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Acurrucada en el sofá me invento otra vida, otro nombre, otra personalidad. Imagino que no me he casado. Y que he estudiado, que he estudiado una carrera seria, no esa tontería de secretariado internacional que no me sirvió para nada. Me veo como una mujer eficiente y segura, vestida con un elegante traje de chaqueta oscuro, que se mueve como un pez en un mar de pasillos y despachos, enarbolando un ataché negro lleno de valiosos documentos, como la abogada de la Ley de Los Ángeles, y los hombres me miran con respeto y las mujeres con envidia. No tengo a un hombre a mi lado ni lo necesito, porque no soy la señora de nadie y no dependo de ninguno. Me imagino que soy como mi hermana Rosa, que tengo un BMW y gano diez millones de pesetas al año. Si fuese Rosa, pienso, no estaría sumergida en este caos. Si fuese Rosa agarraría con fuerza las riendas de mi vida y la llevaría hacia donde yo quisiera; si fuese Rosa controlaría la velocidad, las curvas y los baches, viviría la vida a ritmo de vértigo, pero no me estrellaría.

Más tarde, cuando Borja padre duerma y Borja niño duerma también, cuando se me haya pasado el efecto del delgamed y comience el del donorino1, cuando mis pensamientos se diluyan y mi cabeza se convierta en un amasijo borroso, cogeré el teléfono y marcaré el número de Rosa, pero como no sé cómo decir estoy sola, estoy desesperada, quiero ser como tú y necesito ayuda, me limitaré a hacerle escuchar La hora fatal, convencida de que el desgarro de la canción expresa perfectamente el estado en que me siento y transmite cómo la idea de la muerte no me abandona en ningún momento, cómo vivo en una agonía opaca e ingrata, encenagada en el tedio, porque, Rosa, siempre habéis creído que yo era la tonta de la casa, una buena chica sin más, pero me temo que no era tan tonta, que soy demasiado lista, lo suficientemente lista, al menos, para darme cuenta de que esta vida que llevo no me dice nada, y que lo que yo querría es ser como tú, pero lo suficientemente tonta para no saber cómo arreglar este desaguisado en que yo misma me he metido.

Un día cualquiera en la vida siempre constituye una fecha señalada. Aunque no nos demos cuenta. Nos iremos a la cama con los ojos cansados y en la cabeza la idea de que hemos vivido un día exactamente igual a tantos otros. Sólo años más tarde nos daremos cuenta de la crucial importancia de aquella fecha en nuestras vidas.

El 17 de mayo de 1980, en MaccIesfield, a punto de partir hacia Estados Unidos con la primera gira americana de Joy Division, lan Curtis visitó por última vez la casa que había compartido con su mujer e hijo y, tras mirar en la televisión la amarga odisea de Bruno S. que su director favorito, Werner Herzog, narraba en Stroszek, se colgó, en la madrugada del día siguiente, del techo de la cocina.

El 17 de mayo de 1980, en Londres, Iain Bruton, que acababa de mirar Stroszek por televisión, se fue a la cama con el sufrimiento que expresaba la mirada de Bruno S. grabado en la retina. No conseguía dormir y pasó la noche bebiendo whisky y escuchando cómo las gotas de lluvia golpeaban contra el cristal de la ventana. Por fin, llegada la madrugada, cerró los ojos y el sueño le invadió. Y soñó con un ángel de enormes alas blancas que paseaba lenta, lentamente, arrastrando los pies desnudos sobre la hierba verde y fresca del cementerio, reflejando el mármol frío de las lápidas en sus ojos vencidos. A la mañana siguiente, cuando leyó en el periódico la noticia del suicidio de Curtis, comprendió que el ángel que había visto en su sueño era el espíritu de lan. Inmediatamente se dirigió a Tower Records con la intención de comprar todos los discos y los singles de Joy Division. El dependiente negro le hizo saber que se habían agotado apenas media hora después de que la tienda abriese las puertas. La muerte vende.

El 17 de mayo de 1980, en Madrid, Ana Gaena, mi hermana mayor, hacía girar en el dedo el anillo de oro que Borja, su novio le había regalado aquella misma tarde, para celebrar el año que llevaban saliendo juntos, y clavaba los ojos en los destellos del diamante, intentando imaginarse a sí misma toda vestida de blanco purísimo, arrastrando un largo velo por el pasillo central de la iglesia.

El 17 de mayo de 1980, en Madrid, Rosa Gaena, mi otra hermana, encorvada sobre su libro, intentaba atiborrarse de tablas estadísticas y lanzarse de cabeza al interior de un mundo desconocido, donde en lugar de casas, carreteras, tiendas, portales y familias había probabilidades y desviaciones, medidas de dispersión, modelos econométricos y cálculos matriciales. Rosa intentaba desesperadamente buscar su lugar en un mundo hecho de números, porque no había podido encontrarlo en un mundo construido con sentimientos encontrados y traiciones disimuladas.

El 17 de mayo de 1980, Cristina Gaena, yo, abrazada en silencio al cuerpo de su primo Gonzalo, repetía despacio, mentalmente, los nombres de todos los peluches y las muñecas de su infancia, a los que inmediatamente antes de irse a dormir solía besar y dar las buenas noches, uno por uno, y juntaba sus labios con los de Gonzalo Anasagasti, y escurría sus dedos entre las ondas del pelo rubio y suave de su primo, y dejaba que él le besase lentamente el cuello y aspirase su olor a Nenuco, porque sabía perfectamente que ella, y sólo ella, era su muñeca preferida.

Quince años después, en prueba de amor, Iain Bruton me regaló su disco más querido: Love Will Tear Us Apart, de Joy Division, en versión maxisingle. Una rareza de coleccionista. Yo sabía muy bien cuánto le había costado separarse de él. Así que convertí la primera escucha en una ceremonia religiosa. Apagué todas las luces del apartamento y encendí un único cirio rojo que tiñó las sombras de misterio. Puse el disco. Escuché ese sonido chirriante y obsesivo de la aguja cuando comienza a rascar el vinilo. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Allí dentro, humo y jirones de nube roja flotaban hacia un horizonte negro. La voz de lan Curtis invadió de improviso aquel territorio bicolor, y se hizo con él. When the routine bites hard and ambitions are low and the resentment rides high but emotions won't grow… Do you cry in your sleep all your Jailings expose? Era la voz de un muerto. Amé su soledad y amé su orgullo. Get a taste in my mouth as desperation takes hold. It is something so good Just can't function no more…? El amor nos va a separar. Pero yo no necesitaba escuchar aquella canción desoladora y dura, demasiado bella y demasiado real, aquella rotunda aniquilación de la esperanza, aquel retrato en blanco y negro del placer y el tormento, aquella afirmación de la impotencia ante un mundo sin respuestas que penetraba en mi carne con la misma aséptica certeza con que lo haría el bisturí de un cirujano, para saber lo que había sabido desde niña, desde siempre: el amor destroza. Profunda, hiriente, dolorosamente.

El mundo está lleno de vampiros. Aquel que muerde fue un día mordido. El que golpea fue golpeado. El que abusa sufrió abuso. El bien y el mal no surgen de la nada, alguien los metió en nuestra cabeza a golpes de martillo. Al nacer éramos piedras que esperábamos que la vida nos tallara. Al crecer nos convertimos en estatuas. Podemos quebrarnos o rompernos, pero básicamente ya no cambiamos.

Yo creo que en el mundo hay dos tipos de personas: los que creen y los que no creen en el Gran Porqué. Los psicoanalistas creen en el Gran Porqué, y los psicólogos no, y Yo, que a ojos de mi madre y mis hermanas estoy chalada, y que he tenido que aguantar a unos y a otros desde que cumplí quince años, he conocido de cerca ambas opiniones.