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Maggie estaba dando vueltas ante el espejo de su cuarto, estudiando el movimiento de la falda, cuando Hank llamó a la puerta.

– ¿Maggie, estás viva? Han pasado horas desde que saliste de la ducha.

– Qué exagerado. Sólo han pasado cuarenta y cinco minutos -Le abrió la puerta y giró por última vez, buscando su aprobación-. ¿Qué opinas? ¿Qué te parece este vestido?

La atención de Hank se concentró en el contorno de los senos que se marcaban bajo de la trama del tejido.

– Lindo vestido -susurró mientras recorría con la mirada el cuerpo voluptuoso de la muchacha-. Pero no pienso exhibirte así en público.

Ella se sorprendió.

– Ni loco voy al baile contigo si te dejas puesto ese vestido.

– ¡Es mi favorito! -protestó.

– Es una amenaza para mi salud mental. Y mejor ni te cuento las ideas que se me están ocurriendo.

Maggie le dirigió una sonrisa felina, a la que Hank respondió arqueando las cejas.

– Maggie Toone Mallone, creo que estás gozando con la situación.

– Tonterías -le aseguró ella-. Eso sería perverso de mi parte -Luego se echó a reír tontamente. Por supuesto que lo gozaba. Jamás había conocido un poder semejante. Ni tanta excitación.

– Esas risitas pueden traerte muchos problemas, Maggie.

Maggie adoraba el modo en que Hank suavizaba la voz cada vez que sus ojos la miraban hambrientos. Pensó en el baile y, de pronto, le pareció aburrido en comparación con todas las actividades que tenía al alcance de su mano. Pensamiento peligroso el suyo.

Hank recorrió lentamente su brazo desnudo.

– Elsie ya se fue.

– Hmmm. ¿Significa que estamos solos?

Hank no le respondió, pero la miró con tanta intensidad que la muchacha sintió cómo crecía su pasión. En cuestión de segundos, el vestido cayó como una sombra negra a sus pies. Lo siguió el diminuto sostén de encaje rojo. Las manos de Hank temblaron al tocarle la cintura, pero sus labios permanecieron firmes. Firmes, calientes y voraces. La determinación de Maggie por mantenerlo a una distancia prudencial se desvaneció. La hizo retroceder hacia el interior del cuarto y cuando llegaron a la cama, él se había desvestido por completo.

– No creas que estoy jugando contigo, Maggie Toone Mallone. Éste es un acto de amor pleno, cabal -dijo-. De los que imponen compromiso -Con mucha suavidad, la tendió sobre la cama y la cubrió con su cuerpo.

– Espero que hagas de mí un hombre honesto.

– Creo que es demasiado tarde -murmuró Maggie.

– Estoy hablando de matrimonio, Maggie.

– ¿Matrimonio? Pensé que pretendías que te convirtiera en un hombre honesto.

– ¡Era sólo una forma de hablar!

Hank no dejaba de acariciar el cuerpo de Maggie, y ella se preguntaba por qué hablaría tanto cuando ese fuego ardía por sus venas.

– ¿Tenemos que discutirlo ahora?

Aunque Hank bien sabía que hablar de matrimonio en los momentos de pasión era jugar sucio, corrían tiempos difíciles. Y él estaba desesperado. Por lo tanto, se propuso perturbar a Maggie como nunca. Se movía lentamente, valiéndose de su cuerpo para ejercer presión, atormentándola con las yemas de los dedos y murmurándole palabras de amor hasta enloquecerla y dejarla jadeante. Maggie estaba al borde del abismo y él, de la insania. Tuvo que apretar los dientes para detener momentáneamente los avances de su propia pasión. Había dicho en serio lo del compromiso. No quería hacerle el amor a una esposa ficticia. Quería que Maggie fuera suya. Para siempre. De verdad.

– ¿Me amas, Maggie? -Tenía que averiguarlo; escucharlo de sus labios.

Pero todo lo que la joven pudo hacer fue pestañear. Quería decírselo, gritar su amor a los cuatro vientos. Sin embargo las palabras se le atascaron en el nudo de la garganta. Sólo atinó a asentir con la cabeza.

– ¿Te casarás conmigo, Maggie?

– ¿Casarnos de verdad? -Preguntó la muchacha.

Hank advirtió una chispa de duda en sus ojos, la sintió vacilar. La besó lenta y profundamente; deslizó sus labios por el cuello de ella, y la colmó de sensuales caricias. Maggie gimió y cerró los ojos. Hank repitió la pregunta.

– ¿Te casarás conmigo, Maggie?

– Sí.

¿Acaso no estaban casados ya? Vivían bajo el mismo techo, compartían la misma cama e intercambiaban sonrisas durante el desayuno. No era un simple papel, era un estado del corazón.

CAPÍTULO 8

Maggie supo que la sonrisa había retornado. Cuando las estrellas dejaron de estallar, cuando su corazón recuperó el ritmo normal, cuando ese letargo característico del epílogo de un acto carnal hubo penetrado en cada músculo de su cuerpo, Maggie sintió que la sonrisa volvía a instalarse en sus labios. Se quedó tendida junto a Hank, inmóvil, preguntándose por qué su cuerpo estaba tan eufórico, cuando la confusión reinaba en su mente. Hank le había propuesto matrimonio y ella había aceptado. Todo parecía un sueño. Quince minutos antes, el matrimonio le había parecido el estado civil perfecto, y ahora… no estaba tan segura. Casarse con Hank significaba casarse con Skogen. Aquél era un sitio perfecto para unas buenas vacaciones románticas, pero Maggie ignoraba si podría soportar una vida entre manzanos. Tampoco sabía si se sentiría a gusto con esa gente. ¿Y si todos fueran igual que Bubba? Hank también estaba reconsiderando las cosas. Se sentía culpable por haber forzado a Maggie a aceptar el matrimonio bajo circunstancias tan poco favorables para ella.

– En cuanto a lo de casarnos…

– Te has aprovechado de mí.

– Sí. No te importa, ¿verdad?

– ¡Por supuesto que me importa! -Maggie se incorporó sobre un codo-. ¿Me lo has propuesto en serio?

– Absolutamente. Te amo. De hecho, vuelvo a preguntártelo para oficializarlo. ¿Te casarás conmigo?

– No te creo.

– Demasiado tarde -dijo Hank-. Ya dijiste que sí.

– Puedo cambiar de opinión.

Hank pasó la pierna por encima de ella.

– Supongo que tendré que agotarte nuevamente.

– ¿Y qué hay del baile?

– ¿No prefieres que te seduzca?

– ¡No!

Hank deslizó la mano sobre su vientre y le besó el hombro desnudo.

– Mentirosa.

– Todo el mundo nos está esperando allí. ¿Qué pasará con nuestra nueva imagen? ¿Y con la respetabilidad? ¿Y el lagar para extraer el jugo de las manzanas?

Hank protestó. Maggie tenía razón. Necesitaba ese lagar.

– De acuerdo. Iremos a ese baile. Pero cuando regresemos, seguiremos con esto de la seducción.

Maggie se tomó la cabeza con las manos.

– ¿Cómo tengo el pelo?

– Estupendo.

Maggie suspiró y se levantó para mirarse en el espejo.

– Oh, Dios mío.

– No vas a pasarte otras tres horas en el baño, ¿no?

Media hora después, Maggie se puso el vestido, pasándoselo por la cabeza. Esta vez se colocó una enagua debajo y su cabello no estaba tan terrible como cuando se lo había peinado la primera vez, pero pasaba. Las huellas de la pasión tendían a perjudicarla en esos aspectos, admitió. Bajó las escaleras detrás de Hank y esperó pacientemente a que cerrara la puerta principal con llave.