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– Ah -dijo-. Siento haberme perdido a esa dama. Hubo una dama ayer noche que desearía haberme perdido.

Eso fue todo lo que dijo sobre la discusión en el salón del Overland Monthly.

La especialidad de desayuno del Palace Hotel se servía en un mostrador en la sala de paredes de caoba e iluminada con tragaluces. Bierce y yo nos sentamos a una mesita de mármol con nuestra combinación amarilla de ostras y huevos revueltos, la cual no estaba del todo seguro que mi maltrecho estómago pudiera soportar. Bierce se lanzó a devorarla sin contemplaciones. Yo tenía la sensación de que me consideraba su amigo, como si el ser aporreado, amenazado y apaleado por una panda del Ferrocarril le hubiera demostrado mi valía. Pero no un amigo al que pudiera aconsejarle sobre cómo llevar su vida.

Le conté mi trato con Klosters, y las razones de ello.

– En una ocasión te dije que nunca había sido intimidado por el Ferrocarril -dijo con frialdad.

Sería sencillo encontrar un pretexto para pelearme con él, como la señora Coit había dicho.

– Creo que tus investigaciones sobre el pasado del senador Jennings podrían haber cumplido su propósito -dijo, ablandándose.

– Quizás.

– De manera que Klosters comprendió que tú no le ibas a disparar -dijo-. Su ventaja fue que tú no sabías si dispararías o no.

Llevaba el revólver de Bierce en el bolsillo, como si se hubiera adherido finalmente a mí, y supe que llegaría el momento en que le daría algún uso.

Los revólveres habían jugado un papel importante en las rencillas de San Francisco. Kalloch, candidato a la alcaldía del Partido Obrero, era el blanco de las filípicas de Charles De Young en el Chronicle. En una reyerta con De Young, Kalloch resultó herido. Más tarde, su hijo mató a De Young de un disparo. El mismo Bierce se procuró un arma propia cuando el marido de una actriz de la que escribió un artículo demoledor en el Tattle lo amenazó violentamente.

Todo esto me vino a la mente cuando reconocí al senador Jennings en The Hornet gracias a las viñetas de Fats Chubb. Atravesó el despacho dirigiéndose hacia nosotros, un hombre de cara redonda con barba recortada pelirroja y canosa y una calva brillante por el sudor. Iba precedido por su barriga, tan grande que parecía estar transportando un bombo bajo el chaleco. Ansioso, trotando tras él y ataviado con una levita, le seguía el gerente del hotel.

La voz senatorial de Jennings retumbaba mientras avanzaban, se paró a unos tres metros de nuestra mesa y gritó:

– ¡Usted es un mentiroso y un calumniador, Bierce!

Me levanté con la servilleta en la mano, pero Bierce permaneció sentado tras su plato de ostras y huevos, con la servilleta remetida en el cuello de su camisa y un gesto de molestia en el rostro.

– Usted es un puñetero mentiroso y calumniador! -tronó Jennings.

Bierce dijo calmadamente:

– Y usted, señor, es el chico de los recados de una banda de delincuentes, un servidor de ladrones, un lacayo y un adulador, un bellaco, un canalla, un soplón, un cobarde. ¡Y un asesino!

– Por favor, senador -dijo el gerente-. Por favor, señor Bierce.

– ¡Maldito mentiroso! -gritó el senador.

Bierce tragó huevo y masticó. Le dijo al gerente del hoteclass="underline"

– La adiposidad de este asesino hace sombra a mis huevos y me temo que los ponga rancios. ¿Podría usted llevárselo?

– Oh, señor Bierce -exclamó el gerente.

El senador Jennings sacó una pistola Derringer del bolsillo y la apuntó hacia Bierce.

– Oh, senador Jennings -dijo el gerente-. Por favor, aquí no, señor.

Saqué el revólver de Bierce de mi bolsillo, donde su presencia era ya habitual.

Bierce echó su plato a un lado como si, efectivamente, los huevos se hubieran podrido.

– Usted ha sacado un arma de fuego, senador Jennings. ¿Es ése el argumento con el que pretende establecer su inocencia?

Me aseguré de que el senador Jennings viera el revólver, apuntándole a la enorme barriga.

– ¿Conoce usted el Reglamento de Tenencia de Armas, señor? -pregunté.

Clavó sus ojos desorbitados en los míos.

– ¿Y quién es usted, amigo?

– Mi nombre es Redmond.

– Es el hijo de Clete Redmond, el que ha escrito ese artículo difamatorio sobre mí.

– Sí, señor -no se me ocurrió ninguna razón por la que debiera contarle que había sido intimidado por Klosters. Quizás él ya lo supiera.

El gerente del hotel se interpuso entre Jennings y Bierce. Empujó la mano de Jennings con la pistola hacia abajo, murmurando frases de concordia. Me guardé el revólver de Bierce en el bolsillo.

– Bierce, tengo los medios para hacer que su vida sea más miserable y más corta -dijo Jennings con calma-. Y tengo la intención de usarlos.

Se marchó con paso lento y pesado. Bierce hizo una señal al camarero para que retirara los platos mientras yo volvía a sentarme.

– Será mejor que nos retiren estos platos, se han enfriado -dijo Bierce. Se levantó y se acercó al mostrador para servirse otro plato con huevos revueltos y ostras del reluciente calientaplatos.

Tuve la sensación entonces de que nos iban cubriendo con capas de amenaza, como mantas en una cama.

– Aparentemente, aún no se ha enterado de tu capitulación con Klosters -dijo Bierce.

Cuando nos marchamos del Palace tras nuestro almuerzo, dijo lúgubremente:

– Le rendiría pleitesía al mismísimo demonio si me proporcionara las pruebas necesarias para sentar a ese homicida gordinflón en el banquillo ante la justicia.

24

Romance: Ficción que no debe ninguna lealtad al Dios de las Cosas Reales.

– El Diccionario del Diablo-

El Sargento Nix lanzó el casco sobre el escritorio, junto al cráneo, y sacudió la cabeza mientras Bierce le relataba nuestro encuentro con Jennings en el hotel Palace.

– Es un pez demasiado gordo para que el capitán pueda ir a por él -dijo Nix-. Para eso necesitaríamos un pelotón de clérigos jurando sobre un carromato de biblias que lo vieron estrangular a la viuda del juez Hamon.

– ¿Han llegado noticias de la hija en San Diego? -preguntó Bierce.

– Ella y Hamon no se llevaban bien. No sabe nada.

– Tom ha estado husmeando en el pasado de Mammy Pleasant -dijo Bierce.

– Son todos poderosos aristócratas de Nob Hill los que solían dedicarse a ese tipo de juegos en Geneva Cottage -dijo Nix, sacudiendo la cabeza de nuevo-. Por supuesto, siempre hemos sabido a qué se dedicaba Mammy. ¿Sabes cuántos abortos al mes son necesarios para que un prostíbulo, una casa de citas o un salón sigan funcionando? Tienen una especie de pesarios empapados en quinina y algunas otras hierbas que las vuelve estériles durante un tiempo, pero aun así casi siempre se requieren abortos. Y así era por aquel entonces, cuando Mammy Pleasant se dedicaba al negocio.

Siempre hay comadronas cerca, pero ella era la opción de buen gusto de los Nobs. Abortos y adopciones de bebés. Nadie jamás la persiguió por ello. Esto es San Francisco. También ha habido extraños tejemanejes en la casa del señor Bell. Pero dicen que ella y Allan Pinkerton eran amigos desde los tiempos en que ella estaba relacionada con el Ferrocarril Subterráneo. El capitán Pusey es sumamente cuidadoso con ella, o eso me ha parecido.

– Dicen que ahora está en los tribunales a diario. Justo en medio de todo el jaleo, también. Cuando Sarah Althea y sus abogados hablan la negra cabeza de Mammy siempre está metida ahí en medio. Y no es de extrañar, es ella quien paga las facturas. La señorita Hill y su nuevo abogado están hechos una par de tortolitos, o eso he oído. Supongo que eso beneficiará algo a Sharon.