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– ¿Por qué tienen tus ojos ese brillo tan delicioso?

– Espera y verás.

– De acuerdo, Jennifer. Ése es tu juego. Pero esta noche no me fío de ti.

– Yo nunca me fío de ti -replicó ella-. Debes admitir que eso le da cierto sabor a nuestra relación.

– Cierto. Jamás me has aburrido. ¿Cómo piensas sorprenderme hoy?

– Si te lo dijera, ya no sería una sorpresa. Dejémoslo así por el momento. Dime, ¿nuestra farsa está marchando bien por el momento?

– La gente piensa que estamos locos el uno por el otro.

– No, me refería al mercado de acciones -explicó Jennifer con un fingido aire de sorpresa-. Después de todo, eso es lo que realmente importa.

– Claro que sí -sonrió, admirado de la habilidad de su jugada-. Va muy bien. Las acciones de Charteris han seguido elevándose, y ahora el mercado está esperando que nos vinculemos de alguna manera con vosotros.

– ¿Por «vincularos con nosotros» quieres decir «comernos vivos»?

– No creo que nadie pudiera hacer eso contigo -rió Steven.

– Oh, claro que sí. Tú sí. Piensas, por ejemplo, que me has engañado completamente.

– ¿Es eso lo que estoy intentando hacer contigo, Jennifer? -inquirió mientras se servía más vino, sin mirarla a los ojos.

– ¿Existe alguna mujer a la que no intentes engañar?

– ¿Existe alguna mujer que no desee que la engañen?

– Oh, sí. Yo misma.

– Pero tú eres distinta de las demás.

– No me afectan los halagos -replicó Jennifer en un susurro, inclinándose hacia él.

Steven también se inclinó hacia adelante, hasta que sus rostros quedaron a sólo unos centímetros de distancia.

– Entonces te diré una cosa: eres la mujer más sensacionalmente sexy que he conocido en mi vida. Siempre estudio tu ropa para saber con cuánta facilidad podría desnudarte. No puedo evitarlo; es algo instintivo. Cuando conversamos, apenas puedo tomar conciencia de lo que decimos porque estoy pensando en lo mucho que me gustaría verte desnuda, en desnudarme contigo, y en todas las cosas que podríamos hacer juntos.

Aquellas palabras estaban suscitando en Jennifer un inefable placer, pero se negaba a abandonarse a él. Aquella noche tendría que mantener el control.

– ¿Crees que lo conseguirás alguna vez? -le preguntó ella.

– ¿Y tú?

– Nunca.

– ¿Quieres apostar?

– La última vez que hice una apuesta contigo, me engañaste -le recordó Jennifer.

– Y te engañaré de nuevo si con ello consigo acostarme contigo. ¿Para qué perder el tiempo con medios honestos cuando el engaño produce buenos resultados?

– Pero tú eres un hombre honesto en los negocios.

– Porque quizá los negocios no sean demasiado importantes.

– Me avergüenzo de ti, Steven. Nada es más importante que los negocios.

En lugar de contestarle, Steven deslizó delicadamente un dedo todo a lo largo de su mejilla, para luego delinearle el contorno de sus labios. El efecto fue tan fantástico que Jennifer no pudo contener un profundo y tembloroso suspiro.

– Realmente no crees en lo que dices -le aseguró él.

– No, pero tú sí.

– Podríamos hacer algo mucho más importante… si quisiéramos. ¿Qué me dices?

– Digo que el camarero está justamente detrás de ti -lo informó Jennifer.

Steven esbozó una mueca antes de apartarse para que el camarero los sirviera. Cuando volvieron a quedarse solos, la miró con expresión burlona como esperando a que retomara el tema de conversación, pero Jennifer se negó.

– ¿Cómo están los gatitos? -le preguntó él mientras empezaba a comer.

– Todos han abierto ya los ojos, y esta mañana el último dejó la caja. Es el varón. Parece que tiene cierto retraso respecto a los demás.

– ¿Es aquél que bautizaste con mi nombre, no?

– Eso me temo. Pero no importa, ya alcanzará a las demás. La que abrió los ojos primero es muy despabilada. Y es tan dulce, tan pequeñita…

Steven sonrió mientras contemplaba cómo se animaba su expresión. Pensó que tenía una mirada muy especial, abierta, expuesta, vulnerable, y se preguntó en qué persona confiaría lo suficiente para poder mirarla así. En él no, desde luego. ¿David? Habría dado cualquier cosa con tal de responder a esa pregunta.

Jennifer ya había terminado de hablar de los gatos cuando de pronto recordó algo:

– ¿Sabes? Esta tarde tuve la impresión de que era Trevor quien fue a buscar a Maud para salir.

– Pues no te engañaste. Esos dos están encandilados el uno con la otra. ¿No te ha dicho él nada?

– Ni una palabra. Pero apenas le he visto fuera del trabajo, y últimamente se marchaba temprano de la oficina… ¡oh, claro!

– Resuelto el enigma -sonrió Steven-. ¿Qué me dices de su estado de ánimo? No he podido sacarle nada a Maud.

– Bueno, parece un poquito preocupado, pero siempre ha tenido muchas cosas en la cabeza.

– Supongo que por el momento es a mi hermana a quien tiene en la cabeza. Aunque no tiene mucho de qué preocuparse: está chiflada por él.

– ¿Desde cuándo lo sabes?

– Desde la primera noche. De vuelta a casa, me dijo que iba a casarse con Trevor.

– Un amor a primera vista -pronunció Jennifer, asombrada-. Nunca había creído en eso antes. Supongo que ha encontrado finalmente lo que necesita.

– ¿Y qué es?

– Cuando murió nuestra madre, Trevor y yo estuvimos muy unidos. Él tenía dieciséis años y yo doce, pero siempre estábamos juntos, y se apoyaba mucho en mí. Pero luego empezó a salir con una pandilla de amigos, y supongo que le avergonzaba que lo vieran conmigo. Sin embargo, era demasiado pronto. Creo que desde entonces ha estado buscando a alguien que lo reconfortara como yo…

– ¿No lo hacía Barney?

– No de la misma forma. Él nos quería mucho, pero siempre estaba ocupado.

– ¿Y tú? -le preguntó Steven, mirándola curioso-. ¿En quién te apoyabas tú?

– En nadie, supongo -se le hizo un nudo en la garganta al evocar aquellas largas y solitarias noches que había pasado llorando por su madre, por su padre, o por Trevor, o por su abuelo…

– ¿Jennifer? -inquirió con tono suave, estudiando su rostro con repentina concentración.

Jennifer volvió a la realidad, y forzó una sonrisa cuando él le tomó una mano. Por un momento los dos permanecieron en silencio. No había nada que decir, pero el contacto de su mano le resultaba maravillosamente cálido y reconfortante.

– ¿Te das cuenta de lo que acabas de contarme? El secreto de la atracción que sientes por David Conner. Lo consideras una persona segura, de confianza.

– Él siempre ha estado conmigo cuando lo he necesitado…

– Pero ahora no. Por eso te aferras a su pensamiento como a un clavo ardiendo -le aseguró Steven, añadiendo cuando ella le soltó la mano-: El hecho es que temes que te abandonen de nuevo. En realidad no estás enamorada de él.

– ¿Por qué no debería desear esa seguridad para mi vida?

– Podría darte mil razones. Tú aspiras al matrimonio por la ilusión de seguridad que conlleva. Ésta es la verdadera Jennifer Norton. Detrás de esa apariencia elegante y sofisticada se oculta una niña buscando consuelo y apoyo en la oscuridad. Yo no soy un hombre muy aficionado al matrimonio, pero soy mejor para ti que Conner porque tú y yo nos comprendemos bien. Jennifer, créeme, hay más seguridad en estar con alguien que piensa y siente como tú, aunque sólo sea por un día, que en todos los anillos de matrimonio del mundo.

Jennifer no sabía qué responder. El corazón le latía acelerado, pero no por la excitación sexual que él le despertaba, sino por una terrible sensación de alarma, de peligro. Steve estaba a punto de acceder al mayor secreto de su vida.