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– ¿Con qué burocracia está familiarizado, signor Brunetti? -preguntó Rossi.

Brunetti, que no solía pregonar su condición de policía, respondió tan sólo:

– Estudié Derecho.

– Comprendo -respondió Rossi-. No me parece que nuestra terminología difiera mucho de la suya.

– Quizá se deba a mi falta de familiaridad con los reglamentos mencionados en su carta -dijo Brunetti suavemente.

Rossi meditó un momento antes de responder:

– Sí, es posible. ¿Qué es, concretamente, lo que usted no entiende?

– El significado -respondió sencillamente Brunetti, abandonando ya toda simulación.

Rossi tuvo otra vez aquel gesto de perplejidad, tan sincero que le daba un aire casi infantil.

– ¿Cómo dice?

– Lo que significa. Lo he leído, sí, pero como ignoro la naturaleza de las disposiciones a las que hace referencia, no sé a qué se refiere.

– Se refiere a su apartamento, naturalmente -respondió Rossi con rapidez.

– Sí, eso lo entiendo -dijo Brunetti, que tuvo que hacer un esfuerzo para que no se notara la impaciencia en su voz-. Puesto que la carta viene de su oficina, eso he deducido. Lo que no entiendo es qué interés puede tener su oficina en mi apartamento. -Y tampoco entendía por qué a un funcionario de aquella oficina se le había ocurrido ir a verlo en sábado.

Rossi miró la carpeta que tenía en las rodillas y levantó la mirada hacia Brunetti, que observó, sorprendido, que tenía las pestañas oscuras y largas, casi como las de una mujer.

– Ya veo, ya veo -dijo Rossi, asintiendo y volvió a mirar la carpeta. La abrió y sacó otra más pequeña, leyó la etiqueta y la dio a Brunetti diciendo-: Quizá esto se lo aclare. -Antes de cerrar la carpeta que conservaba en las rodillas, arregló cuidadosamente los papeles de su interior.

Brunetti abrió la carpeta y sacó los papeles que contenía. Al ver el tamaño de las letras, se inclinó hacia la izquierda, buscando las gafas. En la parte superior de la primera hoja figuraba la dirección del edificio. Al levantarla, encontró los planos de los apartamentos situados debajo del suyo. En la hoja siguiente estaba la relación de los antiguos dueños de cada uno de aquellos inmuebles, empezando por los almacenes de la planta baja. Las dos hojas siguientes contenían lo que parecía un breve resumen de las reformas realizadas en todos los apartamentos del edificio desde 1947, con indicación de las fechas en que se solicitaron y concedieron determinados permisos, la fecha en que habían empezado realmente los trabajos, y la fecha en que se había dado la conformidad definitiva a la obra terminada. No se hacía mención de su apartamento, lo que hizo suponer a Brunetti que esa información debía de figurar en los papeles que aún tenía Rossi.

De lo que allí veía Brunetti dedujo que el apartamento inmediatamente inferior al suyo había sido restaurado por última vez en 1977, cuando se habían mudado a él sus actuales propietarios. Por última vez, oficialmente, porque ellos habían cenado en casa de los Calista, disfrutando del amplio panorama que se dominaba desde los ventanales de la sala de estar, cuando las ventanas que se indicaban en el plano eran más bien pequeñas, y sólo cuatro, no seis. Tampoco vio en el plano el aseo para invitados situado a la izquierda del recibidor de los Calista. Le hubiera gustado saber cómo se las habían ingeniado, pero estaba claro que no era Rossi la persona más indicada a quien preguntar. Cuanto menos supiera el Ufficio Catasto de las reformas del interior del edificio, tanto mejor para sus vecinos.

Lanzando a Rossi una rápida mirada, preguntó:

– Estos datos parecen muy antiguos. ¿Tiene idea de cuántos años tiene el edificio?

Rossi negó con la cabeza.

– Exactamente, no. Pero, por la situación y número de ventanas de la planta baja, diría que la estructura original no data de antes de finales del siglo xv. -Reflexionó un momento y añadió-: Y me parece que el último piso se agregó a principios del xix.

Brunetti levantó la mirada de los planos, con gesto de sorpresa.

– No. Es mucho más reciente. Fue después de la guerra. -En vista de que Rossi no contestaba, puntualizó-: La segunda guerra mundial. -Como el otro siguiera mudo, Brunetti preguntó-: ¿No le parece?

Tras una breve vacilación, Rossi dijo:

– Yo me refería al último piso.

– Yo también -dijo Brunetti secamente; le irritaba que aquel funcionario de una oficina que tramitaba permisos de obras no comprendiera algo tan simple. Suavizando el tono, prosiguió-: Cuando lo compré, me dijeron que esta planta había sido agregada después de la última guerra, no en el siglo xix.

En lugar de contestar, Rossi señaló con un movimiento de la cabeza los papeles que Brunetti aún tenía en la mano:

– Quizá debería mirar más detenidamente la última página, signor Brunetti.

Desconcertado, Brunetti volvió a mirar los últimos párrafos, pero sólo vio la descripción de los dos apartamentos inferiores.

– No sé qué quiere que mire, signor Rossi -dijo levantando la cabeza y quitándose las gafas-. Esto se refiere a los apartamentos de abajo, no a éste. Este piso no se menciona en absoluto. -Dio la vuelta a la hoja, para ver si había algo escrito en el reverso, pero estaba en blanco.

– Por eso estoy aquí -dijo Rossi, irguiendo el cuerpo más todavía. Luego se inclinó y dejó la cartera en el suelo, a su izquierda, conservando la carpeta en las rodillas.

– ¿Sí? -dijo Brunetti inclinándose hacia adelante para devolverle la otra carpeta.

Rossi la tomó, abrió la carpeta mayor, volvió a introducir en ella la más pequeña y la cerró.

– Siento decirle que existen ciertas dudas acerca del estatus oficial de su apartamento.

– ¿El «estatus oficial» -repitió Brunetti, dirigiendo la mirada a la sólida pared situada a la izquierda de Rossi y al no menos sólido techo-. Me parece que no sé a qué se refiere.

– Existen dudas acerca del apartamento -dijo Rossi con una sonrisa que a Brunetti le pareció un poco nerviosa, pero, antes de que pudiera volver a pedir aclaraciones, Rossi prosiguió-: Es decir, en el Ufficio Catasto no hay papeles que indiquen que se concediera permiso de construcción para este piso, que se aprobara el proyecto ni que… -aquí volvió a sonreír-, ni que se construyera. -Carraspeó y añadió-: Según nuestros datos, el piso de abajo es el último.

Al principio Brunetti pensó que Rossi bromeaba, pero al verlo dejar de sonreír, comprendió que hablaba en serio.

– Todos los planos están en los documentos que nos dieron cuando lo compramos -dijo Brunetti.

– ¿Podría enseñármelos?

– Desde luego -dijo Brunetti poniéndose en pie. Sin excusarse, fue al despacho de Paola y se quedó un momento mirando los libros que cubrían tres de las paredes. Luego alargó la mano hacia el estante superior y sacó un gran sobre marrón que llevó a la otra habitación. En la puerta, se paró a abrir el sobre y sacó la carpeta gris que habían recibido, hacía casi veinte años, del notario que legalizó la venta. Se acercó a Rossi y le dio la carpeta.

Rossi la abrió y empezó a leer, resiguiendo lentamente cada línea con el dedo. Volvió la página y leyó la siguiente hasta el final. De su garganta escapó un «hum» ahogado, pero no dijo nada. Cuando hubo leído toda la carpeta, la cerró y la conservó sobre las rodillas.

– ¿Son éstos todos los papeles que tiene?

– Sí, sólo ésos.

– ¿No tiene planos? ¿Ni permiso de obra?

Brunetti movió la cabeza negativamente.

– No; no recuerdo haberlos visto. Éstos son los únicos papeles que nos dieron en el acto de la compra. Y no creo haber vuelto a mirarlos desde entonces.

– ¿Dice que estudió usted Derecho, signor Brunetti? -preguntó Rossi al cabo de un momento.

– En efecto.

– ¿Ejerce la carrera?

– No -respondió Brunetti sin más explicaciones.