Volvió a su oficina, y durante el resto del día estuvo saltando de ansiedad cada vez que sonaba el teléfono. Pero nunca era Steven. Ni ese día, ni el siguiente. Ni la siguiente semana.
Una vez que ya estaba al tanto de lo sucedido, Jennifer podía identificar bien los cambios que iba experimentando Trevor. Su gesto adusto había desaparecido y sonreía con mayor frecuencia. A veces incluso se reía. Era un hombre inmensamente feliz, y eso lo había transformado. Jennifer lo observaba complacida, pero no le mencionó en ningún momento la noche que lo había visto con Maud. Trevor tampoco le comentó nada, y Jennifer incluso se preguntó si sabría acaso que ella también había estado allí.
Un día la propia Maud la invitó a comer con ella en un restaurante italiano. Jennifer se quedó sorprendida al descubrir los platos que pedía, demostrando un excelente apetito.
– Creía que las modelos comíais como pajaritos.
– No; la mayor parte de nosotras comemos como caballos. Además… ahora estoy comiendo por dos.
– ¿Quieres decir que…?
– Que estoy embarazada -declaró con radiante expresión.
– Pero si hace menos de un mes que Trevor y tú os conocéis…
– No hemos perdido el tiempo -le explicó Maud, palmeándose el estómago con una sonrisa.
– Pero tu carrera…
– Ya estoy harta de ella. Ahora quiero otra cosa. Creo que una parte de mí estaba esperando secretamente a que llegara Trevor…
– Maud, ¿de verdad estás… enamorada de él?
– Claro que sí -la joven la miró asombrada-. Es maravilloso.
– ¿Maravilloso? ¿Trevor?
– Sólo necesita a alguien que lo ame y lo comprenda.
– Tiene una familia.
– Pero siempre se ha sentido desplazado por ti y por tu abuelo.
– No lo entiendo.
– Trevor siempre ha estado celoso de la relación especial que tenías y sigues teniendo con Barney. Él adora a tu abuelo, hace todo lo posible por complacerlo, pero no puede entrar en vuestro círculo encantado.
– ¿Él te ha contado todo eso?
– Claro que no. El pobre no sabría cómo expresarlo. Pero lo he visto, lo he descubierto en su rostro.
– ¿Me estás diciendo que es por eso por lo que Trevor tiene un carácter tan gruñón?
– Siempre se ha sentido como en un segundo lugar. Pero ya no -Maud se palmeó el estómago otra vez-. Con nosotros, él siempre será el primero.
Jennifer sonrió, absolutamente encantada.
– ¿Sabe ya lo del bebé?
– Aún no. Esta noche voy a sorprenderlo. Quiero casarme muy pronto. Mi vestido de novia es verdaderamente impresionante, pero necesito ponérmelo antes de que comience a engordar…
– ¿Tu vestido de novia? -inquirió asombrada Jennifer.
– Soy una persona muy organizada -explicó Maud de forma innecesaria.
Cuando Trevor se presentó al día siguiente en la oficina, Jennifer ya sabía que Maud le había contado lo del bebé. Lo siguió a su despacho.
– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó él, esbozando la sonrisa más cándidamente feliz que le había lanzado en mucho tiempo.
– Podrías contarme lo de anoche -le respondió en seguida Jennifer-. Ayer estuve comiendo con Maud.
– Vamos a casarnos -anunció encantado, y le dio un fuerte abrazo.
– Estoy tan contenta… Siempre y cuando tú seas feliz…
– ¿Feliz? Yo antes no sabía lo que era la felicidad. Ella es lo que siempre he querido. Después de la muerte de mamá… me sentí de alguna forma perdido y…
– Lo sé.
– Pero ya no volveré a sentirme solo -declaró con sencillez-. Supongo que tú te habrás sentido igual.
Jennifer asintió, sonriéndole. Trevor le devolvió la sonrisa. Y de nuevo volvieron a ser los hermanos de siempre. Ella preparó un café y estuvieron charlando durante cerca de una hora, como hacía mucho tiempo que no hacían. Jennifer miraba a su hermano con ternura, deleitada por la transformación que veía en él. Pensó que así debía ser el amor: algo que sacaba a la luz lo mejor de cada persona. Significaba conocerse a sí misma con total certidumbre, no estar atormentada por las dudas. El amor, claro y directo, convertía el mundo en sencillo, respondía todas las preguntas. ¿Por qué ella no podía experimentar lo mismo?
Si alguien le hubiera dicho que a la noche siguiente estaría sentada en el Savoy, celebrando su compromiso con David, de seguro que Jennifer no le hubiera creído…
Capítulo 9
El día empezó como cualquier otro. Pero la primera señal del terremoto se produjo cuando David se dejó caer en su despacho, con aspecto agitado, para decirle que acababa de hablar con Steven.
– Me ha ofrecido trabajo en Charteris.
Jennifer frunció el ceño, preguntándose qué habría tramado Steven. No tardó en averiguarlo cuando David le describió el sorprendente e increíble giro que Steven dio en el último momento a la conversación que mantuvo con él.
– Era un trato maravilloso para mí, pero justo cuando iba a aceptar me dijo que había una condición -David aspiró profundamente-. Tengo que dejarte.
– ¿Qué?
– Fue muy directo: «aléjate de Jennifer Norton». Yo creía que la gente sólo hablaba así en las películas de gángsteres.
– ¿Me estás diciendo -pronunció lentamente Jennifer -que Steven Leary se ha atrevido a…?
Apenas podía respirar de la furia que la embargaba. Desde la noche de su discusión, sus sentimientos hacia Steven se habían suavizado, compadeciéndolo por el dolor que le había infligido. Pero ya todo eso había desaparecido bajo la impresión del descubrimiento de lo implacable y autoritario que podía llegar a ser. Aquello era la venganza de Steven, una ejemplar demostración de su poder.
Una extraña expresión cruzó por su rostro: una expresión que Trevor habría identificado de inmediato como preludio de que iba a cometer una impulsiva acción de la que se arrepentiría cinco minutos después.
– David, tenemos que hacerle frente. Incluso aunque eso no hubiera sucedido, habríamos tenido que pensar en nuestro futuro -le tomó las manos entre las suyas-. Ha llegado la hora de decirle a todo el mundo que nuestro matrimonio va a efectuarse, tanto si quiere Steven Leary como si no.
Leyó el asombro en su rostro, y por un momento casi esperó que se negase; pero luego le dijo con tono respetuoso:
– Por supuesto, querida. Como dices, tan sólo era una cuestión de tiempo…
La furia le duró a Jennifer toda una hora, tiempo que utilizó para comunicar la noticia a Trevor y a Barney, telefonear al periódico e insertar un anuncio en su edición nocturna. Pero cuando David se marchó dejándola sola, fue como si el mundo se le hubiera derribado encima. David le ofrecía la seguridad que siempre había deseado por encima de todo. Steven la había tentado con otra vida, una vida de riesgos, donde se podía ganar o perderlo todo con una sola palabra. Pero la palabra ya había sido pronunciada, y ya era demasiado tarde.
Ese mismo día David y ella cenaron en el Savoy para celebrar la inminencia del acontecimiento. Jennifer intentó alegrarse y acallar la voz interior que le decía que todo aquello era demasiado correcto, como si respondiera a un guión ya escrito. En realidad siempre había soñado con aquella noche… y de pronto todo parecía haberse tornado confuso, equívoco.
David pidió champán, a pesar de que el vino blanco siempre le daba jaqueca. Un espectador cualquiera habría detectado un matiz extraño en su comportamiento, como si estuviera intentando convencerse a sí mismo de algo.