– Jennifer -la saludó con alegría-. ¡Qué agradable sorpresa!
– ¿No deberías llamarme «cariño»?
– No, si hay alguien escuchando.
– Touché -rió ella-. ¿Qué te parece si cenamos en el Ritz? Te invito yo.
– Estupendo. Habrás observado que afortunadamente carezco del prejuicio de no permitir que las mujeres paguen. Incluso consentiré en que me lleves a mi casa después.
– ¿Mañana por la noche?
– Maravilloso.
– Steven, tengo que confesarte que tengo un segundo motivo para hacerte esta invitación.
– Sabía que no me decepcionarías -repuso con tono irónico.
– ¿Podrías echarme una mano con un tipo llamado Martson? Sé que no es un tipo de fiar, pero me gustaría saber hasta qué punto exactamente.
– Es un verdadero depredador. Primero hace todo lo que puede para debilitar una empresa, y luego la compra a bajo precio. Pero sé de algunas cosas que pueden ser utilizadas en contra suya. Para mañana te habré conseguido algo.
– Te estaré inmensamente agradecida por haberte tomado esa molestia -le dijo con tono dócil, casi sumiso.
Pero había exagerado su actuación, porque de inmediato Steven le comentó:
– Jennifer, cuando adoptas ese tono, mis antenas perciben el peligro. Tú tramas algo.
– ¿Yo?
– Hasta mañana -se despidió, riendo.
Jennifer estaba encantada con el éxito de su pequeña estratagema. Dejaría que Steven consiguiera la información que deseaba, y luego le confesaría que todo había sido por ayudar a David. Así aprendería a tratar a las mujeres. Sentía una inmensa curiosidad por ver cómo reaccionaría al descubrir que ella, a su vez, había estado jugando con él.
Al día siguiente se marchó temprano del trabajo para poder prepararse adecuadamente para la velada que se avecinaba. Eligió un vestido negro con ribetes plateados, con la idea de causar el mejor efecto posible a Steven.
Había menos tráfico del que había esperado, y llegó a la casa de Steven con veinte minutos de adelanto. Era un edificio grande y moderno, situado en un elegante barrio residencial. Fue Maud quien le abrió la puerta. Ella también estaba ataviada para salir, con un precioso vestido rojo que destacaba su esbelta figura.
– Steven bajará ahora mismo -le dijo-. ¿No te importa que te deje sola un momento, verdad?
– Veo que te estás arreglando para salir con alguien -le comentó Jennifer, sonriendo-. Debe de ser alguien muy especial.
Para su sorpresa, Maud se ruborizó.
– Sí que lo es -murmuró-. Muy especial. Discúlpame, pero tengo que darme prisa…
De repente Jennifer oyó el sonido de una puerta al abrirse, y a alguien bajando por la escalera. Era Steven.
– Maud, ¿tienes alguna idea de dónde…?
Jennifer se volvió rápidamente. Steven estaba en medio de la escalera, vestido con unos pantalones pero sin camisa; se había detenido bruscamente al verla, y durante unos instantes ella pudo admirar sus anchos hombros y su pecho musculoso. Fue como si el mundo se hubiera detenido de repente. El cuerpo de Steven emanaba vitalidad por todos los poros, desde sus potentes brazos hasta el vello que cubría su torso para descender en una fina línea hasta su cintura.
Ya antes había intentado imaginárselo sin ropa, pero todas sus expectativas habían sido superadas por la realidad. Recordó de repente las palabras de Mike: «todas las chicas se volvían locas por él. No puedo entender por qué…». Al verlo medio desnudo, Jennifer ya no podía dudarlo; afortunadamente, ya estaba advertida. La mirada de Steven le indicó que la había sorprendido observándolo con una sospechosa intensidad.
– No sabía que estabas aquí -dijo al fin.
– He llegado un poquito temprano. Había poco tráfico -repuso sin pensar.
– En un momento estoy contigo -la advirtió él pero no hizo intento alguno por moverse.
Maud miró a uno y a otra, esbozando una mueca, pero ninguno de los dos lo advirtió. De repente llamaron a la puerta. La hermana de Steven fue a abrir, y desde donde estaba Jennifer alcanzó a distinguir la figura de un hombre en el umbral, y su expresión de alegría cuando Maud se lanzó a sus brazos. Luego la puerta se cerró tras ellos.
Steven sonrió al ver la expresión de Jennifer, comentándole:
– Así es como me siento yo también. Ahora estoy contigo.
Volvió cinco minutos después vestido con una elegante camisa blanca. Estaba terriblemente atractivo. «Bueno, ya contaba con ello», se dijo Jennifer. «Así que las mujeres son como autobuses, ¿eh? ¡Vaya sorpresa que te vas a llevar!». Pero cuando ya estaban dentro del coche, mientras ella conducía, fue Steven quien la sorprendió:
– He cambiado de idea acerca del Ritz. Preferiría ir a un club nocturno.
– Pero ya he reservado una mesa en el Ritz…
– Me temo que me he tomado la libertad de cancelarla, para reservar otra en el Pub Orchid.
– Bueno, supongo que tendría que haber previsto que harías algo tan prepotente y ofensivo como eso -replicó ella, irónica.
– Y yo suponía que lo supondrías. Gira ahora a la izquierda.
– Si eso es un club, sólo podrán entrar los socios y…
– Yo soy socio. Y seré yo quien te invite. Espero que no te importe.
– A ti no te interesa realmente si me importa o no. De hecho, Steven, yo no quiero a ir a un club nocturno. Es demasiado… -iba a decir íntimo, pero se detuvo a tiempo-… bueno, no es lo que yo había pensando.
– No me seas desagradecida después del trabajo que me ha costado conseguirte lo de Martson.
– ¿De verdad? ¿Has encontrado mucho?
– Lo suficiente para que te interese. Y ahora, ¿podemos ir al club nocturno?
– Al fin del mundo, si quieres -repuso alegremente Jennifer.
– Ten cuidado con lo que dices. Podría recordártelo después.
Jennifer se echó a reír. De pronto se sentía maravillosamente bien; aquella iba a ser una velada gloriosa. Pero eso se debía, por supuesto, al chasco que iba a darle a Steven.
El club nocturno era muy lujoso, de ambiente íntimo y discreto. El portero saludó a Steven como si se tratara de un cliente habitual. Su mesa se encontraba en una esquina iluminada únicamente por una pequeña lámpara. Steven la ayudó caballerosamente a sentarse y pidió al camarero una botella de vino.
– Bueno, aquí estamos -dijo mientras empezaba a servirla.
– Sí, pero esto… -Jennifer señaló a su alrededor-. Se suponía que tenía que invitarte yo.
– ¿Qué importa? Me basta con que estuvieras deseosa de hacerlo.
– No te engañes. Es de tu consejo de lo que estoy deseosa.
– ¿Sobre Martson?
– Por ciertas razones… es algo que significa mucho para mí.
Steven la miró con expresión burlona. Evidentemente pensaba que ella se había servido de aquella excusa para verlo, y Jennifer sintió un estremecimiento de excitación: iba a disfrutar a placer de aquella velada.
– ¿Dónde está David esta noche? -le preguntó él de repente.
– No, no lo sé -balbuceó, sorprendida.
– ¿Sabe que tú estás aquí? No importa. Si no lo sabe, debería saberlo. Si yo estuviera enamorado de una mujer, la encerraría con llave antes de dejarla jugar el juego que tú estás jugando ahora mismo conmigo.
– Quizá ella no te dejaría que la encerrases con llave.
A modo de respuesta, Steven le tomó una mano para besarle levemente la palma.
– Quizá yo podría convencerla… -susurró, lanzándole una mirada que la dejó devastada.
– Tú no sabes qué juego es el que estoy jugando -dijo ella al fin.
– Sé que me estás utilizando para ponerlo celoso, y también por el bien de tu empresa. ¿Me estás diciendo que hay algo más?
– Podría haberlo -repuso Jennifer, sonriendo con expresión misteriosa.
– ¡Qué diablilla que eres! De acuerdo, adelante. Un toque diabólico convierte a una mujer en perfecta.
Steven le soltó la mano y levantó su copa hacia ella, contemplándola admirado. Jennifer pensó que estaba recorriendo un camino trillado mil veces; primero la mujer lo tentaba, luego caía en sus brazos. Pero esa noche se llevaría una buena sorpresa.