– Es su secretaria; acompañarlo en ese tipo de actos forma parte de sus obligaciones.
– Sinceramente, creo que deberías preocuparte al respecto.
– Conozco a David mejor que tú.
– No conoces en absoluto a los hombres, Jennifer; si así fuera, no habrías salido a dar un paseo conmigo por el jardín a la luz de la luna. Y habrías sabido que no me conformaría con separarnos sin un beso.
Jennifer había previsto aquello, desde luego, pero el orgullo le hizo decir:
– Me vuelvo a casa ahora mismo.
– No hasta que me hayas besado. Quiero asegurarme de que no me falla la memoria.
Jennifer intentó desviar la mirada de sus ojos, pero no pudo. Contra su voluntad, su memoria evocaba sin cesar recuerdos que ansiaba poder olvidar para siempre. Bruscamente se levantó del banco y empezó a caminar. Steven la siguió y la detuvo, tomándole ambas manos.
– Escucha, Jennifer -le pidió con tono suave-. Tú me inspiras sentimientos que no sabía que existían. Si hubiera sabido con anterioridad cuáles eran esos sentimientos, te juro que me habría asustado. E incluso sabiendo que todo esto no es más que una ilusión…
Se había detenido bajo un gran roble. Jennifer apoyó la espalda en el tronco y contempló la luna y las estrellas por entre las ramas. Todo el universo parecía girar en su torno, sobre su cabeza, mientras la brisa hacía murmurar a las hojas.
– Algunas ilusiones son más fuertes que la realidad -pronunció con tono suave.
– ¿Tú sientes eso también?
– Pero no son tan duraderas. Ya volverás a aterrizar.
– ¿Y tú?
– Yo nunca he despegado de la tierra -declaró, consciente de que mentía.
– Uno de nosotros es un gran farsante -dijo Steven, mirándola intensamente-. Me pregunto quién.
– Probablemente nunca lleguemos a saberlo.
– Lo sabremos un día. Esperemos que no sea demasiado tarde.
Apoyó entonces las manos en el tronco, a cada lado de su cabeza. Su cuerpo presionaba muy ligeramente contra el de ella, aprisionándola. Y cuando vio que se disponía a besarla, Jennifer levantó la mirada, sonriendo, dispuesta a recibir aquel beso…
Pero entonces algo sucedió de repente. El mundo entero pareció desplazarse, cambiar su perspectiva, haciéndola preguntarse qué estaba haciendo allí, jugando a aquellos juegos amorosos, cuando Steven no era el hombre al que realmente amaba. Era David, con su dulce naturaleza y su delicada sonrisa, el dueño de su corazón, porque le había ofrecido el suyo. Y dudaba que Steven Leary tuviera corazón alguno que ofrecerle.
Justo en el momento en que los labios de Steven estaban a punto de rozar los suyos, Jennifer ladeó la cabeza. Steven se detuvo entonces, mirándola con los ojos entrecerrados. Acertó a distinguir el leve temblor de sus labios y el brillo de su mirada bajo las pestañas, y comprendió. Se apartó bruscamente.
– Realmente no sabes absolutamente nada sobre los hombres -le dijo con voz ronca.
Jennifer quiso defenderse y replicar algo, pero él ya había echado a andar hacia la casa.
Desde que murieron sus padres, muchos años atrás, y a pesar de su gran diferencia de edad, Steven y Maud habían permanecido estrechamente unidos, compartiendo una relación de absoluta confianza.
– Jennifer es deliciosa -le comentó Maud a su hermano mientras regresaban a casa-. Es como si irradiara felicidad.
– Desde luego -repuso Steven-. Una llamada de su novio y se convierte en una mujer distinta.
– ¿Pero no eres tú su amante?
– Todavía no -respondió, y se sumió en un prolongado silencio, ajeno a las miradas de curiosidad que Maud le lanzaba de vez en cuando.
– ¿Quién es el otro hombre? -le preguntó ella al fin.
– Un tipo llamado David Conner. Pero no creo que le dure mucho.
– Y sin embargo ahora está ahí, interponiéndose en tu camino -comentó Maud con una risita-. Esto va ser divertido. Yo ya había empezado a creer que nunca te encontrarías con la horma de tu zapato.
– Y nunca me la encontraré. Jennifer es una mujer hecha y derecha, y ya veremos qué pasa durante las siguientes semanas. No creo que tenga mucho de qué preocuparme.
– Hermanito, puede que no destaque en muchas cosas, pero soy muy perspicaz con la gente.
– Nunca lo he dudado.
– Si va a haber una batalla, yo estaré con ella. Me encantaría verte atrapado en las redes del amor.
– No cuentes con ello -rió Steven-. A propósito, lamento lo de esta noche. Si hubiera sabido que Trevor Norton era como es, te prometo que jamás te lo habría presentado.
– Oh, pero si yo pensaba que era un hombre muy dulce…
– ¿Dulce? Es pomposo, rígido, soso…
– ¡Steven, por favor! No insultes al hombre con quien voy a casarme.
Capítulo 5
Tal y como Steven había predicho, David asistió al encuentro de accionistas. Jennifer lo vio justo cuando Steven y ella se marchaban. También vio a Penny sentada a su lado, riendo como si le agradara especialmente su compañía. Contemplando aquella escena, sintió una punzada de dolor en el corazón.
– Vayamos a comer algo -le dijo Steven, apretándole ligeramente la mano.
El restaurante del centro de conferencias era amplio y espacioso. Steven guió a Jennifer a la mejor mesa del local, al lado de una ventana que ofrecía una magnífica vista de los jardines, y la hizo sentarse de forma que apenas pudiera ver al resto de los clientes. Sentado frente a ella, Steven, en cambio, podía verlo todo.
– No puedo ver -protestó Jennifer.
– No te preocupes, ya te diré yo todo lo que necesitas saber sobre el angelical David.
– No le llames «angelical».
– Pensé que le estaba dedicando un cumplido.
– A ti no te gustaría nada que te lo llamaran.
– Desde luego me han llamado de todo a lo largo de mi vida, pero «angelical», jamás. ¿No se te ha ocurrido pensar que podríamos darle a David motivos para estar celoso?
– Él ya está celoso, gracias.
– Pues no lo parece. Acaba de entrar en el restaurante con Penny del brazo. No te vuelvas. El camarero les ha indicado una mesa… ¡no! Conner ha señalado el otro lado del local; quiere estar en un lugar donde pueda vernos -vio que Jennifer lo miraba indignada-. Sólo estoy intentando ayudarte.
– Desconfío de ti sobre todo cuando me miras con esa expresión de inocencia. Además, ya te he dicho que ya está celoso.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Acaso te ha amenazado con suicidarse de puro despecho? No, claro, pero… ya sé: ¿te ha amenazado con arruinarme económicamente?
– David no sa… no es de ese tipo de hombres -se apresuró a corregirse.
– Querías decir que nunca sabría cómo hacerlo -adivinó Steven-. Exacto. ¿Se puede saber qué es lo que hizo en su terrible ataque de celos?
– Estuvimos tomando una copa juntos.
– ¿Y?
– ¿Y qué?
– No te detengas justo cuando la cosa se está poniendo interesante. ¿Qué te dijo? ¿O es algo demasiado íntimo y apasionado para mis oídos?
– Mira, ya te conté todo esto la otra noche.
– ¿Quieres decir que todavía estamos hablando de aquel breve encuentro? -le preguntó Steven, mirándola horrorizado-. ¿Y que no ha habido ningún otro desde entonces? ¡Pobrecita Jennifer! ¿Pero se puede saber qué es lo que hiciste para cargar con ese bobo? Si yo estuviera enamorado de ti, a estas alturas habría removido cielo y tierra para conseguirte.
– ¡Menos mal que no lo estás!
– Menos mal para los dos si es así como manejas una aventura amorosa. Tendría que enseñarte tantas cosas que no sabría por dónde empezar.
– No te molestes. Puedo arreglármelas con David sin tu ayuda.
– Bien, pues entonces asistiré a tu boda… dentro de unos cincuenta años.
– Quizá sea lo que antes le has llamado: un verdadero ángel.