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– ¿Sabes que he tenido que volar hasta aquí desde Siracusa?

– ¿Y qué?

A Jessica se le aceleró el corazón.

– Nos gustaría saber si estás interesado en un negocio.

– ¿Qué negocio?

Sus manos colgaban yertas a ambos lados, parecía un primate.

– Queremos mover una cantidad de dinero.

Johnny se rió.

– Vosotros y todos los políticos de la ciudad. Hablamos de efectivo desde el principio. Aquí lo tenéis.

– Ése no -dijo ella, señalando con un gesto la bolsa de lona-. Cien kilos.

Él volvió la cabeza como si quisiera verla más de cerca. Ella se llevó la copa a los labios.

– Con Trac nos factura cien millones en extras. Lo pagamos -explicó Jessica, después de echar un trago-. Luego Con Trac recibe una factura de una consultoría de un banco suizo por noventa millones, que ellos pagan.

– Ochenta.

– Vaya -dijo ella, mirando el reloj-. Creo que se me ha acabado el tiempo.

– ¿Quién te crees que eres? ¿Sarah Bernhardt? Tengo a los federales pisándome los talones -dijo él, con los ojos puestos en ella.

– Son diez millones. Por nada. Thane quería hacerlo durante el proyecto de Miami Beach. Lo harán por diez y estarán encantados. Eso creo.

A Johnny se le suavizó la cara. Sonrió y dio un paso hacia delante.

– ¿Algo más? -preguntó en tono dulce-. ¿Para que el trato resulte más atractivo?

Con una sonrisa en los labios, le acarició el hombro.

49

Nos quedamos en silencio durante unos instantes, antes de que él pregunte si puedo hablar sobre lo que creo que pasó.

– Nada. Eso demuestra lo gilipollas que era -digo, negando con la cabeza-. Me enfadé con ella. ¿Cómo se le ocurría ir allí, sin avisar? En realidad, aquella noche volví a casa, para darle una sorpresa. Me encontré a Tommy y sus amigos viendo La matanza de Texas o algo así, y a Amy colgada al teléfono hablando con su novio. Le pregunté dónde estaba mamá y él me miró sin responder. Claro que tenemos que quitarnos el sombrero ante el valor de Jessica.

– ¿No volvió a casa? -pregunta el psiquiatra.

– Fui yo quien le dijo que la forma más fácil de sacar el dinero era a través de Con Trac.

– ¿Volvió a casa?

– Por supuesto.

– ¿Cuándo?

– Digamos sólo que no pasó la noche fuera. Le dije que era mala, pero no tanto. No era como usted piensa.

– ¿Qué pienso yo?

– Lo leo en su cara.

– ¿No es posible que sea una proyección de sus pensamientos?

– Me contó lo que él le había propuesto -explico-. ¿Por qué iba a contármelo de haber tenido algo que ocultar? No tendría ningún sentido. ¿Por qué me mira así?

– ¿A qué te refieres?

– Como un cordero degollado.

– ¿Qué crees que está pasando aquí?

– ¿Por qué no nos ahorra un poco de tiempo y me deja seguir? -Me inclino hacia delante-. ¿O no se le ocurre nada?

Él se pellizca los gruesos labios, asiente con la cabeza y dice:

– ¿Cómo te sientes estando solo?

– Bien.

– Creía que la echabas de menos.

– Ella. Ella. Ella. ¿Cree que estoy llorando por el amor perdido o alguna mierda así?

– No hay nada vergonzoso en admitir que uno tiene miedo de estar solo -dice él-. Nos sucede a la mayoría.

– Estoy estupendamente bien.

– De acuerdo -dice él, hinchando los carrillos y soltando el aire-. Cambiemos de tercio.

– Oh, no. Por favor, déjeme que le hable de lo mucho que la echo de menos. -Junto las manos-. Es algo purificante.

Baja la cabeza y me mira por encima de las gafas. Espera a que termine antes de decir:

– Comentaste que pasaron dos días antes de que Bucky encontrara el coche de Ben. ¿Hiciste algo para llevarlo hasta él?

– ¿Yo?

– Es muy duro hacerle eso a un amigo.

– ¿Piensa que quería que me atraparan?

No puedo evitar una expresión de asombro ante lo ridículo de la idea.

– ¿Es factible?

– Créame. No tuve nada que ver en ello.

Siempre pensé que la sala de reuniones de una gran empresa era un lugar donde se producían aviesas maniobras, ataques, traiciones y rendiciones. El dominio del terreno resulta esencial. Al igual que los aliados. La sala de juntas de King Corp estaba en el tercer piso: había en ella una larga mesa de madera oscura rodeada de ventanales y varios caballetes con dibujos que representaban algunos proyectos de todo el país. Un centro comercial. Un edificio de oficinas. Un hotel. Todos a tinta, con frondosos árboles y gente perfecta que, en su mayor parte, se paraban a admirar el impresionante edificio.

Mike Allen vino a verme, lo que en sí mismo ya era una buena noticia. Al igual que el director del colegio no suele sentarse en las aulas con el profesor, los gerentes tampoco acostumbran a visitar a los directores. Nos reunimos en la sala de juntas. Cuando le ofrecí un café, levantó un vaso de papel provisto de una tapa de plástico y rechazó la invitación.

– Siéntate.

Me serví una taza de café antes de obedecer. Después de sentarme, di un sorbo y le sonreí.

– Ya sabes por qué estoy aquí -dijo él.

– Nueva York no es un lugar fácil para hacer negocios. ¿Sabías que tuvimos la oportunidad de construir el puerto de South Street? Pero ya conoces a James. Él nunca habría jugado con esos tíos.

– ¿Y tú?

Dejé el café sobre la mesa y me incliné hacia delante.

– Mike, forma parte del coste de hacer negocios. Todo el mundo lo sabe. Cuando no lo haces… ¿Qué crees que le pasó a James? ¿A Milo?

– ¿Han proferido alguna amenaza?

– Creía que preferías mantenerte al margen de todo esto -afirmé-. Me dijiste que me encargara de llevar el proyecto a buen puerto.

– Me han dicho que a dos ingenieros les robaron las camionetas de la obra la semana pasada -dijo él-. Llevamos veinticuatro días de retraso. Ayer mismo me informaron de que si esto sigue así, podríamos tardar dos años más. No tengo que decirte a cuánto aumentan los intereses de dos billones de dólares en dos años.

– ¿Quién te dijo lo de los dos años? -pregunté. Hice una mueca de incredulidad y negué con la cabeza-. ¿Uno de los ingenieros? ¿Un banquero?

– Alguien que sabe de lo que habla.

– Ben, supongo.

– No me meto en estos juegos -repuso. Cogió el café e hizo saltar la tapa con el pulgar-. Tenemos una fuga de un veinte por ciento.

– Eso es cosa de Morris -dije, refiriéndome al director financiero de King Corp.

– Se lo pregunté yo, Thane. No vino a contármelo.

– ¿Crees que te habrían dado esas cifras si James siguiera aquí? ¿Cómo diablos voy a dirigir esto si no puedo confiar en la gente que tengo a mi cargo?

– Ése no es el tema -dijo Mike. Dio otro sorbo al café y lo depositó encima de la mesa con cuidado-. Soy yo quien sale peor parado de esto. Créeme. ¿Recuerdas todas aquellas cenas que celebramos después de los juegos SU? ¿La fiesta que dimos en Grimaldi's después del partido de Nebraska? Siempre te he apoyado. He sido tu principal valedor. Pero ahora hablamos de negocios.