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Sentada en el saloncito de la casa de la señora Johnson, Annie Dunker cruzó las manos con la punta de los dedos debajo de su barbilla y se meció.

– Es un joven muy agradable, Tommy -dijo-. La lleva a la ópera y le regala cosas. ¡Le envía flores! Las otras chicas están celosas porque trata a Rachel de forma tan especial.

– Me preguntaba si la golpea o le hace daño, o algo similar… cuando está con ella.

– Mi prima no ha oído nada de eso, Tommy.

Tuve el repentino presentimiento de que estaba planteando mal la línea de investigación.

– ¡Lo que resulta extraño es que él aún no la haya hecho mudarse a su propio nidito! -dijo Annie-, como hacen los hombres ricos en algunas ocasiones. Algunos incluso se casan con las chicas. ¿Y no está McNair podrido de dinero? Parece como si él la quisiera tener en la casa de citas. Ésa es la única cosa extraña. Mi prima dice que habla muy educadamente.

– No es de extrañar… -gesticulé señalándome la entrepierna.

– ¡Oh, no, él no!

– ¿Y averiguaste si alguna de las chicas conocía a alguien con el problema del que te hablé?

– Se lo mencioné a un par de chicas, pero ninguna había oído nada parecido.

Y eso es todo lo que pude sacar a Annie Dunker sobre Beau McNair, o el señor sin minga.

Descubrí además que estaba orgullosa de ser una chica de alterne. Dijo que era mucho mejor prostituirse que terminar ciega cosiendo en un taller, o pasar veinte horas al día de pinche de cocina o sirvienta, teniendo que soportar que el amo y sus hijos le metieran mano por los pasillos.

Aunque eso era seguramente mejor que el hecho de que fuera el Destripador el que le metiera mano.

Mammy Pleasant vivía en la mansión de Octavia Street, propiedad del financiero Thomas Bell, al cual le había conseguido una esposa de entre la recua de jóvenes bellezas de su establo. Mammy Pleasant se refería a sí misma como el ama de llaves, pero su estatus en la mansión no parecía corresponder con ese título. Se rumoreaba que había reunido tanta información sobre los desmanes de juventud de Bell en Escocia, y de sus años posteriores en San Francisco, que el financiero nunca podría librarse de ella.

Un mayordomo de color nos abrió la puerta a Bierce y a mí y se llevó la tarjeta de Bierce. Regresó para conducirnos a un salón tan encortinado y oscuro que tuvimos que palpar para encontrar unas sillas en las que sentarnos. Mammy Pleasant se nos manifestó como una oscuridad sin rostro, enmarcada por un gorro blanco de encaje y un cuello alzado blanco que brillaban en la penumbra como si fueran fosforescentes.

A medida que mis ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad pude ver su silueta sentada en una silla de respaldo recto, con las manos cruzadas sobre su regazo y a la espera de que Bierce o yo habláramos.

– Señora, estamos interesados en una vieja historia que podría ser determinante en los actuales sucesos, y tengo entendido que usted podría sernos de mucha ayuda -dijo Bierce con ese grado de frialdad que podía hacer que una persona sintiera sus vergüenzas expuestas.

– ¿Y cómo podría ayudarles? -dijo Mammy Pleasant con una voz tan ronca que me entraron ganas a mí mismo de aclararme la garganta.

– Cuando Caroline LaPlante se casó con Nathaniel McNair, ¿estaba ya embarazada del niño que bautizó con el nombre de Beau McNair?

– ¿Y cómo podría saber yo eso? -dijo Mammy Pleasant.

– Tengo razones para creer que usted fue la matrona en el parto.

– Si fui contratada profesionalmente por la señora McNair, no podría revelar dicha información sin su consentimiento.

Vocalizaba muy claramente y sin acento alguno, con una pequeña pausa entre cada palabra, como si las analizara detenidamente antes de pronunciarlas.

– Dicha información podría ser de gran ayuda para el joven McNair, su hijo, el cual se encuentra actualmente metido en problemas.

– Señor Bierce, he sido contratada por muchas familias acomodadas en San Francisco y les debo respeto y discreción -esta mujer no se dejaba intimidar ni lo más mínimo por Bierce, y continuó-: Incluso si tuviera la información que me pide, no podría dársela sin el permiso de Lady Caroline Stearns.

Bierce la observó atentamente.

– Señora Pleasant, ya sabe quién soy. Este joven, el señor Redmond, es un periodista del Hornet. En ocasiones escribe artículos sobre la historia reciente de este lugar, y se publican junto a mi columna. Quizás haya leído el más reciente. Trata sobre la Tragedia de Mussel Slough y sobre ciertas acciones y decisiones corruptas por parte del Ferrocarril. El señor Redmond me pidió estar presente hoy aquí porque está también muy interesado en su carrera entre las familias acomodadas, los distintos servicios que les prestaba y algunos misterios que rodean dichos servicios.

– Lo que nos interesa en particular es el delito de compraventa de niños, del cual ha sido acusada. La adquisición de hijos queridos y la eliminación de los no queridos.

Mammy Pleasant no movió ni un solo músculo. Sus pendientes de oro reflejaban diminutos fragmentos de luz en la oscura estancia con olor a cerrado.

Bierce continuó.

– En cuanto al estado de la señora McNair cuando se casó con el señor McNair (o deberíamos decir su situación marital cuando dio a luz a Beaumont McNair), esas fechas están disponibles en el Registro del Ayuntamiento.

Tras una pausa en silencio, Mammy Pleasant dijo:

– La señora McNair estaba embarazada cuando se casó con el señor McNair.

– ¿De cuántos meses estaba?

– Unos cinco meses.

– ¿Quién era el padre? -preguntó Bierce.

Sus aretes se agitaron al negar con la cabeza.

– Tenía la impresión que ése era el tipo de información por el que usted se interesa -dijo Bierce, inclinándose hacia ella.

– No puedo ayudarles en nada más -dijo ella, levantándose. Salió del salón barriendo el suelo con su falda. A continuación le oímos decir al mayordomo:

– Por favor, acompañe a estos caballeros a la puerta.

Me admiró la forma en que nos despidió.

Cuando subía a la calesa siguiendo a Bierce, dije:

– Algo le has sacado. No creí que lo lograses.

– Ella no sabe qué información poseen en el registro del Ayuntamiento, pero yo sí.

– ¿Y qué encontraste?

– No mucho -dijo él, riendo socarronamente-. Beau nació el mes de marzo de 1863. El señor y la señora McNair se casaron en diciembre de 1862.

No pude imaginar qué utilidad podría tener esa información.

– ¿Y quién fue el padre? -le pregunté.

– Ah -dijo Bierce-. El placer de ese descubrimiento aún está por llegar.

13

Reconciliación: Suspensión de hostilidades. Tregua armada que se concierta para enterrar a los muertos.

– El Diccionario del Diablo-

Durante la cena en la pensión, normalmente éramos entre ocho y nueve personas, dependiendo de si el huésped músico se encontraba o no en la ciudad. Entre ellos estaba el Bocinas, un empleado de banca así apodado por la similitud de su risa con una bocina, y Oso Peludo, un conductor de carromatos. Ambos habían sido rebautizados con esos motes por el hijo más pequeño de los Barnacle, Johnny. Después de la cena preparada por la señora B. y consistente en filetes y salsa, col, puré de patatas y pudín de pan de postre, el Bocinas, Oso Peludo y el joven Johnny Barnacle se retiraron, dejándonos en la sala a mí con mi café, a Jonas, a la señora B., a Belinda y a su hermano mayor Colbert, un apestoso adolescente de doce años con un mocho de pelo rubio en la cabeza y una manera peculiar de volver el rostro hacia otro lado mientras sus ojos seguían mirándote, habilidad que le hacía parecer un aprendiz de tahúr. Supuse entonces que en esta ocasión yo estaba siendo incluido en una de las crisis familiares de los Barnacle.