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– El objetivo de esta reunión… -empezó Mike Allen.

– No -dije, cortando el discurso en seco-, todos sabemos cuál es el objetivo. Hay una razón por la que la gente se resiste a construir en el centro. Hay una razón por la que King Corp no lo ha hecho nunca. Las noticias vuelan. La decisión de llevar a cabo el Garden State fue de James, no mía. Prefiero el negocio de Miami Beach. Lo logramos de calle en Toronto con un proyecto de características similares: hotel, tiendas, aparcamiento.

»No estábamos preparados para esto, pero es lo que hay. Necesitaban a alguien que tomara las riendas. Todos sabemos que lo que le pasó a James fue una tragedia. Es increíble. Y es otra tragedia que el FBI creyera que fue su hijo quien lo hizo. Pero pasó, y ustedes y yo tuvimos que enfrentarnos a todo eso.

»¿Quieren saltar del barco en plena travesía? -pregunté, abriendo los brazos-. Ustedes mismos. Dejen que sea Scott quien maneje al sindicato. Que sea él quien arregle el lío que organizó su padre en Con Trac.

– Mi padre nunca quiso que Con Trac se ocupara de este proyecto -afirmó Scott.

Le miré por un instante y dije:

– Ah, tú estabas al tanto de todos sus deseos, ¿eh? Te lo contaba todo, porque lo que de verdad pretendía hacer cuando convirtió la empresa en una sociedad anónima era cedértela a ti. Se me había olvidado.

Solté un soplido irónico, bajé la vista y negué con la cabeza en señal de compasión.

– ¿Y qué hay del FBI? -prosiguió Scott-. Dicen que estás con el sindicato.

– Sí, y la semana pasada lo decían de ti. ¿Sabes qué significan las siglas FBI? Famosos Brutos Incompetentes. Son los sabuesos mediáticos. He trabajado como informador para ellos desde hace un mes. Me instalaron un micrófono y me enviaron a una reunión con Johnny G, quien intentó apartar del negocio a Con Trac para pasarlo a OBG. Pregúntaselo a los agentes. Consigamos la cinta.

»El FBI… -dije, en tono despectivo-. No saben lo que quieren. Créanme, su trabajo no consiste en construir ese centro comercial. Llevan años intentando cargarse el sindicato. ¿Dónde están? Ya no saben a quién apuntar con el dedo.

– Habéis visto los resúmenes financieros -declaró Scott. Actuaba como si yo no estuviera, estaba intentando captar la atención de todos los allí presentes. Apoyó la mano en una montaña de papeles que tenía delante de él-. El dinero gastado no guarda la menor relación con las obras realizadas. Este proyecto es un verdadero desastre. La única gente que gana dinero son todos esos contratistas fantasmas. ¿Tres mil dólares al día por un Porta Potti? ¿Cien mil dólares por semana para pagar veinte generadores de luz, cuando en la obra solamente hay dos y los fontaneros no pueden trabajar cuando ha oscurecido?

»Ya habéis oído a la agente Lee -dijo él, señalando con gesto al altavoz que había en el centro de la larga mesa-. Saben que no estoy involucrado en lo que está pasando. ¿Y Thane? Quizás él tiene razón. Quizá sólo está ebrio de poder y se ha vuelto descuidado, ha olvidado todo lo que aprendió y está gastando dinero a espuertas. Pero ¿y si anda metido en esto? ¿Y si se confirman las sospechas del FBI? Espero que todos los presentes dispongan de buenas pólizas de indemnización.

Sonreí ante el comentario.

Mike Allen negó con la cabeza y dijo:

– No es necesario llegar a eso.

– Esto es necesario. -Scott se levantó y golpeó con la mano el montón de documentos-. No pienso quedarme al margen y no me preocupan los sentimientos de nadie. Esto está expuesto en blanco y negro. Mis abogados lo están examinando ahora mismo.

Mike Allen comentó que no hacía falta proferir amenazas. La tensión se podía cortar, y acompañó a Scott al exterior de la sala. Cuando volvió Mike, yo esperaba que pudiéramos seguir hablando. Resultaba obvio que Scott se había hecho a sí mismo un flaco favor al perder los nervios. Pero en cambio Mike me brindó el mismo tratamiento de «gracias por venir» y me escoltó hasta la puerta. La junta tenía que considerarlo todo.

Dijeron que me llamarían.

La limusina se abrió paso entre el brutal tráfico matutino. Intenté llamar a Jessica al móvil, pero sólo obtuve el buzón de voz. Tampoco contestó al teléfono de la suite del hotel. Quizás estuviera en la ducha. Pero cuando llegué al Waldorf, la habitación estaba vacía.

Sonó el teléfono móvil. Era Mike Allen.

La junta había decidido conducir a la empresa en otra dirección.

El estómago me dio un vuelco.

65

En la esquina de la pequeña cocina había un desvencijado taburete. Bucky se sentó en él con las botas y la chaqueta puesta. Emitían una vieja película por televisión. James Cagney despotricaba contra su madre. Bucky intentó concentrarse en ella.

Judy le acarició el brazo y le pidió que la acompañara a la cama. Necesitaba dormir. Él la miró, como desorientado; luego sacudió la cabeza y se levantó. Recorrió varias veces aquella sala estrecha y le dijo que iba a salir.

– ¿Adónde vas? -preguntó ella.

– Tengo que seguir buscando -dijo él.

– ¿Dónde?

La miró desde la puerta. Los ojos de Judy, ocultos tras las gafas, estaban llenos de lágrimas y se ajustó el cinturón de la bata.

– Debo salir de aquí -contestó Bucky, con voz ahogada.

Se dirigió a casa de Russel, consciente de que aquel nudo en el estómago se haría más tenso si no veía la furgoneta de su hijo aparcada en la puerta. Así fue: entró, revisó los mensajes del contestador y llamó a su hijo. Recorrió el estrecho pasillo. Subió las escaleras. Miró en el dormitorio.

Decidió encaminar sus pasos a las oficinas de King Corp. Apretaba tanto los dientes que la mandíbula le dolía cuando llegó allí. Rodeó el edificio, cubriendo el terreno; lo mismo que había hecho diez veces en los últimos días. Le constaba que éste era el último lugar donde había estado Russel. El rastro debía de estar aquí. Siempre quedaba un rastro. Pero no pudo encontrarlo.

Le pesaban los brazos debido a la falta de sueño. Le escocían los ojos. Sofocó un bostezo y rodeó de nuevo el bloque de oficinas; luego cambió de dirección y se dirigió al edificio del FBI. Se sentó en un pequeño muro de piedra que se alzaba justo frente a las puertas de cristal. La gente empezaba a incorporarse al trabajo. Cuando Bucky vio a las dos mujeres, se levantó y fue a saludarlas. Le preguntaron si sabía algo de su hijo, y al oír que no era así, sus rostros se ensombrecieron.

– Hemos tenido a Thane bajo vigilancia desde que volvió -dijo la agente Lee.

No pudo evitar una expresión preocupada al saber que no había tenido noticias de su hijo.

– ¿Le habéis pinchado los teléfonos? -preguntó Bucky.

– El de su domicilio y el móvil -dijo la agente Rooks.

– El equipo de vigilancia está al tanto de lo de su hijo -dijo la agente Lee-. Si se enteran de algo, lo sabremos enseguida y nos pondremos en contacto con usted de inmediato.

Bucky las miró durante un minuto. La agente Lee echó un vistazo a la puerta y dijo:

– Bien.

– ¿Le atraparéis?

– Las huellas del arma son suyas -respondió la agente Lee-. Estamos esperando los resultados de balística.

– Le atraparemos -dijo Rooks.

Bucky asintió y se alejó. La furgoneta lo llevó hasta Skaneateles. A casa de Thane. Entró en el camino privado y se paró frente a la verja. Entre los barrotes alcanzó a ver la vivienda amarilla. Al otro lado de la valla, en el terreno vacío, había dos montañas de tierra: a una de ellas le faltaba un buen trozo.

Bucky se sentó a contemplarla.

Se llevó la mano a la cara y se acarició el bigote, dibujando una O con la boca; luego dio marcha atrás al Suburban y retrocedió. Las ruedas echaron chispas. Condujo por la carretera principal, pasando por delante de una serie de establos antes de llegar a las montañas de tierra. Detuvo la furgoneta. Bucky se apeó: el polvo le hizo toser. Lo apartó con la mano y se abrió paso hacia allí.