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– Ah, sí, ¿eh? Y si te diste cuenta enseguida, ¿por qué me contrataste?

– Porque eras tú o nadie. No se había postulado ninguna otra muchacha para el puesto.

Estaban parados frente a frente, pie con pie, nariz contra nariz, con las manos en las caderas y gritándose a voz en cuello.

– Bien. Renuncio. ¿Qué me dices ahora? Ve a buscarte otra esposa.

– Ni loco que estuviera. Has hecho un trato y tendrás que cumplirlo -La tomó de los hombros y la atrajo con fuerza hacia sí para besarla. La reacción fue tan impactante para ella como para él, pero jamás en la vida había necesitado algo con tanta desesperación como ese beso. Cuando la apartó, su corazón latía con un ritmo enloquecido.

Elsie entró intempestivamente en la cocina, empujando las puertas vaivén.

– ¿Qué mierda está pasando acá? Los gritos de ustedes dos se oyen hasta la sala -De pronto, se interrumpió y meneó la cabeza-. Primero, se gritan como si quisieran arrancarse los ojos y ahora están por convertir esta cocina en una caldera. Este pacto que hicieron se está poniendo un poco raro, ¿no? Soy vieja. Tengo mis ideas formadas -Se encaminó hacia la cocina y levantó la tapa de la olla que había sobre la hornalla-. Esta carne a la cacerola estará sobre la mesa dentro de quince minutos. Será mejor que se apuren a comer sus bolitas de queso. Y en mi opinión, no se les va a caer la corona si sirven a esa gente algo para beber. Hace tanto que están allí que deben de tener la boca seca.

Elsie cumplió lo prometido al pie de la letra. A los quince minutos exactamente la carne a la cacerola estuvo servida, con galletas caseras de manteca, puré de papas, zanahorias cocidas, salsa de manzanas casera y bróculis al vapor. Dejó la fuente sobre la mesa y se quitó el delantal.

– Está por empezar un programa en la tele que quiero mirar -declaró-. En la cocina hay más papas y, de postre, tarta de manzanas.

– Gracias, Elsie -dijo Maggie-. De ahora en adelante, me encargo yo.

Elsie miró la mesa por última vez, evidentemente reacia a dejar sus manjares en manos de Maggie.

– Hay helado de vainilla para acompañar la tarta de manzanas. Y no se vaya a olvidar del café. Ya está todo listo.

– ¿Está segura de que no quiere cenar con nosotros? Hay lugar…

– No. Gracias, de todos modos no soy tan sociable. Tengo cosas que hacer. Usted encárguese de que todo el mundo coma como corresponde y ojo con la porción de tarta que le dé a Hank: está empezando a ensancharse.

Alguien llamó a la puerta y Elsie fue a atender.

– Es Linda Sue Newcombe -gritó desde el vestíbulo-. Viene a presentar una queja por el plantón de anoche y exige explicaciones.

Hank pareció sorprenderse.

– No recuerdo haber hecho ninguna cita.

Linda Sue, una muchacha baja y rubia, entró estrepitosamente en el comedor. Estaba que se la llevaban los demonios.

– Prometiste que iríamos a bailar a la granja. Hace dos meses que teníamos todo arreglado -Sonrió tímidamente a los padres de Hank, a modo de saludo-. Disculpen -les dijo-, pero hasta me había comprado un vestido nuevo para la ocasión.

Hank detestaba los bailes y tenía serias dudas de que hubiera aceptado llevarla a ése en especial. Linda Sue tendía a irse por las ramas cuando hablaba y él prefería hacer oídos sordos a sus delirios. Por lo tanto, probablemente se habría perdido alguna parte de la conversación y de allí habría surgido el malentendido. Suerte que estaba casado, pensó. Su vida social se había complicado más de la cuenta.

Linda Sue lloriqueó un poco y luego miró a Hank con una caída de ojos.

– Tal vez puedas resarcirme por tu falta.

– No lo creo -declaró Hank-. Me casé la semana pasada.

De pronto, Linda Sue abrió los ojos desorbitadamente.

– ¿Cómo que te casaste?

Hank hizo un gesto con su galleta a medio comer.

– Ésta es Maggie, mi esposa.

Linda Sue tenía las manos en las caderas.

– ¡Tú ibas a casarte conmigo!

Hank apretó los labios.

– Yo nunca he dicho que me casaría contigo. Eras tú quien lo afirmaba.

– ¿Quieres cenar con nosotros? -invitó Maggie-. Hay mucha comida.

Linda Sue miró la carne a la cacerola.

– Huele bien. ¿Qué hay de postre?

– Tarta de manzanas con helado de vainilla.

– Por supuesto. Me quedo -Tomó una silla que había a un costado y la arrimó a la mesa a la rastra-. Cuando la abuela de Hank vivía aquí, yo solía quedarme a cenar muy a menudo. Ella siempre agregaba una papa más a la olla, por si tenían alguna visita inesperada.

Maggie puso un plato más para Linda Sue.

– ¿Vives cerca de aquí?

– Vivía en la colina, al final del camino. Mis padres aún están allí -Se sirvió una porción de carne.

Maggie esperó a que Linda Sue continuara con el relato, o que alguien sacara otro tema de conversación. Pero la rubia estaba demasiado concentrada en el puré de papas y los padres de Hank, por su parte, miraban por la ventana. Por último, Maggie no pudo resistirlo más.

– ¿Dónde vives ahora? -le preguntó.

– Actualmente vivo en los apartamentos de Glenview. Quedan en las afueras del pueblo, justo a la salida de la autopista interestatal que va a Burlington.

El timbre volvió a sonar y Maggie se disculpó para ir a atender.

– Me llamo Holly Brown -se presentó la mujer cuando Maggie le abrió la puerta-. ¿Hank está aquí?

– Sí. En el comedor.

Holly Brown entró en el comedor. Dirigió una mirada desdeñosa a Linda Sue Newcombe y saludó a Hank con un enorme y mojado beso. Sonrió al matrimonio mayor y también los saludó.

– Me enteré de que habías vuelto al pueblo -dijo Holly a Hank-. Pasaba por aquí y decidí entrar a darte la bienvenida.

– Ahórratela -intervino Linda Sue-. Se ha casado.

Holly resopló, sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.

– ¿Hank? ¿Casado?

Maggie acercó otro plato y un cubierto e hizo lugar para Holly.

– Mi nombre es Maggie -anunció-. Nos casamos la semana pasada. Te quedas a cenar, ¿verdad?

– ¿Seguro que alcanza para todos?

– Sobra -contestó Maggie. Sabía que era una rotunda ridiculez, pero ¡vaya si no estaba sufriendo toda la sintomatología de una esposa auténtica! Se sentía posesiva, celosa y malhumorada. Dirigió una feroz mirada a su “marido”-. ¿Hay alguien más a quien debamos esperar?

Tal vez fuera una buena idea preparar algunas papas más.

Holly Brown colgó su bolso en el respaldo de la silla y se sentó.

– Esta boda ha sido muy repentina.

Hank se cortó una rodaja de carne.

– Maggie y yo nos conocimos el verano pasado, cuando fui a Rutgers.

Holly y Linda Sue intercambiaron miradas. Parecían escépticas.

– De todas maneras, sigue pareciéndome una boda muy repentina -repitió Holly-. Toda la población femenina de Skogen ha estado tras Hank durante años -dijo a Maggie-. Es más escurridizo que una ardilla. Nada personal, pero me llama sumamente la atención que haya ido a Nueva Jersey y que haya vuelto casado.

– Así son las cosas -insistió Maggie-. Amor a primera vista.

Holly dio vuelta la carne a la cacerola, buscando el extremo del trozo.

– Querida, con Hank siempre hay amor a primera vista. Pero nunca antes alguien había logrado casarlo.

Linda Sue cubrió sus papas con más salsa.

– Esta casa sí que guarda recuerdos -dijo Holly-. Cuando yo era niña, mi padre trabajaba en la cooperativa y pasaba a recoger la leche de todos los tambos. A veces, en verano, me dejaba acompañarlo. La abuela de Hank siempre me convidaba con masitas dulces y limonada. Si Hank estaba, me quedaba a jugar al Monopolio con él, en la galería. Después, creció y… -Se detuvo en la mitad de la frase, carraspeó y se concentró en cortar una rodaja de carne.