Al día siguiente él volvió a telefonearla, y tomaron una copa por la tarde. Pero Jennifer se sirvió de una excusa cualquiera para retirarse temprano. La verdad era que le agradaba demasiado la compañía de Steven, por lo que estaba empezando a pensar que sería mejor que su relación terminara cuanto antes. Era como si se hubiera dividido en dos personalidades: su mente racional discutiendo contra sus sentimientos. Era una locura intimar demasiado con Steven, por muy seductor que le pareciera. Sabía lo que una relación con él podría ofrecerle: todo el gozo y la excitación de un espectáculo de fuegos artificiales: una experiencia que jamás olvidaría.
Pero los fuegos artificiales siempre terminaban por morir y consumirse. Demasiado pronto la fiesta terminaría, y el campo quedaría vacío una vez dispersada la audiencia. Jennifer quería raíces, una vida sólida, un compromiso duradero. En otras palabras, quería a David.
Al regreso de su viaje, David la llamó para quedar en el bar de costumbre. A Jennifer le resultaba muy complicado asistir a la cita, y lo advirtió de que llegaría tarde, pero él insistió tenazmente en verla.
– De verdad, tengo verdadera necesidad de hablar contigo. Esperaré allí hasta que vengas.
David se hallaba sentado en su mesa habitual, y se levantó rápidamente al verla acercarse.
– Ya temía que no vinieras -le dijo, estrechándole la mano-. Es tan importante lo que tengo que decirte…
– ¿De qué se trata?
– Ingenierías Martson.
– ¿Martson?
– Están jugando conmigo, tal y como tú dijiste que harían. Detesto admitirlo, pero tenías razón durante todo el tiempo.
Por un momento Jennifer no comprendió de qué le estaba hablando. Luego recordó que su discusión había empezado con el asunto de Martson.
– Supongo que debí haber seguido tu consejo -admitió David-. He traído la correspondencia.
Los documentos confirmaban aquello de lo que Jennifer había intentado advertirlo varias semanas atrás… con bastante torpeza, ya que de no haber sido así, David no se habría ofendido tanto. De repente David le comentó con forzada naturalidad:
– Te vi en el encuentro de Dellacort. Parece que lo tuyo con Leary va en serio.
– No hay nada entre nosotros -se apresuró a aclararle-. Algún periodista se llevó una idea equivocada en la cena de gala y escribió algo que hizo que nuestras acciones respectivas subieran. Estoy esperando el momento adecuado para dejar de verlo.
– ¿Quieres decir que eso es todo? ¿Así, sin más?
– Sí.
– Eso no es lo que… ¡hey, espera un momento! Acabo de ver a un tipo allí que me debe un dinero. Llevo varios días intentando localizarlo. Ahora vuelvo; no te muevas.
Y se levantó para ir a buscarlo. Jennifer tomó un sorbo de agua mineral, mirando a su alrededor, y de pronto se fijo en un joven extremadamente atractivo que se dirigía hacia su mesa con expresión tímida y aprensiva.
– ¿Señorita Norton? -inquirió al fin.
– Sí, soy Jennifer Norton.
– He intentado llamarla a su oficina, pero no estaba allí; fue su secretaria la que me indicó que se dejaría caer por este local. Me llamo Mike Harker.
– ¡Cielos! -exclamó Jennifer.
– Supongo que pensará que es una impertinencia por mi parte que yo…
– No, me he quedado simplemente asombrada de descubrir que existe realmente. Siéntese.
– Gracias.
– ¿Se ha recuperado ya de la gripe?
– Oh, Steven se lo dijo. No estaba seguro de si él…
– Descubrí la verdad a la mañana siguiente.
– Steven sólo quería hacerme un favor -se apresuró a explicarle Mike-. Yo me encontraba muy apurado, y él sería capaz de hacer cualquier cosa por un amigo.
– ¿Le contó cómo transcurrió la velada?
– No. Se estaba riendo cuando regresó a mi casa, pero no me contó de qué se trataba la broma. ¿La molestó mucho?
– No lo culpo a usted. Y tampoco me he quejado a la agencia, si es eso lo que lo preocupa.
– No, no es eso. Se trata de esto -Mike sacó de un bolsillo de su chaqueta los gemelos de diamantes, y los dejó sobre la mesa-. Evidentemente no puedo quedármelos.
– ¿Por qué no? Yo se los di a usted, indirectamente.
– Pero en realidad no quería hacerlo, y son demasiado valiosos para que pueda aceptarlos.
– Hágalo, por favor -le pidió Jennifer con tono cálido-. No hago regalos para que luego me los devuelvan, aunque sea bajo unas circunstancias tan extrañas. No puedo creer que se haya molestado tanto en localizarme.
– La verdad es que quería advertirla de algo, y no sabía con qué me iba a encontrar… pero no importa. Está con ese tipo de allí, ¿verdad?
– Sí -respondió Jennifer-. Pero, Mike, si usted suponía que había podido relacionarme con Steven, ¿de qué pensaba advertirme?
– Bueno -sonrió-, usted ya conoce a Steven…
– Por eso se lo estoy preguntando.
– Digamos que preferiría que no se relacionara con él. No lo he visto mucho en los últimos años, pero no creo que haya cambiado.
– ¿Se conocen desde hace mucho tiempo?
– Fuimos juntos a la universidad; allí fue donde estudió empresariales. Era de los que «amaban a las chicas para luego dejarlas». Ninguna mujer le duraba mucho, y él se enorgullecía de eso. Por supuesto, todas se volvían locas por él. No puedo entender por qué. Las comparaba con los autobuses.
– ¿Los autobuses?
– Que cuando se va uno, siempre viene otro.
– Qué bien -Jennifer sintió que se le encogía el estómago al escuchar aquellas palabras-. Conocí en una ocasión a un hombre que solía decir algo parecido: que el mundo estaba lleno de mujeres. Así es como lo decía él, pero supongo que querría decir lo mismo.
– No creo que Steven lo expresara con tanta seriedad -declaró Mike-. Para él era más bien un juego. No se lo habría dicho, pero al ver que ya estaba comprometida, me pareció que sería lo correcto.
– Muy bien. Así podrá contármelo todo. Steven era un auténtico donjuán en aquel tiempo, ¿verdad?
– Se lo diré. No se le resistía ninguna mujer. Era un espectáculo penoso. Diablos, nunca le habría contado esto, sobre todo cuando me ha sacado de un apuro, pero es así. Es tan condenadamente seguro de sí mismo…
– Sí que lo es -murmuró Jennifer-. Bueno, probablemente algún día se lleve un buen chasco.
– No si puede evitarlo. Steven solía decir que ninguna mujer es lo suficientemente especial como para que un hombre haga el ridículo por ella.
– Así que decía eso, ¿eh? -Jennifer se reclinó en su silla, furiosa. Aunque nada de aquello tendría por qué sorprenderla. Ya sabía cómo era Steven, y además, era a David a quien amaba.
– Una vez fuimos a una boda -recordó Mike-. Era muy ostentosa, con mucho aparato, y él se quedó horrorizado. Dijo que las bodas eran una conspiración de las mujeres para poner en ridículo a los hombres, y que él nunca caería en aquella trampa -de pronto la miró con expresión culpable-. Pero probablemente esté hablando de más y…
– Tonterías. ¿Qué mal puede haber en ello? -inquirió Jennifer con tono ligero.
– Su amigo ya viene hacia acá. Será mejor que me vaya.
– No se los olvide -le señaló los gemelos.
– Si insiste… gracias.
Cuando se acercaba a la mesa, David lo vio retirarse apresuradamente, y miró asombrado a Jennifer.
– ¿Es que te dedicas a regalar estos gemelos a todo el mundo en Londres, o son los mismos que vi contigo una vez? -le preguntó-. ¿Jennifer? ¡Jennifer!
– Lo siento -repuso, volviendo a la realidad.
– ¿Y bien?
– Perdona.
– ¿Has llegado a alguna conclusión?
– Sí -respondió, con expresión más animada-. He decidido que ya es hora de que empiece a jugar yo por mi cuenta.
Capítulo 6
En cuanto pudo, Jennifer llamó por teléfono a Steven.