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– Tú has visto mucho porno -me responde Gema.

– Además tampoco hace falta que explique que se trata de un juguetito de su novia -añade Line-. Siempre puede decir que le tocó en una rifa de una despedida de soltero, y que le apetece ver cómo funciona.

– Pues peor me lo pones… -otra vez Gema-. ¿Qué iba a pensar la chica de sus amistades? Y, por cierto, ¿cuánto tiempo llevabas con ese novio?

– ¿Qué pasa? ¿Quieres que te dicte mis memorias, o qué?

– ¿Ves? Si cuando yo digo que eres una borde, lo digo por algo.

– No, si es verdad. Ya te he dicho que por eso me dejó Iam. Se hartó de mis numeritos, de mis desplantes, de mis depresiones y de mis psicólogos.

– ¿Y cómo lo llevas?

– Así, así… tirando. La verdad es que andaba dudando entre hacerme lesbiana o meterme a monja.

– Ambas cosas son compatibles. Y si no acuérdate de esa monja que nos contabas que te perseguía por los pasillos de tu colegio… -me recuerda Line.

– ¡Qué horror! Ni me la menciones.

– Pero si buscas consejo, yo de ti optaba por la primera opción. No sólo porque suena más interesante, sino porque, ahora que has adelgazado, sería una pena que ocultaras tus encantos bajo un hábito talar -dice Gema.

– ¿Me estás tirando los tejos?

– Bueno, ya que has dicho que ibas a hacerte lesbiana, quiero apuntarme la primera al club de tus admiradoras -avisa Gema, sonriente y, supongo, irónica.

– Tía, que nos conocemos desde hace seis años…

– Nunca es tarde si la dicha es buena.

– Oye, que si sobro no tenéis más que decirlo y me bajo del coche, ¿eh? -interrumpe Line.

Yo finjo no haberme enterado y cambio de tercio.

– Puedo hacerte una pregunta indiscreta? -le suelto a Gema.

– Las preguntas no son indiscretas, tal vez las respuestas, dijo Oscar Wilde -cita Line.

– Creíamos que el pedante era mi novio -le recuerdo yo.

– Ex novio -puntualiza ella.

– ¿Cuál era la pregunta indiscreta? -pregunta Gema.

– Que si te lo has hecho con un tío alguna vez, como si lo viera -suelta Line desde atrás.

– ¿Era ésa? -pregunta Gema.

– Era ésa -confirmo yo.

– A partir de hoy, llamadme Sibila -dice Line.

– Pues tampoco era tan indiscreta, hija. La respuesta es sí. Con unos cuantos. Me lo hice con el profesor de lingüística de primero, por ejemplo.

– ¿EL DE LINGÜíSTICA? -chilla Line-. ¿Con aquel monstruo? ¡Qué asco! Si debía de rondar los ciento veinte kilos… No me extraña que decidieras hacerte bollera. Después de una experiencia semejante, cualquier cosa.

– No me seas reaccionaria. Ser gay no es ser cualquier cosa -replica Gema indignada.

– Es un decir, joder. No te me pongas concienciada ahora, que son las seis de la mañana.

– ¿Y vosotras, ya que preguntáis? ¿Os lo habéis hecho con una tía?

– No -contesto.

– Bueno, sí -responde Line a su vez-. Ésta y yo nos hemos dado algún que otro morreo y una vez lo hicimos las dos con Santiago…

– 0 sea, que no -la corta Gema.

– Supongo que no. -Me lo pienso un segundo-. No.

– No -confirma Line.

– Y, dime, ¿es muy diferente? -pregunto yo.

– ¿El qué? -Gema, a la gallega, responde con una pregunta.

– El qué va a ser… Follar con un tío y follar con una tía.

– Sí y no. A ver, cómo te explico… -El éxtasis debe de estar subiéndole. Si no ¿a qué viene semejante talante comunicativo? En otras circunstancias me habría mandado a la mierda-. En una relación con un hombre está claro desde el principio que nunca se llegará a una comprensión absoluta. Con los hombres se parte de la contraposición, y con las mujeres de la identificación. Con las mujeres es quizá más ingenuo, los roles no están preestablecidos, ni en la cama ni fuera de ella, y todo se hace más fácil. Hay muchas cosas que un hombre no puede comprender porque simplemente no sabe lo que significa ser mujer. Y hay otra diferencia muy grande: los hombres no tienen pechos, y las mujeres no tienen los músculos de los hombres…

– Y te ahorras eso de la felación, que es bastante incómodo, a no ser que tengas la boca muy grande… -Line interrumpe el formativo discurso de Gema.

– 0 que él la tenga muy pequeña -completo yo.

– A mí me echa un poco para atrás. ¿Sabe bien? -Line, siempre tan directa.

– ¿El qué? -pregunta Gema.

– El qué va a ser… comérselo a una tia, coño -responde Line.

– Mujer, depende, pero en general, sí. Sí, sabe bien, pregúntaselo a cualquier tío. Además, el sexo de una tía visto desde cerca es muy bonito. Parece una flor. Una orquídea. Y es blandito, da gusto jugar con él. Qué quieres que te diga, a mí me resulta mucho más desagradable tener que chupársela a un tío, que a veces te atragantas y no puedes ni respirar…

– Y que hay mucho guarro que no se lava… -Line de nuevo. -Yo lo que detesto es cuando te agarran la cabeza con las manos y te obligan a meterte el aparato hasta la campanilla, y tú ahí, medio asfixiada, que vas notando cómo te falta el aire -explico yo.

– Pues eso con una tía no te va a pasar. -Gema sentando cátedra.

– No, si al final acabarás por convencerme. Además, después del modo en que me ha tratado Iain casi se me han quitado las ganas de relacionarme con más.

En ese momento nos fijamos en un par de maderos que están de pie en la acera, haciendo un control. Han aparcado el coche a un lado de la calle y están parando a algunos automóviles. Se ha formado un embotellamiento importante.

– ¿Esto qué es? -pregunta Line.

– Un control. Terroristas, seguro. Me juego la vida a que ha habido un atentado -predice la agorera de Gema.

– Para mí que es un control de alcoholemia -opino. Los maderos nos hacen señas de que nos detengamos, supongo que porque el viejo cuatro latas de Gema, lleno de pegatinas, tiene bastante mala pinta. Una panda de pijos engominados pasan a nuestro lado en un Golf GTI. A ellos, claro, no les paran.

Uno de los maderos le dice a Gema que salga del coche. Line y yo contemplamos cómo el tipo le pide el carnet de conducir y los papeles del vehículo. Gema, muy calmada, los saca de la guantera y se los enseña.

El madero nos mira a Line y a mí y nos hace una seña. Ahora nos toca a nosotras salir del coche. Lo hacemos. El tío abre mi bolso y lo primero que saca es la pitillera de plata que me regaló Iain (por cierto, yo no fumo. El listo de Iain se lució con el regalito). La abre y se encuentra la bolsita.

Me doy cuenta de lo estúpidas que hemos sido. Ni se nos había pasado por la cabeza que la madera pudiera ponerse a controlar a la gente que salía del Planeta X para pillar éxtasis. Yo ya había oído que eso se hacía, pero siempre había pensado que se apostaban a la puerta de las macrodiscotecas del extrarradio, en Atica o el Central, no en pleno centro de Madrid. Aunque, en realidad, que hagan un control aquí es lo más lógico, porque el Planeta X es un nido de pastilleros y farloperos, como todo el mundo sabe. Maderos incluidos, por lo visto.

Oigo un zumbido en los oídos. Se trata de la sangre, que se me agolpa en las sienes.