– Confía en mí.
– Presumo que Vern tiene algo que ver en todo esto. No solo has regresado en su auto sino que él está en el bar, emborrachándose como si fuera la última vez. Tal vez deba ir al salón y preguntar al viejo Vern de qué se trata todo este misterio.
– De acuerdo. Yo te lo contaré, pero tú tendrás que jurarme que no te pondrás violento.
– De ninguna manera.
Maggie levantó ligeramente la nariz y alzó el mentón.
– Entonces no te lo cuento.
Hank se miró la puntera de la bota e insultó coloridamente.
– No juegues con la paciencia de un hombre.
– Tienes que jurármelo.
– Bien. Lo juro, pero contra mi voluntad.
– Resulta que medio pueblo está tras de mi diario. Alguien ha ofrecido un millón de dólares por él.
– ¡Vamos!
– Te lo juro con la mano sobre el corazón.
– Tiene que ser alguien de Nueva Jersey -dijo Hank-. Ningún habitante de este pueblo tiene esa suma.
Maggie no se sentía tan segura. Vern había ocultado con demasiada vehemencia la identidad de la persona que había ofrecido el dinero. Ella estaba convencida de que a Hank no le faltarían recursos para hacer confesar a Vern. Tan convencida, como de que no quería estar presente cuando él lo presionara.
– Mañana podrás jugar al detective, si lo deseas -le dijo Maggie-, pero esta noche tendrás que bailar conmigo.
CAPÍTULO 9
En el camino de regreso a su casa, Maggie se quitó los zapatos y trató de mover los dedos de los pies.
– Se me han entumecido -se lamentó-. Nunca volverán a ser los de antes.
Hank se sentó cómodamente al volante.
– Es tú culpa. Tú fuiste la que insistió en que bailara contigo.
– Sólo trataba de mantenerte ocupado para que no te portaras de forma indebida.
– Creo que sólo querías cobijarte en mis brazos.
En sus palabras había cierta dosis de veracidad, admitió Maggie. En realidad, no la había pisado tanto y además, había experimentado una bella sensación al mecerse en sus brazos al ritmo de la música. De hecho, se habría dejado llevar del todo si no hubiera sido obvio que el pueblo entero observaba cada uno de sus movimientos.
– Bien. ¿Qué opinión te merecen los buenos habitantes de Skogen? -le preguntó Hank.
– No me han deslumbrado -confesó ella, con total sinceridad-. Los hombres se han propuesto robarme el diario y las mujeres, a mi esposo. Mamá Irma me advirtió que ni se me ocurriera meter los dedos en su receta de pastel de manzanas. La señora Farnsworthme aseguró que mi vida sería una eterna maldición si no aprendía a hacer manualidades y Clara… estornudó algo sobre mi pastel.
– Clara Whipple. Es alérgica.
– ¡Lo hizo a propósito!
– Cariño, Clara Whipple estornuda sobre todo y todos.
Maggie se masajeó los dedos de los pies.
– Pues entonces debería usar un pañuelo.
Hank tomó por 1a entrada de su casa y lanzó una mirada de soslayo a los pies de Maggie.
– Lamento mucho lo de tus dedos. De verdad he tratado de ser cuidadoso.
– No es culpa tuya. Casi no me has pisado. Pero últimamente me he acostumbrado tanto a caminar descalza que no soporto los zapatos.
Tres automóviles que iban en dirección opuesta los pasaron por el angosto camino de tierra. El último fue el de Bubba. Se detuvo y bajó la ventanilla.
– No te preocupes -dijo Bubba a Hank-. Nos aseguramos de que dejaran todo en orden. Hasta hemos dejado encendida la luz del porche para cuando regresaras.
– Muy considerados -contestó Hank-. Algún día tendré que compensarte con un buen gesto de mi parte -Se irguió en su asiento y el rostro se le iluminó, como si de repente se le hubiera ocurrido una idea brillante-. Ya sé… ¿Qué tal una invitación a desayunar? ¿Por qué no vienes a desayunar esta mañana?
– Pensé que no podía ir más a desayunar.
– Ésta es una ocasión especial -Dirigió una mirada a Maggie-. No te importa, ¿verdad, Buñuelito?
– No quiero derramamientos de sangre -respondió ella-. Recuerdo haber vomitado cuando vi Rocky II.
Hank se despidió de Bubba y siguió camino.
– Pensé que a la gente de Nueva Jersey le gustaba esas cosas. ¿Y esa vez que golpeaste a aquel niño con tu canasto para viandas?
Maggie no le respondió. Estaba pensando en los diarios, con la esperanza de que aún estuvieran a salvo en su escondite. Al día siguiente, Hank presionaría a Bubba para que revelara la identidad de la persona que ofrecía el millón de dólares. Sería el primer paso en dirección correcta. Podrían recurrir a la justicia y presentar cargos, aunque el delito parecía bastante impreciso. Tal vez, conspiración con intento de apropiación ilícita. Un millón de dólares no era un juego de niños. Si uno deseaba algo con tanta desesperación como para desembolsar semejante cantidad, era de esperar que no se diera por vencido tan fácilmente. Si los habitantes del pueblo no lograban obtener las notas de Kitty, lo razonable era recurrir a profesionales. Y los profesionales no andan con medias tintas; están dispuestos a romper huesos y a disparar unos cuantos balazos si la gente no muestra predisposición a cooperar. De hecho, a Maggie no le entraba en la cabeza por qué no los habían contratado desde un principio.
– Hank, ¿no te resulta sospechoso que alguien dispuesto a pagar un millón de dólares proponga la idea a los inexpertos de los viñedos de Skogen?
– Quizás esto no haya empezado en los viñedos. Tal vez la propuesta se haya hecho a un individuo en forma privada, y él no pudo mantener la bocaza cerrada. Ahora todo el mundo quiere meterse en mi casa para poder darse la buena vida -Estacionó la camioneta y caminó hacia el porche junto a Maggie. Intentó abrir la puerta pero la encontró cerrada con llave-. Bueno, por lo menos tuvieron la delicadeza de echar llave antes de irse -Una pálida sonrisa regresó a sus labios. Sólo en Skogen una pandilla de ladrones dejaba todo en orden y hasta la luz encendida para cuando el dueño volviera a su casa. ¡Y su mejor amigo, Bubba, había sido uno de ellos! Obviamente, ningún habitante del pueblo consideraba delito grave violar una propiedad y tratar de hurtar bienes ajenos. A decir verdad, para ellos revestía más bien la importancia de una cacería de animales de carroña o de un campeonato de pesca.
Hank se preguntaba por qué. Los habitantes de Skogen no eran responsables en demasía. Se enorgullecían de su pueblo y cuidaban celosamente de lo suyo. Debía existir una razón para que ellos se creyeran con plena libertad y derecho de conseguir ese diario. La codicia era un fuerte motivo, pero Hank intuía que había algo más.
Maggie lo observó mientras abría la puerta.
– ¿Cómo entraron? Hemos cerrado puertas y ventanas antes de marcharnos.
– Esta mañana le pedí a Melvin Nielsen que hiciera duplicados de las llaves. Supongo que habrá hecho más de los que le pedí y que ahora los está vendiendo.
– Oh, maravilloso. Así me siento realmente segura. ¿En este pueblo existe alguna persona a quien no se la pueda comprar?
Hank la hizo entrar en la casa oscura y cerró la puerta detrás de ambos.
– No temas. Horacio y yo te protegeremos. Y si fallamos, te quedan Elsie y esa gata infernal que tienes.
Maggie pensó que necesitaba más consuelo que protección. En lo que a ella concernía, toda la gente del pueblo estaba para el chaleco de fuerza. Demasiadas generaciones endogámicas, decidió. Miró a Hank y se preguntó cómo habría hecho él para salvarse. Era una obra de arte de la genética.
– Cuéntame sobre los habitantes de este pueblo -le pidió ella-. No son tan espantosos como parecen, ¿no es cierto?
Hank la estrechó en sus brazos.
– No son espantosos; sólo excéntricos. Se me ocurre que aquí damos demasiadas cosas por sentadas, porque somos pocos y nos conocemos mucho. Y además, creo que la actitud relajada con la que esta gente ha irrumpido en mi casa tiene algo que ver con mi reputación.