chalets están en un valle rodeado de colinas de color marrón. Se humedecen los cuadrados. De sus rectas brota una especie de sudor cartilaginoso. Ahora es indudable que es de noche; al pie de una de las colinas un labrador entierra un paquete envuelto en periódicos. Podemos ver una noticia: en uno de los suburbios de Barcelona existe un parque infantil tan peligroso como un campo minado. En una de las fotografías que ilustran el artículo se observa un tobogán a pocos metros de un abismo; dos niños, con los pelos erizados, saludan desde lo alto del tobogán. Volvamos a los cuadrados. La superficie se ha transformado en algo que vagamente nos recuerda, como los dibujos de Rorschach, a oficinas de policía. Desde los escritorios un tipo que babea y respira con dificultad mira los cuadrados intentando reconocer los chalets, las colinas, las pisadas del labrador que se pierden en la oscuridad marrón y sepia. Ahora los cuadrados parpadean. Un policía vestido de paisano recorre un pasillo solitario y estrecho. Abre una puerta. Enfrente de él se extiende un paisaje de rampas de lanzamiento. Las pisadas del policía resuenan en los patios silenciosos. La puerta se cierra.
35. UN HOSPITAL
Aquella muchacha ahora pesa 28 kilos. Está en el hospital y parece que se apaga. «Destruye tus frases libres.» No entendí hasta mucho después a qué se refería. Pusieron en duda mi honestidad, mi eficiencia, dijeron que dormía cuando me tocaba guardia. En realidad ellos estaban enjuiciando a otra persona y yo llegué casualmente en el momento menos indicado. La chica pesa ahora 28 kilos y es difícil que salga del hospital con vida. (Alguien aplaude. El pasillo está lleno de gente que abre la boca sin emitir sonido alguno.) ¿Una muchacha que yo conocí? No recuerdo a nadie con ese rostro, dije. En la pantalla se proyecta una calle, un muchacho borracho se dispone a cruzarla, aparece un autobús. ¿El apuntador dijo Sara Bendeman? De todas maneras no entendí nada en ese momento. Sólo me acuerdo de una muchacha flaca, de piernas largas y pecosas, desnudándose al pie de la cama. La escena ahora transcurre en un callejón mal iluminado: una mujer de cuarenta años fuma un cigarrillo apoyada en el quicio de una ventana en el cuarto piso. Por la escalera sube resoplando un poli de paisano, sus facciones son parecidas a las mías, pero con una sobredosis de cortisona. (El único que aplaudió ahora cierra los ojos. En su mente se forma algo que con otro sentido de la vida podría ser un hospital. En uno de los cuartos está acostada la muchacha. Las cortinas permanecen descorridas y la luz se desparrama por toda la habitación.) «Destruye tus frases libres»… «Un policía sube por la escalera»… «En su mirada no existe el jorobadito ni la judía ni el traidor»… «Pero aún podemos insistir»…
36. GENTE QUE SE ALEJA
No hay nada estable, los ademanes netamente amorosos del niño se precipitan al vacío. Escribí: «grupo de camareros retornando al trabajo» y «arena barrida por el viento» y «vidrios sucios de septiembre». Ahora puedo darle la espalda. El jorobadito es la estrella de tu camino. Casas blancas desperdigadas por las faldas de las montañas. Carreteras desiertas, chillidos de pájaros entre el follaje. Y ¿lo hice todo?, ¿la besé cuando ella ya no esperaba más besos? (Bueno, a bastantes kilómetros de aquí la gente aplaude y ése es mi desconsuelo.) Ayer soñé que vivía en el interior de un árbol hueco, al poco rato el árbol empezaba a girar como un carrusel y yo sentía que las paredes se comprimían; desperté con la puerta del bungalow abierta de par en par. La luna ilumina el rostro del jorobadito… «Palabras solitarias, gente que se aleja de la cámara y niños como árboles huecos»… «Adondequiera que vayas»… Me detuve en las jodidas «palabras solitarias». Escritura sin disciplina. Eran como cuarenta tipos, todos con sueldos de hambre. Cada mañana el andaluz se reía estrepitosamente después de leer el periódico. Luna creciente en agosto. En septiembre estaré solo. En octubre y noviembre recogeré piñas.
37. TRES AÑOS
La única regla que existe es una niña pelirroja observándonos al final de la reja. Bruno lo entendió igual que yo, sólo que con pasiones distintas. Los polis están cansados, hay escasez de gasolina y miles de jóvenes desempleados dando vueltas por Barcelona. (Bruno está en París, me dicen que tocando el saxo afuera del Pompidou y ya sin compañera.) Con pasos oleosos se acercan los cuatro o cinco camareros al barracón donde duermen. Uno de ellos escribió poesía, pero de eso hace demasiado tiempo. El autor dijo: «no puedo ser pesimista ni optimista, todo está determinado por el compás de espera que se manifiesta en lo que llamamos realidad». No puedo ser un escritor de ciencia ficción porque he perdido gran parte de mi inocencia y aún no me he vuelto loco… Palabras que nadie dice, que nadie está obligado a decir… Manos en proceso de fragmentación geométrica: escritura que se sustrae así como se sustrae el amor, la amistad, los patios recurrentes de las pesadillas… Por momentos tengo la impresión de que todo esto es «interior»… Tal vez por esa razón viví solo y durante tres años no hice nada… (El tipo rara vez se lavaba, no necesitaba escribir a máquina, le bastaba sentarse en un sillón desvencijado para que las cosas huyeran por iniciativa propia)… ¿Un atardecer sorpresivo para el jorobadito? ¿Facciones de policía a menos de cinco centímetros de su rostro? ¿La lluvia realmente limpió los vidrios de la ventana?
38. LA PISTOLA ENLA BOCA
Biombo de pelo rubio. Detrás el jorobadito dibuja piscinas, ciudades-dormitorio, avenidas vacías. La delicadeza o la cortesía estriba en los ademanes adecuados para cada situación. El jorobadito dibuja una persona de facciones gentiles. «Me quedé bocarriba en la cama, oí chirriar de grillos y alguien que recitaba a Manrique.» Bajo los árboles secos de agosto, escribo para ver qué pasa con la inmovilidad y no para gustar. ¡Una persona gentil! Sea el arte o la aventura de cinco minutos de un muchacho corriendo escaleras arriba. «Escapó al ojo del autor mi despedida.» Un ah y un ay y postales de pueblos encalados. El jorobadito se pasea por la piscina vacía, se sienta en la parte más honda y saca un cigarrillo. Pasa la sombra de una nube, una araña se detiene junto a su uña, expele el humo. «La realidad apesta.» Supongo que todas las películas que he visto no me servirán de nada cuando me muera. Error. Te servirán, créeme. Sigue yendo al cine. Escena de ciudades-dormitorio vacías, el viento arrastra periódicos viejos, costras de polvo en bancos y restaurantes. La guerra la he tenido en mí mismo desde hace tiempo, de ahí que no me afecte interiormente, escribió Klee. ¿Vi por primera vez al jorobadito en México DF? ¿Era Gaspar el que contaba historias de policías y ladrones? Le pusieron la pistola en la boca y con dos dedos le taparon la nariz… Tuvo que abrir la boca para respirar y entonces empujaron el cañón hacia dentro… En el centro del telón negro hay un círculo rojo… Creo que el tipo dijo mierda o mamá, no sé…