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– ¿Thane? -dijo Jessica.

Dio un paso más y se detuvo.

Hubo un momento de tensión, que intenté romper con una sonrisa forzada.

Mike se acercó a mí y preguntó:

– No pensarías celebrarlo sin nosotros, ¿no?

Se me quedó la boca seca. Mike me tendió la mano.

– Felicidades -dijo, con una sonrisa de complicidad-. Sabía que lo conseguirías.

– Yo… gracias.

– Gracias a ti -dijo Mike, tomando a Jessica del brazo-. Y esto no os lo había dicho, pero el jueves haréis sonar el timbre en Wall Street. Saldrá en la CNN. Tienes una esposa estupenda, Thane.

Jessica se llevó las manos al pecho y las cruzó.

– Yo no -repuso ella-. No voy a salir en televisión.

Mike siguió asintiendo, sin dejar de sonreír. Cogió dos copas de champán de la bandeja y me las pasó. Serví la bebida.

– ¿Cómo es que estás tan mojado? -preguntó él mientras le tendía una copa a Jessica.

– Necesitaba pensar en todo esto y di un paseo -dije, mientras llenaba mi copa-. No me percaté de la que estaba cayendo.

– Tienes muchas cosas en que pensar -dijo Mike, y alzó la copa-. Por King Corp, por el hombre que la fundó y por el que la hará funcionar.

Entrechocamos las copas y bebimos. Jessica me lanzó una mirada por encima del borde de la suya.

– Mike nos invita a cenar -anunció ella-. ¿Por qué no te cambias? -Claro -dije. Dejé la copa vacía sobre la mesa-. Tomad otra. Tardaré sólo un momento.

Estaba desnudo, con la ducha llena de vapor, cuando ella entró. -¿Qué ha pasado? -Voy a ducharme. -¿Dónde estabas? -Vi a Ben.

– ¿Y?

– Jessica -murmuré, cogiéndole las manos-. Creo que lo sabe.

– Lo único que sabe es que eres el nuevo director general. Nada más. -Su voz era un susurro apremiante-. No hay nada más. Todo saldrá bien.

Negué con la cabeza.

– No dejo de verle -dije-. A James. Luchando conmigo. La sangre. Estoy mareado.

– ¿Crees que me habría casado contigo si no fueras fuerte? Lo eres.

– Lo siento.

Ella me acarició la mejilla y me dio un beso rápido.

– Date prisa, ¿vale? Limítate a seguir adelante. No pienses en nada más que en vestirte, cenar. En cosas simples y estúpidas. Confía en mí -añadió, mostrándome la cicatriz de la palma de la mano-. En la vida suceden cosas horribles, pero si sigues adelante acaban por desvanecerse.

Dejé que el agua caliente eliminara el hedor a metro de la piel y del cabello y me sequé a toda prisa. Ya tenía la ropa preparada sobre la cama. El traje verde oliva. La corbata de color bronce que a ella le gustaba tanto. Zapatos color marrón y cinturón a juego. Me obligué a sonreír y me reuní con ellos; esta vez conseguí arrancar de la garganta algo que sonaba como si fuera risa, para dar la impresión, de que también me estaba divirtiendo. Jessica se había puesto un vestido estrecho: escote bajo, satén verde. Se había recogido el cabello, dejando al descubierto el cuello y las curvas sutiles de su espalda. El contraste con su atuendo habitual era asombroso.

Mike nos llevó al Lever House, un túnel largo y blanco con un montón de recovecos y cabinas profundas. Al final de la larga sala, encima de una tarima, había un hueco trapezoidal donde se había situado una mesa larga, reservada para celebraciones, casi un escenario para que la vieran todos. Nuestra mesa. Muchos miembros del consejo se unieron a nosotros, algunos trajeron a sus cónyuges. Todos parecían conocerse. Yo temía ver aparecer a Ben, y bebí champán como si fuera agua, pero no vino.

Éramos el centro de todas las miradas. Los ojos de Jessica relucían, y su mano estaba apoyada en mi hombro; de vez en cuando jugueteaba con mi pelo o me susurraba algo al oído. En un momento dado, el camarero me sirvió una ración de atún asado. Lo comí a trozos, obligándome a tomar al menos un par de bocados para llenar el foso vacío de mi estómago. Notaba el calor del champán. Oía un zumbido en las orejas y apreté con los dedos el muslo de Jessica. Ella se rió.

Los dos estábamos borrachos.

Un hombre salió de uno de los reservados y cruzó el pasillo, en dirección a los servicios. Era grueso. Con una mata de pelo blanco. Se me secó la boca. Cerré los ojos y deseé que el pescado permaneciera donde estaba antes de volver a abrirlos.

– ¡Thane! -dijo Jessica, apartándome la mano de su pierna.

– James -murmuré.

Apenas aquel nombre hubo salido de mis labios, el hombre desapareció entre la multitud.

– El postre -dijo Jessica en voz baja-. ¿Qué quieres? Mira la carta.

Mike me dio un golpecito en el hombro y se inclinó hacia mí desde el otro lado, con las mejillas relucientes como manzanas.

– ¿Qué será lo primero que harás después de dar el pistoletazo de salida? -preguntó-. ¿En qué estás pensando?

Le miré y me mordí la lengua, en un intento de recobrar la compostura.

– Despediré a Ben -dije, y me reí.

Mike soltó una carcajada. Alzó la copa y bebió un sorbo de vino.

– En serio.

– Hablo en serio.

– No puedes hacer eso.

– El director general puede hacer lo que le venga en gana -dije, con el corazón latiendo a toda marcha-. Yo tomo las decisiones, ¿recuerdas?

Ni siquiera le miraba. Las palabras sonaban surrealistas en mi mente. Jessica escuchaba, y su rostro se acercó hasta mis hombros, invadiendo mi campo de visión.

– Ha bebido demasiado -dijo ella.

Jessica le lanzó una flamante sonrisa a Mike, una sonrisa que dejó al descubierto los afilados extremos de sus caninos.

28

– ¿Caninos?

– Los dientes laterales -respondo-, los más afilados.

Le miro y veo la confusión en sus ojos, de manera que me levanto el labio con los dedos y le muestro a qué me refiero.

– Como las fauces de un perro.

– ¿Se te ha ocurrido ahora? -pregunta-. ¿O fue lo que pensaste en ese momento?

– No, lo pensé entonces. Se me ocurrió. Bizqueaba.

– ¿Era ése el aspecto que tenía ella cuando hablabas de Ben?

– Le contaré cuándo tenía ese aspecto -le digo, con la vista fija en los barrotes de las ventanas y en una pequeña mella en el cristal de la que no me había percatado hasta ahora-. Sonreía así siempre que estábamos cerca de Johnny G, y él le respondía con la misma sonrisa.

– ¿Estabas celoso?

– No sea ridículo.

Me mira sin parpadear, luego posa la vista en el expediente.

– No habías comentado esto con anterioridad, ¿verdad?

– Tal vez no.

– ¿Cuándo estuvisteis todos juntos?

– ¿Sabe que le dije que esos tíos del sindicato no harían negocios con una mujer? Y estoy seguro de que no los habían hecho nunca. Pero con ella sí. Ella era guapa. Pero eran negocios. Eso es todo.

Niego con la cabeza. Cruzo los brazos y levanto la silla sobre las patas traseras. Una luz aguada penetra por la sucia ventana antes de amortiguarse del todo.

– Háblame de los momentos en que los tres estuvisteis juntos.

Fue la noche antes de que abriéramos la puja en Wall Street.

Se celebraba un baile benéfico en el nuevo Time Warner Center. Todo el mundo que tenía un nombre en la ciudad estaba allí, y supongo que Johnny G, con todos sus contactos políticos, era uno de ellos. Dos torres de cristal que daban a Central Park. Cincuenta y cinco pisos de altura. El lugar de moda en Nueva York. Limusinas aparcadas en Columbus Circle y alfombras blancas extendiéndose del edificio hasta la calle. En el interior, el Cirque du Soleil actuaba en la cuarta planta y hombres de esmoquin cortaban carne y servían las lonchas en platos con pinzas de plata.