– Ese mismo, Miguelito -confirma Line.
– Pues lo tuyo sí que fue llegar y besar el santo. Ajena a la ironía, Line saca un espejito y una barra de labios Margaret Astor de su bolso en forma de corazón, hace un monino mohín frente a su propia imagen y comienza a pintarse los labios de color rosa fucsia. En el cristal del espejo ve reflejada la imagen del obrerete mayor, que le está sacando lascivamente la lengua. Ella pone cara de absoluto asombro, y, como si la cosa no fuese con ella, acaba de pintarse los labios y continúa tranquilamente con la conversación.
– En cualquier caso, querida, y para que te consueles, que sepas que, visto lo visto, mejor me habría quedado en casa para hacérmelo con el dedo. Así por lo menos me habría corrido.
El conductor, que estaba atento a la conversación desde el principio, da un respingo y, como consecuencia, el autobús pega un frenazo salvaje. Nosotras salimos disparadas de nuestros asientos.
– OIGA USTED -le grito al conductor-, A VER SI CONDUCIMOS CON MÁS CUIDADITO, QUE YO AUN NO HE HECHO TESTAMENTO NI TENGO SEGURO DE VIDA.
Volvemos a sentarnos con mucho cuidado.
– De verdad, cada vez que me siento me acuerdo del bruto ese -dice Line-. Qué ganas tengo de llegar a casa. Lo primero que voy a hacer va a ser pegarme una ducha de las que hacen época, para quitarme las babas del memo aquel. ¡Qué manía! Ni que me quisiera hacer un traje de saliva.
– Pues yo me lo he pasado divinamente -digo, y Line me dirige una mirada escéptica que finjo no captar-. Estuve bailando trance toda la noche y acabé mirando el amanecer desde la terraza. Mucho mejor que si me hubiera ido a follar con un pesado. Yo, qué quieres que te diga, ya paso.
– Menos lobos -me suelta Line con su vocecita aguda-. A ti lo único que te pasa es que desde que te ha dejado el bobo de Iain no levantas cabeza. Estás colgadísima de él, admítelo. Pero tienes que asumir que el mundo no se acaba, que hay más hombres. Además, perdona que te diga, pero Iain era un memo y un pedante y un redicho. No sé qué pudiste ver en él.
En ese momento Line cae en la cuenta de que cerca de la puerta central, de pie, agarrándose a la barra con una mano, hay un chico jovencito que está mirándola embobado. Viste un traje barato de alpaca con corbata, lleva zapatos italianos y calcetines blancos. Cuando repara en el hecho de que Line también le mira, se ruboriza y regresa apresuradamente a su lectura.
– El hecho de que no me apetezca follar no tiene nada que ver con Iain. Simplemente, paso. Es que es un coñazo. El otro día hice la cuenta y resulta que en lo que va de año me lo he hecho con once tíos diferentes…
– Más quisieras, guapa -me corta Line, escéptica. Prosigo con mi discurso, ajena a la interrupción.
– Once. Y molarme de verdad, lo que se dice DE VERDAD, ninguno, excepto Iain, por supuesto. Total ¿a qué se reduce la cosa? Pillas a uno a las tantas de la mañana, completamente borracha, y al cabo de unas horas te despiertas de puro frío porque, claro, en su casa no hay calefacción, y te encuentras con que a la luz del día el tío no es ni la mitad de mono de lo que tú creías, y para colmo tiene un culo horrible…
– Lo de los culos es como los melones. No sabes si son buenos hasta que no los has abierto -dice Line, y señala con un gesto de la cabeza el culo del jovencito trajeado, que finge estar enfrascado en su lectura-. Aunque para culo bonito, todo hay que decirlo, el de Santiago.
– Line, por favor, no seas macabra. No es manera de hablar de un difunto.
– La macabra serás tú. Tenía el mejor culo de Madrid, y no veo nada malo en reconocérselo a título póstumo.
En ese momento al estudiante se le cae al suelo la carpeta, que arma un estruendo digno de una demolición. Agradezco la inesperada interrupción porque no quiero que se me instale en la mollera el recuerdo de Santiago. Volvemos la cabeza y vemos todo el contenido de la carpeta desparramado por el pasillo. Entre los apuntes hay un Private. El chico se apresura a recogerlo todo, agachándose, y enseguida Line cae en la cuenta de que el estudiante está aprovechando su posición para mirarle las piernas. Por toda respuesta, ella recoge el Private, muy digna, y se lo entrega a su legítimo propietario.
– Esto es tuyo -le dice, y sigue charlando conmigo como si tal cosa-. Continúa con lo que decías. Ibas por lo de la calefacción que no funcionaba.
– Pues eso -prosigo-. Y luego, cuando te levantas, vas a darte una ducha y te encuentras con que funciona con un termo jurasico al que sólo le dura tres minutos el agua caliente. Y cuando vas a la nevera a buscar algo de desayunar sólo hay un yogur caducado y una cerveza sin gas. Y a veces ni eso. Ya me dirás tú si lo de follar compensa.
Line se ríe con la risa cómplice de quien sabe de qué le están hablando.
– ¡Y, además, luego tienes que volver a casa! -apunta ella-. Porque yo no sé cómo lo hago, hija, pero siempre acabo ligando con naturales del extrarradio. Creo que a partir de ahora voy a preguntarles dónde viven, por muy puesta que esté, y si no dicen que viven en el centro, la han cagado. Aunque vaya de éxtasis.
– Lo que es por mí, como si viven en la plaza Mayor -respondo con aire de superioridad-. Paso total de todos. Al final, los tíos con los que ligamos son idénticos a sus viejos, que le echan a la parienta el casquete de los sábados mientras piensan en los culos de las azafatas del Telecupón. Y no miro a nadie -remato, dirigiendo una explícita mirada al obrero mayor, por si no se había dado por enterado.
– 0 sea, que has decidido dejar de follar -concluye Line.
– Más o menos. Como mi hermana Rosa. 0 hacerme lesbiana, como Gema.
– Quita, quita, que bastantes problemas tiene la pobre Gema. Estoy segura de que se ha colgado con la tesis esa que está haciendo sólo porque no folla… Oye, ¿tú has leído a «freud»? -pregunta sin venir a cuento, y pronuncia «freud», como suena.
– ¿A quién? -pregunto a mi vez, con una mueca de asombro.
– Pues hija, a «freud» -responde Line encogiendo los hombros, para dar a entender que me habla de algo muy obvio-. El padre del psicoanálisis… Me vas a perdonar, pero me sorprende que no lo sepas.
– Querrás decir «froid». Y sí, lo he leído -respondo ofendida, porque acaba de llamarme inculta con todo el morro, ¡a mí!
– Bueno, pues ése, «froid» o como se diga. He oído que escribió una cosa muy interesante que se llamaba teoría de la sublimación.
– Sí, y también escribió que las mujeres tenemos envidia del pene. Menuda tontería. Es evidente que con un solo coño te puedes agenciar todos los penes que te de la gana, así que no sé por qué íbamos a envidiarlos.
– Sí, vale, pero yo de lo que hablo es de lo de la sublimación esa. 0 sea, que si toda la energía que concentramos en el sexo, que en nuestro caso es mucha, la empleásemos en otra cosa, nos haríamos ricas. Tú, por ejemplo, si has decidido dejar de follar, puedes ponerte a escribir una novela. Piensa en todo el tiempo que te va a quedar libre.
– Pues mira, a lo mejor me lo pienso…
– Además, no te hablo sólo de la energía que empleamos en hacerlo, sino también de la energía que empleas en pensar en ello y en buscarte con quién hacerlo y en desembarazarte luego de él. Bueno, pues si toda esa energía la empleas en hacer otra cosa más importante, pues eso, que la sublimas.