Asintió mirándome por el espejo.
– Ya se hará, Josey -le consoló el barman. El negó con la cabeza.
Siguió sacudiéndola largo rato. Yo dije que era amigo del joven Beaumont McNair y contuve la respiración.
En esta ocasión, se volvió hacia mí para mirarme a los ojos. Sus clientes y el blanco de los ojos eran de la misma tonalidad amarillenta.
– McNair -dijo él.
– El millonario de Comstock. Su padre, quiero decir.
– Oh, sí.
– Se casó con una mujer de aquí llamada Carrie.
Se hizo el silencio. Tuve la sensación de haber errado el tiro, y luego de haber golpeado al menos una vez.
– La Jota de Picas -dije.
– Oh, sí -volvió a mirarme en el espejo.
– Tengo entendido que la madre de Beau McNair ya no es propietaria de la Consolidated-Ohio -comenté.
Asintió con parsimonia.
– La vendió y la cerraron. Sí, cualquiera con dos dedos de frente está abandonando el lugar. Oh, yo he sido testigo de los buenos tiempos, pero ya todo ha terminado.
– He oído que la Jota de Picas fue una de las primeras minas -dije.
Asintiendo, Devers dijo:
– Nat McNair se hizo con el control en 1864, creo. Tuvo algunas disputas con la gente del Banco… Ralston y Sharon y los otros. Luego los Reyes de la Plata entraron en el juego. Flood, O'Brien, Fair y Mackay. En 1875 el Banco de California se fue a pique. ¡Justo a tiempo para las Grandes Bonanzas! Fue en esos momentos cuando McNair hizo su fortuna. Compró la Peterkin y Ohio, situadas junto a la Jota de Picas, formando el Consolidated-Ohio. Encontró una enorme veta de mineral. Pero no hizo su fortuna extrayendo plata del subsuelo, la hizo especulando con las acciones. Todos los Reyes de la Plata lo hicieron -levantó un dedo hacia mí-. Se sacaba más dinero inflando el valor de las acciones que extrayendo mineral del suelo. ¡Incluso teníamos nuestra propia Bolsa de valores aquí mismo! No estaban interesados en la minería, sino en el juego de póquer amañado que ellos mismos habían creado. ¡Ésa es la tragedia de la Veta de Comstock!
– Bueno, la señora McNair es ahora Lady Caroline Stearns -apostillé.
– Esa dama es una de las maravillas del mundo -dijo Devers.
Comenté que había oído algo sobre un club de picas, una Sociedad de Picas.
– ¿Podría tratarse del grupo de inversores que compraron acciones de la Jota de Picas? -pregunté.
Asintió durante un largo rato. Vertió más whisky en su vaso antes de farfullar la respuesta.
– La Sociedad de Picas la formaban Nat McNair, Highgrade Carrie… Caroline LaPlante, ése era su verdadero nombre.
– Una madame.
– ¡Una dama exquisita! El Ángel de los mineros la llamaban algunos.
Devers propulsó la barbilla hacia delante como si quisiera clavármela, por lo que deduje que había dado en el blanco por segunda vez. A continuación, su frente se arrugó pensativa.
– Al Gorton. E. O. Macomber. Y alguno más.
– ¿Elza Klosters? -pregunté.
Devers negó con la cabeza.
– No, Elza trabajaba para Nat McNair. Su sicario. Más tarde fue uno de los ayudantes de sheriff que participó en aquel tiroteo de Mussel Slough, si no me falla la memoria.
¡De nuevo el Ferrocarril volvía a aparecer!
– Al Gorton está muerto -añadió-. Asesinado en San Francisco.
– ¿Aporreado tal vez?
Volvió su rostro hacia mí bruscamente.
– Vaya, creo que fue así como murió -dijo-. ¿Conocía usted a Al?
– Creo que Beau me mencionó algo.
– Creo que tengo un daguerrotipo del grupo en los archivos -informó.
– Estaría sumamente interesado en verlo.
– Pásese mañana por la mañana. No estoy muy ocupado últimamente. Nos encontrará en B Street.
– Lo que no tengo claro es cómo McNair terminó haciéndose con el control de la Jota de Picas.
– Como ya le dije antes. Se consigue una buena posición accionarial y entonces se pueden requerir nuevas tasaciones de las acciones hasta lograr expulsar a los inversores más débiles. Así era como los Reyes de la Plata conseguían hacerse con el control. McNair fue uno de los peores. Aunque Will Sharon era el peor de todos, sin ánimo de ofender a su amigo, compréndame.
– Así que la madre de Beau se salió de la Consolidated-Ohio.
– Sí, hace dieciocho meses. Escuche: entre 1871 y 1881 la Comstock generó alrededor de 320 millones de dólares y pagó a sus socios 147 millones en dividendos. El año pasado no se pagaron muchos dividendos, y este año mi periódico no hace más que publicar avisos de tasaciones. Ya no hay muchos accionistas que paguen tasaciones, eso se lo aseguro.
– ¿Se la vendió a un hombre al que llaman Mayor?
– El Mayor Copley -confirmó Devers-. Él sólo es el supervisor del grupo que la compró -se echó un poco más de whisky.
Devers languidecía y se encorvaba cada vez más sobre el taburete. Ya no volvió a mirarme directamente y se limitaba a echarme ojeadas a través del espejo con los ojos entrecerrados. Finalmente, el barman dijo:
– ¿No es hora de irse a casa, Josey?
– Casa -farfulló Devers.
– ¿Dónde está Jimmy Fairleigh? -preguntó el barman.
– ¡Eh Jimmy! -gritó uno de los parroquianos, y un puñado de ellos comenzó a reír y gritar-. ¡Jimmy! ¡Eh, Jimmy Fairleigh!
Apareció un hombrecillo con una gorra de tela y un ceñido y diminuto traje con una chaqueta que cubría su enorme trasero. Era un enano, con una enorme cabeza y feo rostro en el que se combinaba una curiosa mezcla de vejez y juventud. Se puso delante de Devers y dijo:
– ¡Hora de irnos a casa, señor Devers!
Devers se deslizó de su asiento y, apoyándose en el hombrecillo y pisando con cuidado, como si atravesase terreno inestable, se dirigió a la salida y desapareció.
– ¿Hace eso todas las noches? -pregunté al barman, el cual estaba limpiando con un trapo la zona de la barra en la que Devers había estado sentado.
– Todas las noches excepto los domingos -contestó.
– No debe de estar en muy buenas condiciones por la mañana -dije.
– En absoluto, mañana por la mañana estará como un clavo sentado frente a su escritorio, con la frente bien alta -respondió el barman.
9
Trabajo: Uno de los procesos mediante el cual A adquiere bienes para B.
– El Diccionario del Diablo-
Estaba sentado en la cama con el camisón cuando oí que llamaban a la puerta, y mientras me acercaba para abrir volví a oír que llamaban una segunda vez más imperiosamente. Cuando abrí, un hombre entró en el cuarto empujándome y jadeando como si acabara de subir las escaleras corriendo. Era el caballero que el vigilante había llamado «Mayor» en la Consolidated-Ohio. Mayor Copley.
Se volvió para mirarme, y en esta ocasión me habló dirigiéndose a mí. Me sentía en desventaja con mis zapatillas y camisón. La llama de la lámpara de gas siseó.
Le pregunté qué deseaba.
– ¡Usted es un soplón periodista, señor!
Al registrarme en el hotel había dado el nombre del Hornet como empresa para la que trabajaba.
– ¡Merodeando por todos lados, hurgando y fisgoneando!