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– ¿Dónde estaba el agente que se suponía que estaba de guardia aquí? -inquirí.

– Estaba al final de la calle -era el primer policía que había hecho acto de presencia, con las mejillas enrojecidas ahora mientras Nix lo señalaba con el pulgar.

– Por lo tanto, ella ha estado en peligro -dije.

– No es McNair. Lo detuvimos. Su coartada para el último asesinato no se sostiene.

– ¡Creo que es horrible cómo intentan culpar al joven McNair de todo! -explotó la señora McNair.

– Bueno, en este caso no ha podido ser él, ¿verdad? -dijo el sargento Nix-. Él estaba en el trullo.

Pude ver el brillo de alivio en el rostro manchado de lágrimas de Amelia, porque también ella había pensado que el Destapador era Beaumont McNair.

18

Litigio: Máquina en la que uno entra como un cerdo y sale hecho una salchicha.

– El Diccionario del Diablo-

En ese mismo instante, en la Sala del Tribunal Superior del Ayuntamiento, se desarrollaba lo que se convertiría en el espectáculo de la década: la Rosa de Sharon. En Sharon contra Sharon, Sarah Althea Hill, señora Sharon, presentaba una demanda de divorcio y compensación contra el senador y ex-Rey de la Comstock, acusándolo de adulterio, ya que Sharon había reconocido la paternidad de un hijo concebido por una tal Gertrude Dietz.

Los partidarios de la señorita Hill en el caso eran periodistas australianos de dudoso pasado, William N. Neilson, su abogado, George Washington Tyler y Mammy Pleasant. El juez David S. Terry era su nuevo asesor legal.

Allie Hill había sido una de las chicas de Mammy Pleasant.

Las principales pruebas que presentaban eran varias cartas en las que Sharon se dirigía a la señorita Hill como «Mi estimada esposa», y un contrato matrimonial escrito por la dama y firmado por William Sharon. Allie Hill fue la amante de Sharon durante algunos años. Ella vivía en el Grand Hotel, en New Montgomery Street, cerca del Palace, donde Sharon tenía reservada una suite, y ella iba a visitar a su viejo amante o marido atravesando el pasaje llamado «Puente de los Suspiros» al otro lado de la calle.

– Es interesante -dijo Bierce- que un caballero haya tenido un número indeterminado de amoríos y aún sea considerado un hombre honesto e íntegro, mientras que un solo amante arrebata a una dama toda la reputación que pudiera tener.

– Es injusto -dije.

– Lo que parece crucial en este caso es el contrato matrimonial, compuesto y escrito por la dama y firmado por Sharon. Extrañamente, la firma está en la parte superior del reverso de la página. Cualquier idiota sabe que no debe firmar un papel en blanco a pie de página.

La señorita Hill afirmaba que el senador Sharon deseaba que su enlace se mantuviera en secreto porque Gertie Dietz podría causar problemas si él y la señorita Hill se mostraban abiertamente como un matrimonio. El escándalo podría interferir además con su reelección.

Una provocativa viñeta de Fats Chubb en el Hornet mostraba a la pelirroja Sarah Althea Hill, a sus partidarios masculinos y a la flaca y negra Mammy Pleasant llevando con garbo un canasto lleno de bebés. Era evidentemente una referencia a la reputación de Mammy Pleasant como traficante de bebés.

Mammy Pleasant admitió haber sido la que proporcionó la logística para llevar adelante la demanda, su financiación, y acompañaba diariamente a la señorita Hill al Ayuntamiento en un elegante carro descapotable alquilado.

– Lo que tenemos aquí -continuó Bierce- es una confusión de la teoría de opuestos. Que el senador Sharon sea un chupasangre, un monstruo degenerado, no significa que su enemigo no sea una puta perjura. Los cuernos del demonio en un lado de la ecuación no garantizan un halo de santidad en el opuesto.

Una Mammy Pleasant muy distinta de la que nos había recibido en la mansión Bell llegó a la oficina de Bierce. Llevaba una elegante capa verde y un gorro de ala ancha y nos saludó a Bierce y a mí con una sonrisa aparentemente genuina en su oscuro rostro. Bierce procedió con su habitual ritual caballeroso ofreciéndole un asiento. Cuando ella vio el cráneo, se persignó. Bierce se sentó frente a ella.

– He estado pensando sobre el asunto que le preocupa, señor Bierce -dijo ella.

Bierce juntó las palmas de las manos y adelantó la barbilla apoyándola en los dedos.

– La boda de la señora McNair, el hijo y la paternidad del hijo -continuó ella.

Era interesante que Mammy Pleasant hablase de bebés cuando una viñeta a todo color en el actual número del Hornet larepresentaba llevando un canasto lleno de ellos.

– Se habla mucho de bebés y paternidades últimamente -dijo Bierce, sonriendo.

Mammy Pleasant asintió.

– He recordado que el senador Sharon estaba en Virginia City cuando la señora McNair dio a luz.

– Parece que casi todo el mundo estaba en Virginia City por aquel entonces -dijo Bierce-. El senador Sharon, el juez Terry, Mark Twain en el Territorial Enterprise, y muchos más.

– El senador Sharon era amigo y asesor del señor McNair -dijo Mammy Pleasant-. He oído que en Virginia City un hombre prosperaba o fracasaba dependiendo del favor que le dispensase el senador Sharon. El señor McNair prosperó.

– Señora Pleasant, ¿está sugiriendo que el favor del senador Sharon se extendía hasta el útero de la señora McNair?

– Eso tendrá que decidirlo usted, señor Bierce.

– ¿Podría esta visita, y esta información, tener algo que ver con el juicio que está teniendo lugar actualmente en el Tribunal Superior?

Ella me lanzó una mirada herida.

– Agradeceríamos mucho alguna opinión favorable por su parte, señor Bierce. Su voz es escuchada en la City.

– Comprendo.

– Cuando ustedes me visitaron el otro día, pensé: ¿Qué gano ayudando al señor Bierce facilitándole la información que busca? Y no se me ocurrió que pudiera ganar nada en absoluto.

– ¿Piensa que es inapropiado proporcionar información sin algún tipo de quid pro quo?

– No sé latín, señor Bierce, pero me imagino lo que quiere decir. Sí, es correcto. De esta forma he aprendido a llevar mis asuntos en San Francisco.

– ¿Y la información con la que espera obtener mi opinión favorable es el hecho de que el senador Sharon estaba en Virginia City cuando la señora McNair dio a luz?

– Tengo entendido que está buscando al verdadero padre del joven señor McNair, y yo le sugiero que considere al senador Sharon, el cual era amigo íntimo y socio del señor y la señora McNair.

– Gracias -dijo Bierce-, creo que también le puede ser de ayuda para el juicio en el Tribunal Superior si se descubre que el senador Sharon estuvo involucrado en más relaciones adúlteras, con consecuencias, de las que ya se le conocen.

– Creo que se está apresurando en sacar conclusiones, señor Bierce.

– No creo que me haya apresurado demasiado, señora.

Ella volvió a sonreír, primero a Bierce y luego a mí, cogió su enorme bolso y se marchó.

– Ni el tiempo puede marchitar, ni la costumbre estancar esa maldad esencial -suspiró Bierce, cuando el sonido de los pasos de la señora Pleasant se apagó por el pasillo.

– Jimmy Fairleigh mencionó a Sharon -dije.

– Sabemos que Sharon aceptó la paternidad del hijo de Gertie Dietz -dijo Bierce-. Aunque su paternidad no es algo poco frecuente, según tengo entendido.