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– No.

– Lo que esa mujer lleva dentro de ese enorme bolso es un suministro de pistas falsas -dijo Bierce.

Asistí a una de las sesiones del juicio a primera hora de la mañana. La sala estaba abarrotada por la gran expectación que se había generado. Era una sala de techo alto con grandes ventanales por los que entraba en cascada la luz del sol. Presidía el juez Finn. El abogado de Sarah Althea Hill, el señor Tyler, era famoso por su abundante barba, y el de Sharon, un tal General Barnes, por lucir unos bigotes que le obligaban a pasar de canto por las puertas estrechas. Sharon, un hombrecillo canoso de cabeza enorme, estaba sentado con semblante sombrío tras una mesa. La señorita Hill, vestida con terciopelo azul forrado con piel oscura, y un sombrero azul con velo que le ocultaba el rostro, ofrecía una esbelta figura sentada en una especie de electrizante quietud junto a Mammy Pleasant.

La orden del día se centraba en uno de los documentos del caso; la señorita Hill se puso en pie y sacó dicho documento de su escote.

– Juez -dijo con voz temblorosa-, este papel representa mi honor. No puedo permitir que abandone mis manos.

– Simplemente muéstreselo al señor Barnes -dijo el juez.

– Si su señoría acepta asumir la responsabilidad y me insta a ello, entregaré el documento.

– Yo no puedo asumir ninguna responsabilidad -dijo el juez-. ¿Está el documento dentro de ese sobre?

– Preferiría que ni el señor Sharon ni el señor Barnes lo tocasen. Lo considero mi honor, y así lo he considerado durante tres largos años. El señor Sharon conoce todas las circunstancias del mismo.

El General Barnes interrumpió pomposamente:

– Protesto, Señoría, por las declaraciones que acaba de realizar esta dama. El señor Sharon no conoce nada sobre ese papel. Es un fraude y una falsificación desde el principio hasta el fin.

– Él conoce todas y cada una de las palabras de este documento, que Dios me ayude. Él mismo me lo dictó.

Mammy Pleasant hacía amago de levantarse y luego volvía a hundirse en su asiento, ansiosa o en señal de apoyo.

El senador Sharon se puso de pie de un brinco.

– ¡Debo informar al tribunal de que es la mentira más endiablada que jamás se haya pronunciado sobre la faz de la tierra!

– No me gustaría que su Señoría se ofendiera -dijo la señorita Hill con dignidad-. Pero él tiene todos sus millones contra mí. Yo he sido expulsada de mi hogar. Él se ha quedado con el dinero y yo no tengo dinero para defenderme.

Siguieron con la discusión durante bastante tiempo hasta que la señorita Hill entregó el documento al escribano, al cual se le ordenó que hiciera una copia del mismo.

Rebusqué entre los archivos para documentarme sobre la vida del senador Sharon. Efectivamente, había sido todo un personaje en Virginia City durante los años 60. William Ralston del Banco de California era su benefactor, y lo nombró agente bancario en el condado de Washoe. Sharon amasó su fortuna allí. Los propietarios de las minas habían agotado el capital y el crédito, y las plantas de cuarzo habían sido construidas con tanta premura que muchas de ellas no pudieron utilizarse. Eran tantos los litigios que los tribunales se hallaban totalmente colapsados. Virginia City, en la época de la llegada de Sharon, era una población en bancarrota asentada sobre una veta de mil millones de dólares. Con un crédito ilimitado del Banco de California, Sharon comenzó a comprar acciones de las minas y fábricas más prometedoras apoderándose de las plantas de extracción, comprando participación en ellas a los agobiados bancos locales y ofreciendo unos préstamos a un interés reducido. Extinguía los derechos de redimir la hipoteca como un rayo ante el primer recibo impagado. Sus instintos e intuición eran casi perfectos. Con Ralston y Darius Mills creó la Union Mill & Mining Company para apropiarse de propiedades embargadas por el Banco. Construyó el ferrocarril en Carson City y Reno, controlando así el tráfico a Mount Davidson y convirtiéndose en uno de los magnates del transporte del Oeste. Pagaba a espías para husmear y desatar huelgas en minas de la competencia, se involucró en luchas titánicas de poder mediante la adquisición de acciones, aumentaba la demanda para que sus valores oscilaran como golondrinas a la alza o a la baja, hizo pactos secretos entre plantas procesadoras y minas para ocultar el verdadero valor y acto seguido propagar rumores sobre bonanzas o borrascas. Era el especulador más cínico de todos los especuladores de la Comstock. En el apogeo de su poder y riqueza llegó a controlar la Union Mill & Mining Company y el ferrocarril, y poseía además siete minas de plata en producción, incluyendo la Ophir, que le había arrebatado a Lucky Baldwin.

Era conocido como el «Rey de la Comstock», el «Creso californiano» y el «Senador de la Bonanza». La asamblea legislativa de Nevada lo había llevado al senado en 1875.

Sacó un enorme provecho de la caída de su mentor, William Ralston, el cual se ahogó accidentalmente mientras nadaba, o se suicidó, cuando el Banco de California cerró sus puertas en el pánico de 1875. Sharon heredó no sólo el control del Banco reabierto, sino también el último gran proyecto de Ralston, el hotel Palace, e incluso la hacienda rural de Ralston en Belmont. Muchos le culparon por la ruina de Ralston. El imperio de Ralston se había derrumbado, se decía, porque sus amigos más próximos, Sharon y Darius Mills, habían confabulado para arruinarle.

Sharon tenía reservado para su disfrute un apartamento en el Palace, se divertía con todo tipo de lujos en Belmont y cultivaba su buen gusto citando a Shakespeare y a Lord Byron. Era un hombrecillo pálido y gélido, con una enorme cabeza, excesivamente pulcro, siempre tacaño, y aborrecido de forma generalizada. Su hija Flora se casó con un verdadero aristócrata británico, Sir Thomas George Fermor-Hesketh, tras un espléndido cortejo en Belmont.

Su esposa murió en 1874, tras unos años de matrimonio en los que intentó hacer caso omiso de las infidelidades de su esposo. Mientras amasaba millones tuvo tiempo suficiente para involucrarse en numerosas relaciones adúlteras, y era famoso por su debilidad por las prostitutas de lujo. Se le veía con frecuencia en compañía de rutilantes jovencitas. Además, mantenía a varias amantes.

La primera entrega de los problemas del senador con su amante más problemática, Sarah Althea Hill, tuvo lugar en la boda de su hija Flora, cuando a la señorita Hill se le impidió la entrada al gran evento. Sarah Althea afirmaba que tenía el derecho de entrar como miembro de la familia.

En el mes de septiembre de 1883 Sharon fue arrestado por adulterio, a partir de lo cual se iniciaron dos juicios, Sharon contra Sharon, en el Tribunal Superior de Justicia, ante el cual Sarah Althea Hill le presentaba una demanda de divorcio en la que le reclamaba una parte de las propiedades del senador y una pensión alimenticia, y Sharon contra Hill enel Tribunal de Circuito, con jurisdicción porque Sharon era ciudadano de Nevada, en el cual el senador solicitaba que se declarase falso y fraudulento el contrato matrimonial y se prohibiese a la señorita Hill que siguiera afirmando que era su esposa. Además, había demandas secundarias por perjurio, falsificación, difamación, libelo, conspiración y malversación de fondos. Tanto Sharon contra Sharon como Sharon contra Hill serían juzgados en tribunales californianos a lo largo de casi diez años.

Bierce escribió en el Tattle: «El testimonio de esta semana en el juicio de Sharon debe de ser de inmenso interés para los lectores de noveluchas de un penique. La colosal repugnancia de las cuestiones divulgadas es la característica más impresionante. La imagen de una deliciosa jovencita como la señorita Hill en los brazos de un nocivo y viejo degenerado como el senador Sharon es tan abominable como la religión cristiana en manos de los evangelistas de Washington Street».