– ¡Pues qué aburrido debe de ser entonces!
– Es un caballero, si es a eso a lo que te refieres.
– ¡No sé dónde está la diferencia! -la miró intensamente por un momento-. ¿Eres consciente de lo deliciosamente encantadora que te pones cuando te ruborizas así? -esperó su respuesta, pero Jennifer estaba decidida a ignorarlo-. Está mirando hacia aquí -la informó Steven al cabo de unos segundos-. Creo que le gusta tanto verte conmigo como a ti verlo con Penny.
– Lo de Penny no me importa en absoluto; ya te lo dije.
– De acuerdo. Ahora se ha vuelto hacia ella. Se han acercado mucho para leer el menú.
– No me interesa saber…
– Vamos, deja ya de fingir -la interrumpió.
Era ridículo. Jennifer intentó ponerse seria, pero no pudo.
– Es bueno reírse -comentó Steven, mirándola con aprobación-. Vamos, desahógate. Así está mejor.
Jennifer pensó que Steven podía resultar terriblemente cautivador cuando la miraba con aquel brillo en los ojos. De repente se sintió más animada. El sol iluminaba los jardines y las fuentes del exterior se reflejaban en las burbujas del champán, y ella estaba sentada frente a un hombre inmensamente atractivo que le estaba dedicando toda su atención.
Steven pasó a referirle una graciosa anécdota, y Jennifer estalló en carcajadas. Durante un momento de especial intensidad, sus miradas se encontraron. De inmediato comprendió que aquello había sido un error. Steven parecía querer asomarse a su alma, zambullirse en sus profundidades, y Jennifer se sintió más viva que nunca.
Les sirvieron la comida. Jennifer fue vagamente consciente de que estaba deliciosa, ya que aquella sensación se perdió por completo en el enorme placer que le causaba la compañía de Steven. Él mantenía concentrada en ella toda su atención, como si nadie más existiera en el mundo. En un preciso instante lo sorprendió observándola con una media sonrisa, y arqueó las cejas con expresión interrogante:
– Estaba admirando tu atuendo -le explicó Steven, señalando su elegante traje negro, con la blusa de un blanco inmaculado y sus accesorios dorados-. Es tan seductor como los vestidos de noche que te he visto lucir, sólo que de una forma distinta.
– No me lo he puesto para seducir a nadie -replicó con tono remilgado-. De hecho, es un traje de corte bastante formal, de negocios.
– Especialmente cortado para lucir tus piernas -añadió él.
Jennifer se echó a reír. Se sentía orgullosa de sus largas piernas, que enfundadas en las medias negras de seda resaltaban su admirable figura.
– Y apostaría a que te has hecho la manicura -continuó Steven-. Déjame verte las manos.
– Me gustaría que dejaras de decir tonterías -replicó ella no con la suficiente seriedad, extendiendo una mano.
En ese instante, Steven la tomó entre las suyas y le besó levemente el dorso.
– No esperaba esa galantería de ti -le comentó Jennifer con tono ligero.
– Estoy representando el papel de un buen amigo tuyo. David está mirando hacia aquí. Se ha fijado en que te he besado el dorso de la mano… así… pero no le preocupa demasiado porque es un gesto caballeroso, que él entiende perfectamente. Pero cuando te vuelvo la mano y beso la palma… así… entonces sí que empieza a preocuparse, porque sabe que mis pensamientos están siguiendo un curso bien distinto.
Jennifer se quedó sin aliento al sentir el contacto de su lengua en la palma, y la excitación empezó a correr como un torrente por sus venas, acelerándole el pulso.
– Sabe que ansío desnudarte -murmuró Steven contra su mano-. Probablemente haya adivinado que llevo pensando en eso desde la noche en que nos conocimos.
– Steven -le pidió Jennifer con tono urgente.
– Lo que no sabe es la intensidad con que me gustaría hacerlo: poco a poco, muy lentamente, saboreando y disfrutando de cada segundo, y asegurándome de que tú lo disfrutas igual que yo. Porque ¿sabes? Estoy seguro de que te encantaría.
– Eres insoportablemente presuntuoso -susurró Jennifer, pronunciando las palabras con dificultad en medio del atronador pulso de su corazón.
– ¿Por qué? ¿Porque sé que podría hacerte arder de pasión por mí? ¿No lo crees tú así?
No podía responder; luchando como estaba contra las seductoras imágenes que habían conjurado sus palabras. Sabía que, tal y como él le había dicho, disfrutaría enormemente dejándose desnudar por él. Luego quizá ella lo desnudara a su vez, descubriendo todo aquello de su cuerpo que llevaba tan tentadoramente oculto. ¿Serían sus hombros tan anchos y su vientre tan plano como sospechaba?
Pero al mismo tiempo empezó a sentir una creciente indignación hacia Steven. El podía hacerla desear lo que había decidido no desear, y eso resultaba imperdonable. Steven sabía que todo aquello no era más que un frívolo flirteo y que ella realmente le pertenecía a David, pero descaradamente se servía de aquella situación para hacerla dudar de sí misma. «¡No!», se apresuró a corregirse. Ella no tenía ninguna duda. Sus verdaderos sentimientos sólo estaban centrados en David, y aquello era solamente una locura pasajera. Cuando todo acabara, sería una mejor esposa por haber superado aquella prueba… ¡Pero ojalá acabara pronto! ¡O durara para siempre!
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó Steven.
– En nada…
– Estás a un millón de kilómetros de aquí, en un misterioso mundo propio. Y no me dejarás entrar en él, ¿verdad?
– No, no puedo dejarte entrar.
– ¿Está él allí?
– No lo sé -respondió con tono entristecido-. Antes creía saberlo… pero las cosas han cambiado entre nosotros…
– Jennifer, no sufras así -le pidió Steven de repente-. No por otro hombre.
– David no es «otro hombre». Es el único.
– Entonces que el cielo nos ayude a los dos -pronunció en un murmullo tan bajo que ella apenas lo oyó.
Consternada, Jennifer tomó conciencia de lo que había sucedido. La conversación había empezado con bromas deliciosamente seductoras, pero unos segundos después había terminado por derivar en algo muchísimo más peligroso. Se apartó apresuradamente, con el pretexto de servirse un vaso de agua mineral, y empezó a hacerle preguntas insustanciales. Steven las respondió lacónicamente, absorto en sus pensamientos. Y cuando se aventuró a levantar la mirada Jennifer lo sorprendió observándola, pero no con la expresión de burla que había medio esperado, sino con una intensidad vergonzosa incluso para él mismo. Después de aquello, apenas volvieron a hablar.
Al levantarse de la mesa, Steven le ofreció su brazo. Y mientras salían del restaurante, lo último que Jennifer alcanzó a ver fue a David, que la miraba con expresión estupefacta.
Lo más irritante de Steven, según descubrió Jennifer, era que sus ofensivas palabras parecían habérsele quedado grabadas en la mente, proyectando una nueva luz sobre los sucesos de su vida. Le había resultado fácil reírse de sus cómicas previsiones del comportamiento celoso de David, pero cuando transcurrieron dos días más sin recibir noticia alguna de él, aquello empezó a perder su gracia. Se alegraba al menos de que Steven no estuviera a su lado, dispuesto a reírse cínicamente de ella o a espetarle algún comentario burlón. Eso la hizo pensar en él, y fue entonces cuando se dio cuenta de que en realidad nunca había dejado de hacerlo. Si no hubiera estado enamorada de David…
Por fin David la telefoneó para decirle que estaría ausente durante una semana. Tenía que hacer un viaje de urgencia a la costa sur, ya que su madre se encontraba enferma. Afortunadamente se estaba recuperando bien, así que la llamaría a su regreso.
Steven la invitó a salir a ver un espectáculo teatral, y aceptó. Luego, durante la cena, entablaron una animada discusión sobre la obra que continuó durante el trayecto de regreso a casa. Para cuando se separaron, Jennifer no podía recordar la última vez que se había divertido tanto con alguien.