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Sí, sé que tengo suerte de haber nacido en Madrid y tener la piel blanca.

En la otra habitación, la de la máquina de escribir, nos espera el secreta de la barba. Me dice que me siente.

– Hemos tomado declaración a tus dos amigas y las versiones prácticamente coinciden -explica.

Me fijo en su cara. Le falta algo, no sé, expresión, diría yo. Una cara que ha envejecido pero no ha madurado. Ya sé a quién me recuerda: a un Geyper Man.

– Hemos comprobado vuestras fichas y ninguna de las tres tenéis antecedentes penales -continúa-. Me parece que por esta vez vamos a dejar que os vayáis sin problemas. Pero quiero que tengas en cuenta que hemos tomado vuestros datos y que si volvemos a pillaros en una parecida os meteréis en un lío muy gordo, ¿entendido?

– Entendido.

– Otra cosa. Hemos hecho un primer examen de vuestras pastillitas, y aunque todavía es muy pronto para que el laboratorio nos envíe la confirmación oficial, puedo decírtelo. Puro palo, vuestras pastillas. Polvos de talco.

– No me lo creo. ¿Y el subidón que llevo yo, qué? -Mira que soy metepatas. ¿Cómo he podido soltar esto? ¿Por qué nunca me quedo calladita?

Él esboza una media sonrisa que reprime a tiempo. Gracias a Dios. Le he caído en gracia.

– Sugestión. Las niñas de vuestra edad son muy impresionables -dice y se levanta.

No se me ha pasado por alto el tonillo con que ha soltado lo de «las niñas de vuestra edad».

El de la barba se larga sin decir ni adiós. Me quedo a solas con el policía jovencito.

– ¿Esto es todo? -pregunto.

– ¿Qué más quieres? Esto es todo. Ni interrogatorio a la luz de un flexo, ni palizas en una habitación con las paredes ensangrentadas, ni nada.

El policía jovencito me acompaña a la puerta.

– Ojalá fueran todos como vosotras: ni antecedentes, ni mal comportamiento, ni quejas. Y encima habéis respondido a todo a la primera. Hija, daba gusto tomarte declaración. En los dos años que llevo en esta comisaría nunca me he encontrado con unas ninas tan dulces como vosotras. Mira, ahí están tus amigas -dice, señalando a Line y Gema, que aparecen escoltadas por un policía de uniforme-. Hala, vete con ellas, y cuidadito con esas tonterías que hacéis, que no quiero volver a veros por aquí.

Me siento como cuando tenía cuatro años y mi madre, aliviada aunque un pelín aprensiva, me dejaba a la puerta del parvulario.

Las tres salimos sin decir nada. Ya es mediodía y el sol brilla en todo su esplendor. Las coletitas rubias de Line refulgen como hilos de oro. Después de la oscuridad de la celda me parece que yo soy la persona más afortunada del mundo sólo por poder notar el beso del sol en la cara y poder respirar el aire de la calle.

Al cabo de unos minutos, Line rompe el silencio.

– ¿Te han registrado?

– No. ¿Y a vosotras?

– No. Yo pensaba que me desnudarían y vendría una sargento bollera, como en las películas, a meterme un dedo por el coño, pero nada.

– Percibo un cierto matiz de desilusión en la vocecita de Line.

– El madero me ha dicho que los éxtasis eran de palo. Y yo no sé qué creer, porque a mí me da la impresión de que esto sube una barbaridad -digo.

– Qué coño de palo. Se los habrán quedado ellos, como si lo viera. Todos los de la brigada de narcóticos poniéndose ciegos a nuestra costa. Tres horas perdidas y veinticinco talegos a la basura -sentencia Gema.

– ¿Has estado a punto de ir a la cárcel y todavía piensas en la pasta? -le pregunto.

– ¡Qué cárcel ni que ocho cuartos! Pero si estaban ansiosos por librarse de nosotras, Cris. No somos más que tres niñas pijas a las que les han metido un susto.

Asiento. Respiro hondo. Inhalo inmensidad. Voy de éxtasis, ¿o no?, y los colores de la calle (los amarillos y azules y rojos de los coches, el blanco de las nubes, el gris de la acera, el rosa del pichi de Line) me hacen daño en los ojos. Resplandecen, relumbran, centellean, fulguran, refulgen, llamean, se alimentan agradecidos de los rayos del sol, y yo con ellos. Sí, creo que debo ir puesta.

Ya estamos de nuevo en la calle, a la que evidentemente no pertenecemos.

Podrías decir que cada año que cumples supone una nueva pincelada para añadir al que será tu retrato definitivo. Podrías decir también que cada nuevo año es una paletada de tierra sobre la tumba de tu juventud. Cada nuevo año supone más experiencia, y, por tanto, dicen, más sabiduría y serenidad. Cada cumpleaños supone el recordatorio puntual de tu conciencia: este año tampoco has hecho nada con tu vida.

Hace un mes cumplí treinta años. Llevo desperdiciado exactamente un tercio de mi existencia.

«Si desea tener éxito como mujer de negocios póngase de pie con tanta frecuencia como sus colegas masculinos y en las mismas situaciones que éstos. No permanezca sentada cuando alguien entre en su despacho o se reúna con usted ante su mesa. No importa lo que digan los manuales de urbanidad: si quiere usted igualdad de oportunidades e igualdad de trato, debe ponerse en pie como un hombre, literal y figurativamente hablando.»

Especialmente, si es usted tan alta, o más, que la mayoría de sus colegas masculinos.

«Compórtese como un hombre. Controle sus sentimientos. No llore en público. Que sus gestos siempre sean adecuados y aceptables con arreglo a la situación concreta. Sincronice las palabras con las acciones.

»Prepárese para lo peor. Recuerde que, por lo general, cuando las mujeres se encuentran al frente de la dirección siempre son blanco de críticas que nada tienen que ver con su capacidad profesional. Incluso algunas de las cualidades que en los hombres empresarios son vistas con respeto e incluso admiración, en las mujeres se transforman en cualidades negativas. Si una mujer centra toda su energía en el trabajo, se la calificará de frustrada; si se rodea de un equipo y comparte responsabilidades, entonces será insegura; si dirige con firmeza, la llamarán amargada.”

Treinta años. Diez millones de pesetas al año. Un BMW. Un apartamento en propiedad. Ninguna perspectiva de casarme o tener hijos. Nadie que me quiera de manera especial. ¿Es esto tan deprimente? No lo sé. ¿Es esa pastillita blanca y verde que me tomo cada mañana la que me ayuda a no llorar? ¿Esa pastillita que el médico me recetó, ese concentrado milagroso de fluoxicetina, es la que hace que las preocupaciones me resbalen como el agua sobre una sartén engrasada?

¿Es la paz o el prozac? No lo sé. Treinta años. El comienzo de la madurez. Una fecha significativa que había que celebrar.

Pero yo no quería organizar una fiesta de cumpleaños porque en realidad no tenía a nadie a quien invitar. Mis hermanas y mi madre, por supuesto, pero ¿las quiero realmente? Sí, hasta cierto punto. Son mi familia. Siempre lo han sido y siempre lo serán.

Mi madre y mis hermanas constituyen la única referencia

Mi madre siempre será permanente mi madre, tan glacial y distante, tan contenida, pero se ha portado bien conmigo, y, sobre todo, siempre ha estado ahí, inamovible como un mojón que marcara el principio del camino.