– Pero Maggie no está escribiendo un libro pornográfico. Sólo está narrando la historia de su tía Kitty.
Elsie se mostró escéptica.
– No interprete mal mis palabras. A mí me cae muy bien Maggie. Tiene algo; no sé. Si yo fuera usted y tuviera que tomar una decisión, me llevaría a esa muchacha a un lagar en cualquier momento.
Hank le sonrió.
– Usted es bastante astuta.
– No lo dude. Y para la edad que tengo, tampoco puedo quejarme de mi estado físico -Tomó su bolso, que estaba sobre la mesa, cuando Ed Garter llamó a la puerta-. Será mejor que suba a despegarle la nariz de esa computadora antes de que el pan de maíz se enfríe. Y no se va a morir si hace algo con ella después de cenar. No es bueno estar sentada tanto tiempo. Se va a acalambrar hasta los dientes. Una vez conocí a alguien que por estar así aplastado todo el día, no pudo mover el intestino durante una semana. Después va a tener que recurrir a la compota de ciruelas y a la leche de magnesia, cuando lo único que le hace falta es salir a caminar un rato para distenderse.
Ed Garber miró a Hank.
– Buenas -saludó-. Lindo día, ¿no?
– Sí. Buen tiempo para los manzanos.
– ¿Todavía sigues con tu sistema ecológico de cultivo? ¿No se te apestan?
– Bueno, tengo que trabajar en ello, pero hasta el momento están bastante bien -respondió Hank.
– Algún día les echaré un vistazo para ver cómo lo haces. Tengo un manzano en el jardín de mi casa que está deplorable.
Cuando Ed y Elsie se marcharon, Hank cerró la puerta de vidrio y subió.
– Elsie dice que debes bajar a cenar antes de que se enfríe el pan de maíz -dijo a Maggie-. Y también dice que te vas a acalambrar hasta los dientes por estar tanto tiempo sentada. Que después no vas a poder mover el intestino y que tendrás que comer compota de ciruelas.
Maggie terminó de escribir una frase y grabó su archivo.
– Tu consejo me suena a burla, pero Elsie tal vez tenga razón.
– Al parecer debo asegurarme de que ejercitas tus piernas.
Maggie apagó la computadora.
– Me vendría muy bien, para ser franca. Podríamos salir a caminar después de cenar.
– Ésa era mi segunda opción.
Pero Maggie no iba a darle el gusto de preguntarle cuál era la primera.
– ¿Dañaríamos los árboles si caminamos por los manzanares?
– No, porque el terreno está marcado con líneas cruzadas por las huellas del camión.
Ya en la cocina, Maggie tomó el cucharón para servir la sopa y sacó el pan de maíz del horno. Se sentaron a la mesa, uno frente al otro y cenaron en ameno silencio.
– Qué agradable es esto -dijo ella por fin-. Siempre he detestado tener que cenar sola. A veces ponía la mesa para mí y hasta me preparaba alguna comida elaborada, aunque por lo general, recurría a algún sándwich congelado que calentaba en el horno de microondas y luego comía de pie.
Hank le sonrió.
– ¿Tu madre lo sabe?
Maggie rió.
– Mi madre tiene miedo de preguntar. Y si su vecina, la señora Ciak, llegara a enterarse… -Maggie meneó la cabeza-. Mi madre caería en desgracia para siempre -Untó con manteca otra rebanada de pan de maíz-. En el barrio de mis padres nadie baja las persianas por la noche, pues eso significa que no quieres que miren hacia adentro de tu casa. La gente especularía que es porque la tienes sucia. Todas las mujeres tienen secarropas, pero aún conservan la costumbre de secar las sábanas al sol, para que no se pongan amarillas y los demás no las critiquen. Sé que parece una estupidez, pero me hace sentir claustrofóbica. Todas esas reglas tácitas, esas comparaciones. Nunca pude formar parte de ese esquema riguroso que Riverside obedece ciegamente. Debe ser porque era muy obstinada.
– Veo que empleas el pasado. ¿Por qué?
Maggie comió su pan de maíz.
– Porque he evolucionado -Hank arqueó las cejas y Maggie rió-. Tienes razón. Todavía lo soy. Pero la obstinación puede ser una ventaja cuando eres adulto. Ahora prefiero pensar que soy una mujer tenaz, con personalidad y sólidas convicciones.
Hank se alejó de la mesa. Se dirigió hacia el refrigerador y sacó dos budines. Entregó uno a Maggie.
– ¿Por eso querías venir a Vermont? ¿Para escapar de las sábanas blancas y de las ventanas abiertas?
– Quería empezar una nueva vida. Necesitaba pasar al anonimato.
Hank desvió la mirada y hundió la cuchara en el budín. En su opinión, Maggie había salido de la sartén para caer en las brasas. Skogen era la capital del chisme del mundo libre. Estaba absolutamente convencido de que todo el pueblo ya estaba enterado de lo que Maggie se había puesto la noche anterior, de lo que había comido y de lo que había dicho. Y con seguridad, también estarían juzgándola. Riverside no era el único pueblo donde se secaban las sábanas al sol. Pero Hank no quería decírselo en ese momento. Pronto ella se daría cuenta por sí misma. Y si Maggie estaba dispuesta a dar una oportunidad a Skogen, descubriría que también tenía ciertas cualidades redentoras.
Lavaron la vajilla y salieron a caminar. Horacio los seguía de cerca, casi pisándoles los talones. Como aún no había oscurecido, Hank enfiló hacia el sur, por una huella que cruzaba la extensión más larga de sus tierras. Estaban en julio, de modo que las manzanas todavía no habían madurado.
– ¿Qué pasará con estas manzanas si no te otorgan el crédito? -preguntó Maggie-. ¿Se echarán a perder en la planta?
– No. En realidad, no es tan drástico. Como pertenezco a una cooperativa, puedo almacenarlas en un sitio climatizado o venderlas al por mayor.
– Oh -Por la expresión de Maggie, Hank se dio cuenta de que ella no tenía la menor idea sobre el manejo del mercado de las manzanas.
– Hay tres maneras de comercializar las manzanas -explicó él-. La comercialización directa significa que vendes tus productos en la puerta de tu establecimiento. La comercialización regional implica la venta dentro de la zona, como cuando yo entrego mi mercadería a Mamá Irma. Y la tercera alternativa es la comercialización al por mayor, en la que interviene un consignatario manzanero al que le vendes la producción por bulto. Cuando optas por esta última posibilidad, obtienes márgenes más estrechos y corres un riesgo mayor. Mi intención es desarrollar la comercialización directa y regional de mis manzanas. Quiero abastecer a los turistas que vienen a esquiar y a los ricachones preocupados por la nutrición que migran desde Boston y Nueva York… Todavía no he alcanzado una gran producción. Sólo dentro de diez años mis árboles llegarán a la madurez necesaria, pero por el momento, obtengo las manzanas imprescindibles para diversificar.
– De modo que no irás a la quiebra aunque no consigas el crédito.
Hank recogió una piedra y la arrojó por el camino.
– No se trata de una cuestión meramente monetaria. Si tengo una buena cosecha, no iré a la quiebra, pero tampoco progresaré. No pretendo ser millonario, pero sí tener algo propio. Algún éxito que sea producto de mi esfuerzo -La miró para ver si lo comprendía-. Siempre fui un muchacho que casi obtuvo las mejores calificaciones de la escuela; que casi logró ser jugador de hockey profesional; que casi se graduó en la universidad. Para mí es importante que este proyecto se concrete efectivamente. Aunque sea por única vez, quiero alcanzar el objetivo que me he fijado. Y no es ninguna locura, sino más bien, una meta muy accesible.
– ¿Cuál es tu urgencia para conseguir el dinero?
Hank miró las manzanas que colgaban de los árboles a su alrededor.
– Ayer habría sido una fecha maravillosa. La semana pasada, mejor todavía -Advirtió la mirada ceñuda de la muchacha y le apartó el pelo de la cara. Supuestamente, debían estar caminando para ayudarla a mover el intestino pero, en cambio, se habían detenido a charlar sobre sus negocios-. No me prestes demasiada atención. Soy muy impaciente. Tarde o temprano voy a conseguir ese dinero y todo saldrá de perillas. Siempre hay otra cosecha. Ya sé cuál es exactamente el equipo que necesito. Incluso he dispuesto el terreno y todas las herramientas están listas.