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Era aún demasiado pronto para visitar a Annie Dunker.

25

Nacimiento: El primero y más funesto de todos los desastres.

– El Diccionario del Diablo-

Cuando informé a Bierce de mi conversación con Amelia Brittain, callándome mis propios sentimientos, se levantó de su asiento, se encasquetó el sombrero dándole un toque con la mano y me indicó que le siguiera. El rechazo del señor Brittain de Beau McNair había captado su interés.

Paramos un taxi para ir a Taylor Street. Me había jurado que jamás volvería allí, pero al menos Amelia y la señora Brittain no estaban presentes. El mayordomo nos condujo al estudio del señor Brittain; su escritorio estaba abarrotado de documentos, cajas con tapas de cristal y pepitas de oro en su interior brillaban bajo la luz de la tarde. Me chirriaron los dientes al imaginármelo vendiendo a su hija como una esclava por la caída de los fondos.

Él, sin embargo, me estrechó la mano como el salvador de su hija y saludó a Bierce afablemente, un hombre alto y delgado con una cojera de Virginia City y dificultades financieras.

Cuando Bierce y yo tomamos asiento, Bierce dijo:

– Señor Brittain, estamos intentando llegar hasta el fondo de estos asesinatos de prostitutas. Aparentemente, el mismo tipo atacó a su hija.

– ¡El joven Redmond fue el héroe en ese encuentro! -El señor Brittain aún no se había sentado todavía y se movía entre las vitrinas con las manos entrelazadas en la espalda y semblante solemne.

Llevaba puestos sus anteojos, que brillaban al reflejarse la luz del sol a través de la ventana.

– Hay una conexión entre unos naipes con los sucesos de Virginia City hace unos veinte años -dijo Bierce.

Brittain se detuvo y le miró fijamente.

– La Mina Jota de Picas.

– ¡Ah!

– ¿Tenía William Sharon alguna conexión con la Jota de Picas, o con Caroline LaPlante?

Los rasgos del señor Brittain se contrajeron en una sorprendentemente grotesca expresión.

– ¡Ella lo detestaba! Generalmente no la trataban como una mujer de baja reputación, pero Sharon lo hizo. Él urdió un trato y ella se sintió menospreciada, él disfrutaba viéndola sufrir.

Observé a Bierce absorbiendo esta información. El señor Brittain debía de referirse a la vuelta a caballo de Lady Godiva por las calles de Virginia City. ¿O quizás a otra cosa?

– Usted era ingeniero de minas, señor -dijo Bierce.

Brittain bajó la cabeza reconociendo el hecho. No servía de nada seguir sentado en su silla odiándole. Este tipo de gente era distinta a los demás. El dinero los hacía diferentes.

– ¿Fue usted contratado por el difunto Nathaniel McNair? -preguntó Bierce.

– Eso es correcto.

– Un hombre de armas tomar, imagino.

– Un hombre difícil -dijo Brittain. Avanzó unos pasos, con las manos en la espalda-. Tenía por costumbre hacer que sus socios se sintieran empequeñecidos. Tenía la habilidad de distanciarse de sus amigos y al mismo tiempo unirlos a él por distintos medios.

– Tales como la invención de motes ofensivos -dijo Bierce suavemente-. «El Inglés» en su caso.

El señor Brittain pareció sobresaltarse.

– Vaya, y ¿cómo podría usted haber averiguado eso, señor Bierce?

– Tom, cuéntale al señor Brittain lo que averiguaste en Washoe sobre el uso de ese nombre.

– Tenía que ver con un escándalo que tuvo lugar en la Consolidated-Ohio -dije-. Hubo alguna complicación relacionada con unas acusaciones de manipulación de la veta, práctica que era denominada «El truco del Inglés». Devers me contó que el término se refería a alguien con ese nombre que había inventado una práctica particular.

Brittain retrocedió y se sentó en un sillón de piel. Se quitó las gafas con mucha parsimonia, las plegó y las introdujo en el bolsillo del pecho. Sus mejillas se habían enrojecido con un color nada saludable.

– Era una práctica con la que yo no tenía nada que ver. Era una broma de Nat. Una broma cruel. Mi reputación… -de repente se paró.

– Su buena reputación es por todos conocida, señor -dijo Bierce.

– Nat McNair no fue un hombre honesto -dijo Brittain-. Era un verdadero discípulo de Will Sharon. Esparció por todos lados el rumor de que se había encontrado una veta de alta calidad. Luego el rumor de que la veta había sido manipulada. Eran maniobras cínicas, un negocio deshonesto e intrigante, y muy efectivo. Las acciones mineras eran extraordinariamente volátiles justamente en esa época. Los valores se desplomaron y Nat pudo comprar a un precio muy bajo.

– ¿Entonces finalmente sí que hubo una Bonanza?

– Sí -dijo Brittain.

– ¿Y qué parte jugó usted en todo esto?

– Yo fui quien le informó de que parecía haber una veta de tamaño considerable -se cubrió las mejillas con las manos durante unos momentos-. ¿Le importaría decirme cuál es el propósito de estas preguntas, señor Bierce?

– Señor Brittain, estos asesinatos parecen ser el resultado de una enorme cantidad de odio y vieja inquina. Hay un plan, y el propósito aún no hemos podido deducirlo.

Podía oír la respiración agitada del señor Brittain.

– ¿Por qué mi hija, señor Bierce?

– No creo que exista ninguna conexión con usted, señor. Sino más bien con Beau McNair y, por ende, con su madre.

Brittain se sacó las gafas del bolsillo y comenzó a limpiar los cristales con un trozo de tela amarillo.

– No me siento muy orgulloso por mi conexión con Nat McNair -dijo.

– ¿Y por su conexión con la señora McNair?

Observé que las manos de Brittain se detenían.

– ¿A qué conexión se refiere, señor Bierce?

– Usted ha obligado a su hija a romper su compromiso con Beau McNair.

Los ojos de Brittain giraron hacia mí. Se mojó los labios.

– Creo que no sería un matrimonio feliz.

Bierce habló delicadamente.

– Yo creo que usted se opone porque su hija y Beau McNair son hermano y hermana.

Brittain cerró los ojos.

– ¿He acertado con esta suposición, señor? Brittain asintió con gesto cansado.

– ¿Podrían todas estas averiguaciones no ir más allá, caballeros?

– Si es que eso es posible -dijo Bierce.

Brittain me miró y yo asentí, aturdido, pensando en Beau prometido a Amelia.

– Usted la dejó embarazada, pero ella se casó con Nat McNair.

– Por aquel entonces ella deseaba casarse, pero yo no estaba preparado para casarme con ella -dijo Brittain-. La mía es una familia muy orgullosa y conocida en New Hampshire, señor Bierce. No me lo hubieran permitido. Estaba atormentado por el remordimiento.

Pensé en mi oferta a Amelia, la cual había rechazado sabiendo que era un sinsentido e imposible.

– Estaba asustada por el asesinato de otra mujer en Virginia City -dije.

Brittain asintió.

– Sí. Julia Bulette.

– Pero pensó que usted se casaría con ella -dijo Bierce.

– Sí, lo pensó.

– ¿Y qué hizo ella?

Brittain volvió a ponerse las gafas.

– Estaba decidida a dar a luz, pero no podía aparecer públicamente preñada, ¿comprenden? Su posición en Virginia City era muy elevada… y desapareció. Creo que se marchó a Sacramento con un familiar. No sé cómo entró en escena Nat. Sin duda él se declaró a ella. Esa mujer podría haber tenido a cualquier hombre que eligiera, excepto al que le falló. Quizás en su situación eligió al hombre que conocía que parecía tener mayores posibilidades de hacer fortuna, y cualquiera podía predecir que Nat iba a tener éxito. Tenía suerte, era listo, no tenía escrúpulos y estaba profundamente decidido.