El señor Barnacle llevaba varios años sin trabajar, lo que su mujer achacaba a su debilidad por el whisky. Él culpaba de sus dificultades al Ferrocarril, y probablemente Bierce estaría de acuerdo con él, así como Henry George.
– Un hombre rico hace pobres a otros cien -continuó hablando, asintiendo sabiamente ante la lucidez georgiana-. ¡Los carruajes elegantes dejan atrás a niños muertos de hambre!
– Bueno, sus hijos no están muertos de hambre, señor Barnacle -dije yo.
– Dime, Tom, ¿aún eres miembro del Club para la Democracia?
– Sí, señor.
– ¡Yo digo que acabemos de una vez con la Compañía del Pacífico Sur y el Monopolio! ¡Abatieron a disparos a aquellos pobres granjeros de Mussel Slough! [5] -Mal asunto, sí…
– Comprar legislaturas de la forma en que estos tipos lo hacen no es mejor que traficar con esclavas chinas -siguió despotricando-. ¡Y qué me dices del proyecto de ley del Girtcrest Corridor! ¡Ojalá les parta un rayo, Tom!
El proyecto de ley del Girtcrest Corridor, llamado por Bierce el «Giftcrest» [6], había sido aprobado durante la legislatura estatal del senador Aaron Jennings, «el senador de la Southern Pacific», y era un regalo de miles de acres de tierra del San Joaquín Valley a los Ferrocarriles. El sentimiento en contra de los Ferrocarriles era más fuerte entre los miembros de partidos demócratas de San Francisco.
– ¡Abajo con el Monopolio, señor Barnacle! -dije yo, mientras cruzaba la entrada de la valla y me dirigía a mis crepitantes escaleras.
Le enseñé a Bierce un artículo que había escrito titulado El Monopolio, y debió de impresionarle lo suficiente para considerar que podía tener futuro en mi carrera como periodista, dado que manejaba los ataques y datos antimonopolistas adecuados:
Por los 1186 kilómetros de la línea Sacramento-Promontory (Utah), Charles Crocker, Collis P. Huntington, Leland Stanford y Mark Hopkins, los Cuatro Grandes, recibieron 38 millones y medio de dólares en concesiones de tierras y bonos del gobierno. Se contrataron a sí mismos bajo el nombre de Corporación de Finanzas y Contratos para construir la línea Central Pacific, y cuando las ganancias de esta corporación fueron distribuidas, cada socio aumentó su fortuna personal en 13 millones de dólares.
A medida que los Ferrocarriles de Central Pacific avanzaban centímetro a centímetro por la Sierra para unirse a la línea de Union Pacific y conectar así las dos costas de la nación, los Cuatro Grandes ya planeaban su Monopolio del transporte en el estado de California. El primer paso fue la adquisición de las líneas de ferrocarriles ya existentes, y a continuación la construcción de nuevas líneas en el interior. Estas rutas finalmente se convirtieron en la propiedad más valiosa delos Cuatro Grandes: los Ferrocarriles del Pacífico Sur. También adquirieron instalaciones para las terminales de Oakland y San Francisco con el mismo propósito.
A principios de los años 70 la Compañía del Pacífico Sur había logrado controlar el movimiento de mercancías hacia y desde California, y también dentro de los límites del estado. Las rutas que no eran de su propiedad en California eran tan sólo cinco, con unos escasos 95 kilómetros de vía.
Las tarifas y horarios de las líneas del Pacífico Sur son decididos dependiendo «del total del tráfico que pueda soportar». Las tarifas de transporte para las empresas navieras son incrementadas hasta el máximo que éstas pueden permitirse, y las que se cargan a los productos agrícolas están basadas en los actuales precios de mercado. Las tarifas son bajas donde hay competencia por parte del transporte fluvial, y más altas donde no hay competencia, y el flete es más barato de un lado a otro del país que entre San Francisco y Reno.
Cuando las gentes de California fueron conscientes de que estaban atrapadas en los tentáculos del Pulpo, los Ferrocarriles ya controlaban la asamblea legislativa, al gobernador, las agencias reguladoras estatales, los gobiernos de la ciudad y del condado, frecuentemente incluso los juzgados, y ejercen poder en el Congreso Nacional.
Se vota a los candidatos anti-ferrocarril y se les elige para gobernar, se aprueban leyes otorgando mayores poderes al Estado para regular las tarifas de ferrocarriles, pero estas leyes nunca se ejecutan. La Compañía del Pacífico Sur siempre logra detener el proceso legislativo: mediante el veto del gobernador, o recusando las leyes en los tribunales y controlando las agencias responsables de ejecutar las leyes.
Bandas de matones del Ferrocarril interrumpen las reuniones antimonopolio. Los que se oponen al Ferrocarril son castigados, los funcionarios públicos son sobornados, los periodistas intimidados, y los granjeros «rebeldes», cuyos derechos de propiedad sobre tierras agrícolas de los Ferrocarriles han sido quebrantados, son asesinados por sicarios.
A pesar de que los californianos alzan un grito constante de protesta y denuncia contra el Pulpo, tras la marcha de Mark Hopkins en 1878 (el único miembro de los Cuatro Grandes del que se haya dicho que podría valer la pena cruzar la calle para darle los buenos días), Charles Crocker, Collis Huntington y Leland Stanford descansan plácidamente en sus magníficas mansiones en lo alto de Nob Hill, dominando todo San Francisco bajo un cielo sin nubes.
[5]