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– Ella sabe quién es el Destripador -dijo Bierce-. Pero no ve que vaya a obtener ningún beneficio si nos ayuda. ¡Pero yo se lo voy a sonsacar!

Y entonces aprovechó la ocasión para soltar un discurso sobre el uso de «haré» y «voy a hacer», como si no pudiera dejar pasar uno de mis artículos sin soltar algún comentario estilístico.

– «Haré» indica una simple intención -dijo-. «Yo iré». Mientras que «voy a hacer» denota un cierto grado de conformidad o determinación. «Yo voy a ir»… como si el que yo fuera hubiera sido solicitado o prohibido. «Haré» simplemente implica una predicción, pero «voy a hacer» implica algo de promesa, permiso u obligación por parte del hablante.

– Nosotros cazaremos al Destripador -dije.

– Correcto -dijo Bierce.

Estaba sentado con Amelia Brittain en la pérgola de la parte trasera de la casa de los Brittain. Cuadrados perfectos de luz solar pasaban por los intersticios de los listones del tejado reflejándose sobre la mesa, sobre la jarra de té helado, nuestros vasos, sobre mi sombrero y la mano de Amelia, con los dedos estirados sobre la mesa frente a ella. Llevaba un vestido azul claro con pequeñas crestas de tela ingeniosamente bordadas que daban la sensación de pequeñas hombreras sobre sus hombros. No podía apartar la vista de la tersa piel de su cuello. Sus labios rosados me sonrieron. Me había dado la bienvenida tratándome como a su héroe, pero parecía triste.

El agente Riley, el vigilante de día, estaba sentado en el balcón justo arriba de nosotros, con la silla echada hacia atrás contra la pared, y la tela de los pantalones tirante sobre sus rechonchas rodillas.

– ¿Recuerdas el reloj de La Feria de las Vanidades? -preguntó Amelia.

Bebí un poco de té.

– Recuérdamelo.

– En la casa de los Osborne había un reloj decorado con un relieve en latón del sacrificio de Ifigenia.

– Se sacrificó para que la flota griega pudiera embarcarse y pelear contra Troya -dije, para probar que sabía de mitología.

– La hija de Agamenón -dijo Amelia, como si me estuviera ayudando a responder preguntas de un examen-. Se sacrificó porque los vientos soplaban en dirección contraria, impidiendo que la flota zarpara.

»En la novela el reloj suena. El señor Osborne lleva una especie de uniforme militar, con botones de latón y cosas así. Algo va mal. Las hijas le preguntan qué ocurre. Una de ellas dice "los fondos deben de estar cayendo".

No lo recordaba.

– Los vientos no les eran propicios -dijo Amelia, mirándome-. Una de las hijas debía ser sacrificada.

Me enojó el hecho de que ella hubiera detectado más cosas en La Feria de las Vanidades -que yo.

– ¿Sacrificada? -dije.

– A casarse por cuestiones económicas. La adolescencia de una chica interrumpida antes de estar preparada para ello, porque los fondos están cayendo.

Parecía desilusionada por haber tenido que darme las pistas.

Podía sentir los latidos de mi corazón.

– ¿Y los fondos están cayendo?

Amelia cogió con un movimiento rápido el vaso perlado de gotas de humedad y se enfrió la mejilla con él. Asintió con la cabeza.

Me costaba seguir hablando.

– ¿Beau McNair? -pregunté.

Negó con la cabeza.

– Papá no quiere ni oír hablar de ello.

– ¿Qué tiene en contra de Beau?

– Beau le recuerda a mi tío. Mi padre tiene un hermano gemelo que siempre anda viajando y escribiendo para pedir dinero. Es un calavera y un borracho encantador. Ahora está en las Islas Hawaianas. Y no creo que Beau sea como él en absoluto.

No me importaba lo que su padre pudiera tener en contra de Beau, pero me preocupaba que su rostro hubiera mostrado tan diáfanamente su alivio al darse cuenta de que no había sido Beau quien la atacó en el porche, porque estaba en prisión. Me preocupaba que ella se preocupara por Beau.

– ¿Querías casarte con Beau?

Ella me sonrió.

– No estaba preparada para que mi adolescencia fuera interrumpida -bajó la mirada hacia sus manos extendidas sobre la mesa, a rayas por la luz solar.

– ¿Y con quién te exigirán que te cases, entonces? -pregunté. No podía creer que estuviera manteniendo esta conversación con mi Verdadero Amor.

– Con alguien con mucho dinero. Aún no lo sé.

Me dolían las mandíbulas.

– Es terrible -dije-. Es medieval. Es como en la Edad Media. Es algo terrible hacerle eso a una… encantadora joven.

– Oh, yo creo que es cómico. Excepto cuando te ocurre a ti, entonces no es tan cómico.

– ¿Te escaparías conmigo?

Negó con la cabeza, aún sonriendo.

– Gracias, Tom.

Me mantuve ocupado cogiendo mi propio vaso, examinando los contenidos y tomando un poco de té dulce. En el balcón el agente Riley estaba sentado sudando bajo el sol, mirando a la distancia.

– ¿Me amas? -susurró.

Cerré los ojos.

– Pensaba que eras mi Verdadero Amor. Yo nunca… -me obligué a callarme.

– Las cosas no son como deberían ser -dijo ella-. Tú me salvaste del Minotauro, de manera que el rey debería darte mi mano. Pero los fondos están cayendo.

Mi furia había aumentado hasta ahogarme.

– Es… ¡Es terrible! -eso es todo lo que podía decir.

– Soy bastante afortunada -dijo ella, negando con la cabeza-. Si no tuviera cierto estatus social, ni recursos, ni familia, mi destino bien podría ser como el de la señorita Hill.

– ¿Cuál es la diferencia? -dije.

– ¡Hay toda la diferencia del mundo! Como mujer casada, cuando mi marido muera podré ser una mujer económicamente independiente. La señorita Hill, que no tiene marido, no tiene tal derecho.

No deseaba discutir con ella sobre la Rosa de Sharon.

– Nunca te olvidaré -dijo ella con voz fría-. Quizás tú nunca me olvides. Nos separaremos, pero habrá sido… algo importante en nuestras vidas. Algo que se convertirá en parte de nuestras vidas y nuestros caracteres, y nuestro ser. Es algo sobre lo que ya he escrito páginas en mi diario. Algo sobre lo que escribiré poemas.

– ¡Esto es América! -dije desesperadamente. ¡La Democracia! Me sentía enfermo de ira. Y a mi pesar mi ira se centraba en Amelia, la cual iba a dejar que la vendieran como a un esclavo negro porque formaba parte de una especie de comedia social que la divertía. ¡Por su carácter y su ser!

Mis propios padres de repente me parecieron ejemplos modélicos, y sentí una oleada de rectitud al ser pobre y honesto, y libre. Mi padre podría haber sido un rey de la plata si los zorros y las ovejas hubieran sido repartidos de otra manera. ¡Gracias a Dios que no fue así!

Me puse en pie. Los cuadrados de luz se bañaron en mis ojos.

– No quiero que sea así -dijo Amelia.

– Supongo que no tienes ninguna capacidad de decisión en todo esto, ¿no? -me arrepentí de haber dicho esto-. Mi oferta sigue en pie -dije.

Sabía que mi oferta era estúpida, tanto como la certeza de ella de que así era. ¿Qué podía ofrecerle yo?

– Gracias, mi héroe -susurró.

Su mano se estiró sobre la mesa para que yo la pudiera tomar, pero le di la espalda. No quería que viera mi rostro.

Subí los escalones de atrás y pasé junto al agente Riley, el cual me saludó con un gesto cuando pasé, y me alejé a zancadas atravesando el oscuro vestíbulo hacia la terraza, donde la barandilla rota ya había sido reparada, y bajé por las escaleras a Taylor Street.