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– Mierda.

Yo estaba temblando, pero el pánico me dio la fuerza necesaria para arrastrarlo de los talones hacia los cimientos vacíos. Le arrojé por el borde del surco, le quité las llaves del bolsillo y luego le empujé hacia abajo. Su cuerpo cayó sobre la tierra húmeda con un ruido sordo. Volví corriendo a recuperar el arma y la pala, y me acordé de recoger también la colilla. La cogí entre los dedos, solté una maldición, y la dejé caer; me llevé los dedos a la boca para humedecerlos y los sacudí. Volví a recoger la colilla, esta vez con más cuidado, sujetándola por el filtro; el olor a tabaco quemado me llenó la nariz.

Todo fue a parar al foso: pala, arma y colilla. Levanté la vista hacia nuestra habitación. No había señales de vida. Me subí al bulldozer de Dino y lo puse en marcha. El gasóleo llenó el aire mientras la máquina cobraba vida. Todo el personal de King Corp había pasado por lo menos dos semanas en una máquina: formaba parte del entrenamiento de James. Siempre decía que quería que sus ejecutivos supieran lo que se siente al remover la tierra.

Hice retroceder el bulldozer y me dispuse a recoger un montón de tierra situado a un lado del torcido muro de hormigón. Tardé menos de una hora en llenar el hoyo. No puede decirse que fuera un trabajo perfecto, pero sí eficaz, y recorrí el borde de los cimientos con el bulldozer para cubrirlo.

Cuando hube terminado el sol ya asomaba por el este, pero la media luna había desaparecido detrás de una compacta masa de nubes empujadas por el viento del oeste. Al apagar el motor, mis oídos estaban llenos de los silbidos de los árboles. Sabía que su furgoneta estaría aparcada en la carretera principal. La encontraría y la dejaría en el aparcamiento del Wal-Mart de Auburn. Sentí frío, y me abroché la chaqueta; me alejé de los cimientos, mareado por el olor a gasóleo y de lo que acababa de hacer, pero al mismo tiempo aliviado por lo bien que había ocultado mis actos.

58

Bucky se despertó. Era noche oscura. Los ronquidos de Scott hacían temblar las vigas y la pared que separaba los dos cuartos. Se levantó. Se calentó las manos con el aliento, y recorrió el suelo de madera: las ansias por volver le ponían la piel de gallina.

Encendió la estufa y llenó el fregadero de agua caliente para limpiar los platos antes de poner una cafetera. Después de vestirse, se puso el abrigo y las botas y recorrió la casa por fuera, a oscuras: vació las tuberías y ajustó las ventanas para proteger el interior del inminente invierno. Una vez hecho esto, cogió un trozo de pescado que había sobrado de la cena y lo puso en una sartén con unas cuantas patatas y unas cebollas.

Apareció Scott, con los ojos vidriosos; se rascaba la barriga entre los botones del pijama.

– Nunca había pensado que ese olor me daría náuseas -dijo.

Sirvió dos tazas de café y se sentó a la mesa.

– Todo lo bueno cansa -afirmó Bucky, repartiendo el pescado en dos platos y depositándolos sobre la mesa.

– Se diría que eres tú el que debería estar deseoso de salir de aquí -dijo Scott-. ¿Qué haces despierto a estas horas?

– Eras tú el que quería irse anoche -replicó Bucky.

– Creo que cuando eras más joven no le tenías miedo a la oscuridad -dijo Scott, con una sonrisa maliciosa.

Bucky masticaba despacio, con la vista fija en el plato. Dio un sorbo al café e hizo una mueca de disgusto.

– ¿Pasa algo? -preguntó Scott.

– Un poco fuerte.

– No será el café.

– Es sólo un presentimiento -dijo Bucky, engullendo el último bocado-. Tal vez deberíamos haber regresado por la noche. Tengo un GPS.

– Te estaba tomando el pelo, Buck. ¿No te preocupará Mike Allen?

– No. -Bucky rebañó el aceite con un trozo de pan-. Estará bien. Apuesto a que se sentirá aliviado.

– ¿Tan mal va todo?

– Como te conté, ha habido muchos robos. Todo va con retraso.

Levantó la vista. Scott miró hacia la ventana, a la pálida luz, con los labios apretados.

– ¿De verdad?

– Mete tus cosas en la lancha -dijo Bucky-. Yo lavaré esto y cerraré la casa.

Pocos minutos después estaban en el agua, entre olas de espuma, con los gorros de lana ajustados hasta las orejas; el zumbido estable de los motores los acercaba a casa mientras amanecía. Scott mantuvo su bote detrás del de Bucky. Llegaron al puerto bajo un cielo enojado y gris, y con un viento que aullaba entre los árboles secos, zarandeaba los escasos botes que seguían amarrados y levantaba una neblina de espuma por encima del agua. Bucky amarró ambos botes y subió a su furgoneta; marcó el número de Russel antes de cerrar la puerta. Scott se sentó en el lado del copiloto.

Bucky encendió el motor mientras sonaba el móvil de Russel. Colgó al conectar con el buzón de voz y luego escuchó los mensajes que tenía grabados. Russel había dejado uno a las tres de la madrugada: explicaba que había seguido a Thane a las oficinas y que podría identificar el despacho cuya luz se había encendido, lo que quizá supusiera una pista de lo que había ido a hacer allí.

– No puede tratarse de nada bueno -había dicho Russel.

Había bostezado antes de colgar.

Bucky cerró el teléfono, reconfortado por el reciente mensaje. Eso explicaba por qué Russel no había contestado a su llamada. Si se había quedado despierto hasta tan tarde, lo más probable era que hubiera apagado el móvil para poder dormir un poco. Y era posible que aquella vigilancia nocturna de Russel les proporcionara ventaja sobre el enemigo.

Su plan era ir hasta Nueva York para ver a Mike Allen en persona. Scott insistió en parar a medio camino para poder ver a su prometida, Emily, y a su madre. Bucky no pudo negarse, pero no tardaron mucho en volver a ponerse en marcha y tomar la interestatal que los llevaría hacia Manhattan. Scott llamó por teléfono y concertó una cita con el presidente de accionistas de King Corp.

El despacho privado de Mike Allen se hallaba en una sala acristalada con vistas a Central Park. Mike los recibió sentado en una silla de cuero granate. Su traje gris estaba pulcramente planchado, como siempre. El pañuelo verde botella que asomaba de su bolsillo hacía juego con la bonita corbata. Mike iba vestido para hacer negocios. Incluso había llevado consigo a su abogado.

Bucky no tenía en gran estima a los abogados. No siempre eran malos, pero tendían a hablar demasiado y nunca había visto que nadie se hiciera acompañar de un abogado en una reunión con buenas intenciones. Al igual que Mike y el picapleitos, Scott también se había puesto un traje. Bucky, sin embargo, se sentía cómodo en aquella moderna oficina con sus botas, tejanos y una cazadora de camuflaje a juego con la gorra.

– He hablado con la mujer que se encarga de la investigación -dijo Mike-. No piensa confirmar ni negar que Thane sea sospechoso.

– Pero ¿me ha dejado libre de sospechas? -preguntó Scott.

– Siempre supe que no habías sido tú -dijo Mike-. Vamos.

– ¿Nos ayudarás? -preguntó Scott.

Bucky oyó carraspear al abogado antes de que éste tomara la palabra.

– Hemos hablado con la junta. Debemos tener cuidado. Ésta es una empresa pública. Tenemos que ser leales con nuestros accionistas.

– ¿Mike? -preguntó Scott.

Bucky oyó el ruido de los dedos de Scott clavándose en el reposa-brazos de cuero.

– Ya sabes lo que pienso -dijo Mike-. Tu padre y yo mantuvimos una larga amistad. Pero no queremos precipitarnos. Mira, la gente decía que el culpable eras tú. Yo me mantuve en silencio. Tenemos que asegurarnos, eso es todo. Vosotros erais amigos.

– ¿Sí? Ben era amigo nuestro -dijo Scott-. Y papá le trató como a un hijo. Bucky vio las huellas de Thane aquella noche, y el FBI está examinando los casquillos encontrados en el cuerpo de Ben para confirmar si salieron de su arma.