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– ¡Se follaaa, se chupaaa!

Los pies me ardían cuando por fin llegué a casa y escalé las desvencijadas escaleras, me quité los calcetines rotos y me derrumbé en la cama. No podía apoyar sobre la almohada la parte de la cabeza donde me habían aporreado. Me quedé tumbado, tiritando, con fantasías de venganza rondándome por la cabeza y escalofríos de preocupación por Amelia. No podía permitirme pensar en la conexión de mi padre con la Jota de Picas.

Me vestí con movimientos lentos y doloridos y me dirigí al Hornet con la cabeza descubierta porque no podía ponerme el sombrero. Bierce no estaba en la oficina, así que supuse que estaría en Dinkins's. Me dirigí hacia allí y lo encontré sentado con el sargento Nix en su mesa habitual. Nick estaba repantigado encima de la silla con el respaldo de ésta inclinado hacia atrás y una de sus largas piernas totalmente estirada.

Me señalé el chichón y arrimé una silla. Bierce pareció tan alarmado como era habitual en él, lo cual no era mucho. Cuando le conté lo sucedido, sin omitir mis sospechas del capitán Pusey para deleite del sargento Nix, Bierce dijo:

– Entonces, el daguerrotipo ha desaparecido.

Irritado, pensé que Bierce quizás me culpara por haber perdido el daguerrotipo, por el que había pagado doscientos dólares. ¡Bendita pérdida! El sargento Nix me miraba con su afilado rostro y el ceño fruncido.

– Llevas un tremendo chichón ahí, Tommy.

– Me gustaría saber quién me lo hizo.

– Puedo adivinarlo -dijo, pero no lo hizo.

– El capitán Pusey quería ese daguerrotipo -dije con una mano en la cabeza-. Dijo que era una prueba.

– ¿Una prueba de qué? -preguntó Bierce.

– No me lo dijo.

– Permitidme que os recuerde lo siguiente -dijo Nix-. Pusey es famoso por su colección de fotografías, y no le habría hecho falta aporrearte la cabeza para hacerse con el daguerrotipo. Si es que se trataba de una prueba.

– ¿Aplicando qué clase de ley? -inquirió Bierce.

– La ley del Yo-quiero-lo-que-tú-tienes -dijo Nix con una amarga sonrisa, -Siento lo de tu cabeza -me dijo Bierce.

Asentí, aún un poco molesto con él. Nix dio unas palmaditas a su casco en la mesa. Pregunté si había alguien vigilando la casa de los Brittain.

– Hay un agente allí -dijo Nix.

– El sargento Nix ha averiguado quién es el propietario del salón El Ángel de Washoe gracias al inspector de hacienda -dijo Bierce-. Su nombre es Adolphus Jackson, y los recibos de los impuestos son enviados a su atención al número 307 de Battery Street.

El cuadro de Highgrade Carrie era información privilegiada en tanto en cuanto estuviera relacionado con Amelia Brittain.

– El capitán Pusey me enseñó una fotografía de Klosters de su archivo -informé-. Era efectivamente el hombre de Santa Cruz. El mismo que me lanzó la reina de picas en el patio de los Barnacle.

Bierce entornó los ojos mientras miraba hacia la soleada entrada del salón y se acariciaba el bigote con un dedo.

– Alguien está intentando que Beau acabe en la horca -dijo-. Las muertes de prostitutas en Morton Street, lugar que Beau frecuenta; luego la muerte de la prostituta particular de Beau en Stockton Street. Si existe cierta progresión en estos crímenes, la joven a quien está prometido está ciertamente en peligro.

– El compromiso está roto -dije-. Pero puede que el Destripador no esté al corriente.

– ¿Se podría pensar que es su «prostituta particular», también?

– ¡En absoluto! -dije, siseando entre dientes.

– No sé por qué los hombres jóvenes son incapaces de creer que las mujeres jóvenes poseen exactamente la misma moral dudosa que ellos -se quejó Bierce.

Presioné la mandíbula con fuerza. ¡Tenía una cita con Amelia el domingo!

– Una lección del maestro -dijo Nix.

– El cinismo es la madre de la invención -dije.

– Y el padre de la sabiduría -dijo Bierce.

– El principal refugio de las alimañas -dije yo, a lo cual él sonrió, porque le había devuelto su propia coletilla al aforismo de Samuel Johnson.

– Enfoquémoslo de la siguiente manera -dijo-: todas las mujeres de San Francisco están en peligro hasta que descubramos por qué actúa ese demente y logremos detenerlo.

Cuando Nix se hubo ido, Bierce me dijo:

– ¿Cómo progresa tu artículo sobre el senador Jennings?

– No lo llevo muy adelantado. ¿Debería incluir el dato de que fue un Picas llamado Jackson y un presidiario en San Francisco?

«Y el propietario del salón de Battery Street llamado El Ángel de Washoe», pensé, «en donde había estado expuesto el retrato de Highgrade Carrie como Lady Godiva».

– Cualquier cosa que averigües. Y nos mantendremos a la espera de una respuesta a esa información -dijo él, entrecerrando los ojos y mirándome el chichón.

Cuando llegué a casa había un mensaje de mi padre pidiéndome que me reuniera con él en el restaurante Malvolio de Montgomery Block para cenar. Me senté en la cama y sentí que el terror me atenazaba como un arnés de hierro. Cogí una toalla del estante y me dispuse a ir a los baños. Los doloridos pies me ardían.

Malvolio estaba en la esquina con Monkey Block, un local de mantelerías blancas y camareros italianos con bigotes de cepillo y humeantes olores procedentes de la cocina cuando las puertas se abrían. El Don estaba sentado en una mesa al fondo del local. Tenía el pelo negro peinado hacia atrás y su rostro congestionado de bebedor lucía una sonrisa mientras se levantaba para estrecharme la mano. Me abrazó con un fornido brazo que me mantenía apretado contra su musculoso pectoral. Tenía una botella y una copa de vino tinto delante de él, y le hizo una señal al camarero para que sirviera una segunda copa, lo cual el empleado hizo con el ademán ostentoso del que sabe que le espera una buena propina. El Don tenía la cualidad de impresionar a los mortales inferiores con su grandeza. ¡Qué excelente millonario hubiera sido!

– ¿Qué tal va la Ruta de la Bonanza últimamente? -dije, preguntándome inmediatamente después por qué lo había dicho. ¿Para intentar crisparle y que se delatase? Él tenía algo que decirme, al igual que yo debía tener algo que decirle a él.

Pero él simplemente no podía ser el Destripador, aunque fuera E. O. Macomber. Nunca había sabido cómo guardar rencor a la gente.

– Están todas agotadas, Tommy. O al menos yo lo estoy.

– ¡Eso no es posible!

– Probablemente no -dijo sonriendo-. Tengo una buena posición, Tommy, trabajo con la Legislatura.

Transportando el dinero de la SP.

– Eso está bien -dije.

Chocó su copa de vino con la mía con un movimiento hacia arriba que incluyó a otros comensales en Malvolio's, lo cual seguro les levantó los ánimos.

– Por supuesto, no me parece que San Francisco sea el cielo en la tierra -dijo en voz baja-. Yo diría que Sacramento es mucho más interesante. Sacramento es fácil. La vida allí es sencilla, hijo. Buenos restaurantes, gente elegante, el gobernador, los senadores y representantes.

– También es caluroso -dije-. ¿A qué temperatura estáis por esta época, a más de treinta y ocho grados?

Me miró frunciendo el ceño, el defensor de Sacramento se había sentido retado.

– El tiempo no lo es todo, hijo mío. Vosotros tenéis toda esta bruma por aquí, algunas veces ni siquiera puedo ver. Los asesinatos también. ¡El Destripador de Morton Street! ¿Sabes qué es lo que causa todo esto? Que la gente lleve vidas mezquinas, insatisfechas, odiando a todo el mundo y a todas las cosas. Eso no se ve en Sacramento.

Dije que me alegraba oírlo. De hecho, el Capitolio podría estar en Sacramento, pero la capital de la SP estaba en la Cuarta con Townsend en San Francisco.