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Slick Newman se paró junto a Maggie.

– Hola -la saludó-. Soy Slick Newman y me gustaría bailar contigo.

Hank apretó el brazo de Maggie por encima del codo.

– Elsie, ¿podría prestarme su monedero de cuero un momento, por favor?

Maggie lo miró, furiosa.

– Ni te atrevas a pedírselo -Se volvió hacia Slick-. Me encantaría bailar.

– Oh, no -intervino Hank, sosteniéndola aún por el brazo-. Me has prometido la primera pieza -Sonrió a Slick con simpatía-. Esta noche estoy un tanto tenso. Es la primera vez que estoy casado.

– Qué pena -respondió Slick, con una palmada comprensiva en el hombro de Hank-. Tú también eras uno de los verdaderos grandes.

Hank condujo a Maggie a la pista de baile.

– Muy bien. Ahí vamos -anunció, asumiendo una postura de baile. Respiró hondo y comenzó a balancearse ligeramente-. ¿Qué tal voy?

– Buen comienzo -lo elogió Maggie.

Hank la abrazó con más fuerza y siguió balanceándose.

– Después de todo, bailar no es tan terrible. Creo que me agradará.

– Sería más interesante si girásemos un poco, así nos desplazamos.

– No lo sé… Eso de los giros suena complicado -Cuando la hizo avanzar, la pisó-. Huy, lo lamento.

– Será mejor que te esmeres en esto -le aconsejó Maggie-, porque no voy a casarme de verdad con un hombre que no sepa bailar.

– No hay problema. Es sólo una cuestión de sincronización. Ay, lo siento -Con mucho cuidado, la hizo girar alrededor de Evelyn Judd y Ed Kritch-. ¿Con eso debo entender que, si aprendo a bailar, te casarás conmigo?

– No. Sólo estaba buscando un tema de conversación. Quería incentivarte de alguna manera. Fue una broma.

Evelyn Judd golpeó a Hank en el hombro.

– ¿Qué ven mis ojos? ¿Hank Mallone bailando? No lo creo. ¡Hace quince años, fuimos elegidos reyes de la feria y a este inepto no se le ocurrió nada mejor que faltar al baile de coronación! Sé que están recién casados, pero Hank me debe un baile.

Maggie se quedó boquiabierta al ver cómo Evelyn Judd se acomodaba diestramente entre los brazos de Hank y se alejaba con él. Luego la oyó quejarse mientras Hank decía-: Ay, lo lamento.

Entonces se sintió un poco mejor.

– Supongo que tendremos que bailar nosotros también -dijo Ed Kritch.

Era alto y esbelto, con cabellos trigueños que le caían sobre las orejas y la frente. Conducía a Maggie por la pista con naturalidad, sin apretarla, y la entretenía con la trivial conversación característica en esas circunstancias.

– ¿Te gusta Skogen? -le preguntó.

– Bastante -contestó ella.

– Esta semana el tiempo ha estado bastante seco -le recordó él.

Maggie coincidió en el comentario.

Se produjo una pausa. Ambos sabían que se estaba gestando la pregunta clave.

– Tengo entendido que eres escritora.

– Así es -afirmó ella.

– ¿Es cierto que tú tía te dejó un diario con… información personal?

– Mi tía era propietaria de un prostíbulo y, si bien su diario contiene ciertas observaciones personales, la información es sobre todo de carácter mundano.

Habían recorrido la mitad del salón y se encontraban a la sombra de una puerta abierta.

– ¿Te importa si nos detenemos aquí? -preguntó Ed-. El aire fresco me parece delicioso.

Por un momento, Maggie dio la espalda a Ed y a la puerta abierta para buscar a Hank con la mirada.

– Lamento tener que hacer esto -se disculpó Ed-. Espero que tu peinado no se estropee -Repentinamente la empujó hacia la puerta y le puso un saco de granos en la cabeza. Su grito quedó ahogado, pues una mano le cubrió la boca de inmediato. Empezó a patalear en el aire, pero unos fuertes brazos la levantaron del suelo, la transportaron una corta distancia y, finalmente, la arrojaron en el interior de un automóvil. En el acto encendió el motor y el vehículo salió de la playa de estacionamiento a tanta velocidad, que al tomar una curva Maggie perdió el equilibrio. Después, todo lo que se oyó fue el monótono zumbido del motor. Ed Kritch le quitó el saco para granos de la cabeza y se cobijó en el extremo del asiento posterior-. Ojalá que esto no empañe nuestra amistad, ya que vivirás en este pueblo por el resto de tus días. Además, somos prácticamente vecinos y todo eso -continuó-. Tienes que entender. Un millón de dólares es mucho dinero. Jamás se me habría cruzado por la mente la idea de un secuestro, o de un robo. Por ejemplo, la semana pasada compré un cuarto de aceite para autos en la tienda y Mamá Irma se equivocó con la vuelta. Me dio de más, pero yo se lo devolví. El problema radica en que el trabajo escasea mucho aquí en Skogen. Lo único que conseguí fue un puesto en la estación de servicio de Mamá Irma, para atender los surtidores de combustible. Pero el sueldo es muy bajo. No alcanza para mantener una familia. Y Evelyn y yo queremos casarnos.

Había otros dos hombres en el asiento de adelante. El conductor se volvió a medias y sonrió a Maggie.

– Yo soy Vern Walsh -se presentó-. Un placer conocerte -Asintió en dirección a su copiloto-. Él es Ox Olesen. Ed, Ox y yo vamos a dividir el millón entre los tres. Ox usará su dinero para pagar la universidad. Quiere estudiar computación. Y yo, con mi parte, compraré un par de vacas para poder instalar un tambo. ¿Ves que no somos tan malos? Nuestras raíces están en este pueblo, pero aquí no podemos ganar dinero. Hemos conversado el asunto y decidimos que, si tomamos prestado el diario de tu tía, no haremos daño a nadie.

Maggie meneó la cabeza. No podía creerlo. Su terror e ira iniciales pronto fueron desplazados por una devastadora curiosidad.

– Creo que me he perdido. ¿Qué es eso del millón de dólares?

– Alguien…, no creo que debamos decirte quién, ha ofrecido un millón de dólares por el diario de tu tía.

Maggie sintió que se sofocaba.

– ¿Un millón de dólares? ¿Y por qué rayos alguien iba a pagar un millón de dólares por el diario de mi tía Kitty? He leído hasta la última letra que está escrita en él y no vale un millón de dólares.

– Ahora lo vale -la contradijo Ed-. Podríamos compartir parte del dinero contigo, por habernos permitido que te sacáramos del baile. No somos codiciosos. No necesitamos todo el millón. Podríamos repartirlo entre cuatro en lugar de entre tres.

– No puedo entregar el diario de tía Kitty -dijo Maggie-. Ella me lo confió a mí. Yo prometí escribir un libro basándome en él.

– Caray -exclamó Ed Kritch-. No contábamos con eso.

– En mi opinión-dijo Vern Walsh-, tu tía Kitty era una buena tipa y seguramente habría estado dispuesta a ayudarnos a todos. Se habría alegrado de saber que su diario iba a servir para algo útil -Condujo el auto hacia el camino de ingreso a la casa de Hank-. Si no perdemos tiempo para ir a buscar ese diario, tal vez podamos regresar al baile justo a tiempo para ver la coronación del rey y la reina.

Maggie se cruzó de brazos y entrecerró los ojos.

– No voy a entregarles el diario. Está escondido y ustedes jamás lo encontrarán. Por otra parte, ¿han pensado en las consecuencias por haberme secuestrado?

– Somos ciudadanos de primera -comentó Ed-. Nunca hemos hecho nada malo. Podemos mentir como los mejores y todo el pueblo creería en nosotros.

– ¿Fueron ustedes los que irrumpieron en casa anoche y anteanoche? -preguntó Maggie.

– No. Este es nuestro primer intento. Según se dice, fue Lumpy Mooney el que trató de robarse el diario anoche. Además, se ha corrido la voz de que casi se rompe la espalda al caer de la escalera.

Todos, excepto Maggie, festejaron el comentario con risas.

Vern se detuvo a pocos metros de la casa. Había dos autos estacionados a la entrada y todas las luces estaban encendidas.

– ¡Miren eso! -gritó-. Ése es el auto de Slick Newman. Y la basura que está estacionada delante de él pertenece a Naricita Purcell.