– ¿Dónde puedo encontrar a un policía?
– Donde el sheriff -dijo-. En la siguiente esquina, en dirección a la bahía.
Persuadí a un ayudante del sheriff de que un extraño llamado Brown tenía algo que ver con el incendio en la casa de los Hamon y con el asesinato de la señora Hamon en San Francisco. Pero cuando volvimos al salón, Brown ya se había ido.
– Preguntó quién era usted, y le dije que no lo sabía -nos dijo el barman, secándose las manos en su delantal-. Soltó unos cuantos improperios y se esfumó por la puerta de atrás.
Aún no habían dado con Brown cuando me retiré a mi habitación después de cenar en el hotel. No creía que fueran a encontrarlo. Me dio la impresión de que era un profesional.
Me senté junto al pequeño escritorio, bajo el siseo y el calor de una lámpara de gas, escribiendo notas en papel con membrete del hotel. No se oía ningún ruido, pero por alguna razón eché una mirada a la puerta. El pomo estaba moviéndose lentamente. Giró media vuelta, paró, y luego volvió a girar a la posición inicial. Seguía sin oírse ningún ruido cuando me levanté y me quedé de pie mirando la puerta, la cual afortunadamente había cerrado con llave.
A mis espaldas, a través de la ventana, oí cómo unas ruedas de carro cruzaban la plaza. El pomo no volvió a girar. Permanecí atento esperando escuchar el sonido de pasos al alejarse, pero no oí nada.
No dormí mucho esa noche y tomé el tren de regreso a San Francisco por la mañana.
7
Amor: Demencia transitoria curable mediante el casamiento, o mediante el alejamiento del enfermo de las influencias que le indujeron el trastorno.
– El Diccionario del Diablo-
En el Hornet, tras informar de mis aventuras en Santa Cruz, Bierce me dio una carta para que la leyera:
14 de julio, 188-
Estimado Señor Bierce:
Usted se ha preguntado en su periódico sobre las picas y su relación con los asesinatos de Morton Street. Las picas significan muerte. Un pico es utilizado para excavar una tumba. A la Reina de Picas se la conoce por ser la dama de la muerte. Hay una mina en Washoe a la que se conocía como Jota de Picas. Pertenece a la Reina de Picas.
La Jota de Picas forma parte de los yacimientos Consolidated-Ohio, los cuales han sido una propiedad tan rentable como el Homestake de George Hearst o el Ophir de Will Sharon. Cuando aún se llamaba Jota de Picas, la mina fue adquirida por inversores que se hacían llamar los Picas, en referencia a la herramienta que se utiliza en minería. Dos de las picas se transformaron en corazones, y compraron a un tercero para desplumar a las gallinas. Ese tercero sufriría más tarde un ataque de tréboles [7], a modo de dejevu.
Con esta carta tan sólo pretendo informarle de los distintos significados de las picas, aunque quién puede saber lo que ronda por la mente enferma del loco destripador de Morton Street.
La carta venía firmada por «Un antiguo Picas».
De pie a mi lado, mientras yo leía la misiva sentado, Bierce sonreía radiante.
– Casi todo el montón de correo que recibo lo destino directamente a la papelera tras leer la primera línea -dijo-, ¡pero esta carta es un espécimen maravilloso! El escritor no carece de educación, a pesar del error ortográfico de «dejevu».
– Lady Caroline -dije.
– ¡La Reina de Picas! ¿Es ella el objetivo final de la progresión de los asesinatos? ¿Tiene el asesino la esperanza de dañar a esa dama inalcanzable estrangulándola con sus dedos y rebanándola con su inquisitivo cuchillo? ¡Es algo impensable! Y sin embargo, una vez contemplado, no contar con esa hipótesis es también impensable.
– ¿Estás pues contemplando esa hipótesis?
– ¡Por supuesto!
– ¿Y qué hay de Beau McNair?
– Ciertamente, consideré la hipótesis de que se tratase de un hombre joven abocado a la perversidad y la violencia al conocer el pasado de su madre. Pero de esta carta puede inferirse claramente la inocencia de Beau. ¡Menciona los corazones, en lugar de los diamantes, por ejemplo! ¿Y a qué crees que se refiere con lo de «un ataque de tréboles»?
– ¿Que alguien recibió una paliza?
– ¡Claro! -exclamó Bierce. Se sentó subiéndose cuidadosamente las rodillas de sus pantalones-. ¿Qué más podemos descifrar en esta maravillosa misiva? Todos ellos son de la Veta de Comstock. Los dos corazones deben de ser Nat McNair y su esposa, a los que se les unió un tercero para formar mayoría. Dos picas fueron forzados entonces a abandonar por el conocido método de acumulación de activos ¿La pica que facilitó la mayoría fue eliminada por medio de un «trébol», es decir, un palo? ¿Venganza? Las otras dos picas estafadas han estado alimentando su odio. El que escribió la carta debe de ser uno de ellos. ¿Podría existir la demente idea de asesinar a desgraciadas palomitas de mala vida para finalmente llegar hasta la Reina de Picas… a modo de venganza final?
Todo esto era demasiado para mí.
– ¿Podría ser el tal Brown que viste en Santa Cruz, el cual pareció amenazarte o incluso peor, ser la quinta pica? ¿Tenía la señora Hamon alguna relación con los Picas? Lo que sí es un hecho es que la señora Hamon estaba relacionada con el Ferrocarril a través de la relación de su esposo con el senador Jennings.
Y así fue como retornó a su enemigo favorito, el Ferrocarril.
Como si hablara consigo mismo y asintiendo, murmuró:
– Lo que la señora Hamon debía contarme tenía que ver con alguna ilegalidad del Ferrocarril.
– Bueno, todo se ha quemado -dije-. Y la Reina de Picas ya está de camino hacia aquí.
– Ardo en deseos de conocer a ese personaje -dijo Bierce, y me envió a ver al sargento Nix con la información que había obtenido en Santa Cruz.
De camino me encontré con Amelia Brittain mirando el escaparate de una boutique en Montgomery Street. Admiraba un vestido de terciopelo verde botella que relucía bajo los rayos del sol, como si estuviera iluminado por miles de luces cambiantes entre sus pliegues. Iba ataviada con su vestido de encaje blanco. Observé la extrema delgadez de su cintura, que se hundía en la exuberancia de sus caderas. Me había olvidado de lo alta que era.
Me quité rápidamente el sombrero cuando se volvió para mirarme con una pequeña inclinación de su sombrilla. Las cejas se elevaron altas en la frente y me dedicó una de sus esplendorosas sonrisas.
– ¡Señor Redmond!
Me cogió del brazo y paseamos juntos, cruzándonos con caballeros que inclinaban sus sombreros o saludaban con sus bastones. Un chino con calzón y blusón negros pasó ofreciendo a grito pelado cigarros puros en manojos que parecían racimos de torpedos marrones. Los edificios de ladrillo por los que pasábamos tenían las ventanas cerradas con contraventanas de hierro negro. Había un tráfico pesado y muy ruidoso. Me alegré de ir vestido decentemente en esta ocasión como ayudante de Bierce, y no como el de Dutch John el impresor, con un traje negro, cuello alzado y bombín. En Union Square y Montgomery Street la alta burguesía se vestía para ser observada.