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– No es justo -protestó ella, entre risas-. Ya no he vuelto a hacer ese tipo de cosas… -y contraatacó con otra anécdota sobre su hermano que hizo reír a todos.

El café y los licores fueron servidos en el patio. Trevor todavía seguía hablando con Maud, que lo escuchaba muy concentrada. Y Barney había pasado a su tema favorito: su jardín.

– Me gustaría enseñártelo, pero me siento un poquitín cansado. Jennifer, querida, ¿por qué no lo haces tú?

Steven recogió su copa, y le tendió a Jennifer la suya.

– Vamos -le dijo.

El jardín estaba iluminado con pequeños focos de variados colores, y a pesar de la oscuridad reinante, no tuvieron mayor problema en seguir el sendero entre los árboles.

– Es como un lugar encantado -fue el inesperado comentario de Steven-. Yo también tengo un jardín, y un día me gustaría dedicarme de lleno a él. Pero por el momento es Maud quien lo cuida.

– ¿Ella vive contigo?

– Más o menos. Debido a su trabajo viaja tanto que casi no le merece la pena tener una casa propia, así que utiliza un par de habitaciones de mi casa -de pronto sorprendió una mirada de Jennifer cargada de significado, y se apresuró a añadir-: Si estás pensando que soy el clásico hermano mayor todopoderoso y protector, olvídalo. Maud puede parecer muy delicada, pero tiene un carácter tan duro como el acero.

– Espero que se esté divirtiendo con Trevor…

– No lo dudes.

Siguieron paseando por el sendero hasta llegar a un pequeño estanque, largo y estrecho, atravesado por un puentecillo de madera. Jennifer se apoyó en la barandilla, con la mirada fija en su copa de vino, escuchando el soñoliento murmullo de los patos.

– No sé por qué, pero tengo la sensación de que David Conner ha llamado -le dijo de repente Steven.

– Estás adivinando -repuso ella, sonriendo a su pesar.

– Esta noche pareces completamente diferente. La primera vez que nos vimos estabas tensa e incómoda. La segunda, ardías de furia. Anoche estuviste amable, pero distraída. Y ahora, estás feliz y encantadora. La razón es obvia.

– Quizá -levantó su copa a modo de brindis, inconsciente de la expresión provocativa de su mirada.

– No deberías mirar a un hombre así a menos que vayas en serio -le dijo Steven.

– Sólo estaba brindando por tu perspicacia. Creo que me comprendes bastante bien.

– No del todo. No entiendo lo de Conner. ¿Qué clase de poder ejerce sobre ti para transformarte en una seductora sirena?

– ¿Piensas que soy una seductora sirena? -se burló, riendo.

– Sabes lo que pienso de ti, Jennifer, y creo que se trata de algo mutuo. Sigue estando ahí, a pesar de tu amante. Porque Conner es tu amante, ¿no?

La pregunta la tomó por sorpresa. Por un momento se quedó sin palabras, y Steven añadió:

– No me refiero a después de la discusión, sino a antes de eso. ¿Ha sido tu amante?

– No voy a discutir de mi vida amorosa contigo… -empezó a decir ella.

– Me parece una sabia decisión. Yo preferiría que hiciéramos el amor.

– Bueno -repuso Jennifer, casi sin aliento-, no vamos a hacer el amor…

– En cierto sentido, eso es precisamente lo que estamos haciendo ahora, y lo sabes. A pesar de lo que digamos, hay algo más bajo la superficie, algo que tiene que ver con lo que sucedió entre nosotros la primera vez. ¿Recuerdas nuestro beso de despedida? ¿Puedes olvidarte de eso? Porque yo no.

– Estás equivocado; yo sólo deseo a David. Por eso me llevé un disgusto tan grande cuando creí que lo había perdido.

– Ya, recuerdo algunos detalles de tu… disgusto -replicó Steven, malicioso, y añadió al ver su expresión indignada-: Creo que en este mismo momento serías capaz de abofetearme. Pues adelante y sigamos con… ¿Qué es eso?

– ¿Dónde? -inquirió sorprendida.

– Allí.

Un murmullo de voces se levantó entre los árboles, y entonces aparecieron dos figuras: una alta y espigada, la otra ancha y maciza, recortadas contra la luz coloreada de los focos.

– Rápido -le dijo Steven, tomándola de la mano y arrastrándola consigo a las sombras, fuera del puente.

Escondidos detrás de un árbol, pudieron ver a Trevor y a Maud paseando con lentitud por el puente, de la mano. La voz de Trevor llegó hasta ellos; era un murmullo bajo e íntimo:

– Por supuesto que un especialista de la Comisión de Monopolios podría bajar el precio de las acciones, de manera que habría llegado la hora de comprar, pero sólo si…

Y pasaron de largo. Steven y Jennifer se miraron estupefactos. Luego, al unísono, procuraron ahogar una carcajada.

– No puedo creerlo… -pronunció ella-. Ni siquiera de Trevor…

– Mi pobre Maud… Nunca me perdonará esto…

– Una noche tan romántica -comentó Jennifer, riendo de nuevo-, y a Trevor sólo se le ocurre hablarle de acciones. ¡Oh, cielos! Creo que si sigue así jamás seré tía…

La tensión anterior había desaparecido, y continuaron paseando al borde del agua hasta que se sentaron en un rústico banco de la orilla.

– Creo que ya es hora de que planifiquemos cuidadosamente nuestra separación -pronunció Jennifer-, para que nuestras acciones respectivas no se hundan de repente.

– ¡Hey, espera! Todavía es muy pronto para hablar de separación…

– Pero esto no puede seguir así…

– No es tan sencillo como tú crees. Necesitamos que la gente nos vea juntos una vez más. Pasado mañana tendrá lugar un encuentro de accionistas organizado por Dellacort. Ambos tenemos acciones en la empresa, así que será completamente natural que nos presentemos juntos.

– No sé…

– David también es accionista -añadió Steven, mirándola con expresión maliciosa-, así que probablemente se presente también. Piensa en las posibilidades, Jennifer. Nos verá juntos, tú le dirás que simplemente se trata de un asunto de negocios, mostrándote al mismo tiempo un tanto evasiva, de manera que con algo de suerte te enviará un ramo de rosas esa misma noche.

– Eres muy experto en estas lides.

– La gente me considera un hombre terriblemente manipulador.

Su sonrisa era irresistible, y Jennifer no pudo menos que sonreír a su pesar.

– Bueno, de todas formas iba a acudir a ese encuentro. Y si eso sirve para ejercer el efecto adecuado sobre David, supongo que podré salir contigo durante unas horas más.

– Jennifer -pronunció admirado-, cuando hablas de esa manera, ningún hombre podría jamás resistirse a tus encantos.

– Pero escucha una cosa, Steven. Después de esto, pondremos punto final a esta situación.

– Ya veremos; puede que se me ocurran otras ideas. Ten cuidado con tu copa; sería una pena que te estropearas el vestido, teniendo en cuenta lo bien que te sienta.

– No cambies de tema.

– Tus encantos son el tema, al menos por lo que a mí respecta. Por las noches no puedo dormir soñando con ellos. He perdido el apetito y me estoy convirtiendo en una sombra de lo que era antes…

– Ya, claro -se burló ella-. Estás demasiado satisfecho de ti mismo para perder el sueño o el apetito.

– Cierto, pero pensé que sería la frase más adecuada en estas circunstancias. Y deja de flirtear conmigo mirándome así. Yo no soy David Conner para que me tientes de esa forma.

Jennifer se echó a reír; se sentía alegre y confiada.

– Creo que no podría tentarte ni aunque quisiera.

– Sólo si yo te dejara.

– La otra noche, mientras bailábamos, ¿acaso no te dejaste tentar? -le preguntó ella.

– La otra noche estaba representando un papel.

– No durante todo el tiempo. Yo era la única que estaba actuando, en beneficio de David.

– ¿Incluyendo aquella sutil caricia en la mejilla, justo por el lado en que Conner no podía vernos?

– Eso fueron imaginaciones tuyas -se apresuró a replicar Jennifer.

– Soy un hombre de muy escasa imaginación. ¿Y qué pasa con la compañera de David? ¿También estaba actuando?