A la una y media dejó de fingir leer el menú. Quizá le había sucedido algo malo; debería llamar a casa. Lo hizo desde su móvil, pero no recibió respuesta. Quizá se había perdido.
Marcó de nuevo el número; fue inútil. Empezó a decirse que quizá no iría. No, no iría. Aquel pensamiento latía con tanta insistencia en su cabeza que se imaginó oír una voz pronunciando las palabras:
– No vendrá.
Levantó la mirada para descubrir a Steven sentándose frente a ella.
– ¿Cómo has podido saber dónde estaba? -le preguntó en un susurro.
– Me lo ha dicho un pajarito. Lo sé todo. ¿Creías realmente que tu padre no volvería a abandonarte?
– Esta vez no es lo mismo…
– Sí que lo es, Jennifer. Es exactamente lo mismo. Es un hombre que huye. Huyó de ti una vez y ahora también ha huido. Supongo que se habrá aprovechado bien de ti. ¿Cuánto te gastaste en él?
Jennifer sabía que lo que le estaba diciendo Steven era cierto. Y ella nunca huía de la verdad.
– Mucho -respondió-. De acuerdo. Y ahora, ¿quieres hacerme el favor de marcharte?
– No hasta que te haya dicho unas cuantas cosas.
Jennifer se preguntó cómo podía ser capaz de continuar atormentándola. Por mucho que la odiara, ¿cómo podía hacerle eso?
– Por favor, vete -le dijo con tono cansado.
– Esto siempre ha sido un error, Jennifer. Él no puede regresar a tu infancia para enderezar las cosas, y tú tampoco. Hizo lo que hizo, y eso ayudó a convertirte en la persona que ahora eres, una mujer que necesita seguridad y consuelo de un hombre… o al menos eso es lo que cree. Pero no tiene por qué ser así. Eres más fuerte de lo que crees. Lo suficiente como para decirle adiós y buen viaje… para siempre.
– Pues ahora mismo no me siento muy fuerte -reconoció-. Sólo quiero…
– ¿Darte por vencida? No lo digas, ni siquiera lo pienses. Sigue como estás. Puedes hacerlo. No necesitas a nadie tan desesperadamente como crees. Ni a tu padre, ni a David, ni a mí. Y quizá estés a tiempo de evitar el desastre hacia el que te encaminas. Eso es todo.
Se levantó y se marchó sin decirle una sola palabra más, dejando a Jennifer mirándolo asombrada. Sus palabras habrían podido proporcionarle algún tipo de consuelo, pero las había pronunciado sin suavizar ni el tono de su voz ni la expresión de su rostro. Lo que le habían proporcionado era la clave para sobrevivir a aquella experiencia, pero lo había hecho sin calor o ternura alguna. Le era tan hostil como siempre, pero le había dado la fuerza necesaria para sobreponerse a su dolor. O más bien la había hecho ser consciente de su propia fuerza.
No vio a Fred cuando regresó a casa. Se había marchado con todas sus recientes adquisiciones, incluido su mejor maletín de viaje. Su nueva chequera también le había desaparecido del escritorio. En su lugar había una nota, diciendo simplemente: lo lamento, cariño, pero no me guardarás rencor, ¿verdad? Fred.
Durante un aterrador momento, fue como si retrocediera en el tiempo para volver a ser aquella niña sola y abandonada, sin ningún punto de referencia en un mundo hostil. Pero entonces oyó la voz de Steven: «eres más fuerte de lo que crees; sigue como estás».
Era verdad. Steven había descubierto la verdad en ella con más claridad que ningún otro. Y había ido a buscarla para ofrecerle su torvo y frío consuelo, sabiendo que constituiría su más valioso apoyo.
Vio a David aquella tarde, y le contó lo sucedido. Pero sin mencionar a Steven.
– Pobrecita -le dijo, tomándole una mano-. Qué desgracia que te haya sucedido algo así.
– No lo sé -repuso pensativa-. En cierta forma, ha sido una experiencia úticlass="underline" ha enterrado a un fantasma. Quizá a partir de ahora pueda vivir mejor sin ese fantasma.
– Me imagino lo que ha tenido que suponer para ti: regresar a un pasado que te traumatizó…
– ¿Por qué recordar el pasado ha de ser tan traumático? ¿Quizá para que podamos superarlo mejor y dejarlo atrás? Es extraño. Nunca había pensado en ello antes. Pero creo que debería hacerlo.
– Querida, eres tan maravillosamente valiente -le dijo David con ternura-. Ojalá hubiera estado contigo para ayudarte…
– Ya me ayudaron -murmuró.
– Sé que últimamente no te he sido de mucha utilidad. Tengo la sensación de que te he fallado. Pero ya no más. A partir de ahora, seré todo lo que siempre quisiste que fuera -le tomó las manos entre las suyas-. Estoy a tu lado, Jennifer, y siempre lo estaré. Una vez que nos casemos, jamás te abandonaré. Viviremos para siempre juntos. Te lo prometo.
Capítulo 11
Maud quería tener una apariencia impresionante el día de su boda. Jennifer fue a verla para ayudarla con los preparativos, y se quedó muda de admiración. El vestido era de corte romántico, con una larguísima cola y un gran velo.
Tanto Maud como Trevor habían insistido en que Jennifer hiciera de madrina, y al final había tenido que resignarse. Dado que Steven iba a ser el padrino, no iba a resultarle posible evitarlo. La propia Maud había escogido el vestido de Jennifer, una preciosidad de raso y seda, amarillo, de un estilo elegante a la vez que sofisticado.
Estaba previsto que el acto y la recepción nupcial se celebraran en el enorme jardín de la casa de Steven. Cuando Jennifer llegó por la mañana temprano, la carpa ya había sido levantada y la empresa de catering ya lo estaba disponiendo todo. No vio a Steven por ninguna parte, y Maud le comentó que se había marchado después de asegurarle que no tardaría en regresar. Jennifer no pudo menos que preguntarse si no habría sido una manera de evitar su presencia.
El peluquero favorito de Maud se presentó para peinarla; luego se dedicó a Jennifer. Cuando terminó, Maud procedió a maquillarse con la profesionalidad que la caracterizaba, antes de trabajar en el rostro de su madrina. Tanta solicitud en el cuidado de su belleza despertó las sospechas de Jennifer.
– Estás perdiendo el tiempo poniéndome tan guapa -le dijo-. Voy a casarme con David, y aunque no fuera así, tu hermano sería la última persona que elegiría como marido.
– Es gracioso: él dice exactamente lo mismo de ti -repuso Maud-. Sólo que tirándole un poco más de la lengua.
Cuando Maud terminó de maquillarla, Jennifer tuvo que admitir que conocía bien su oficio. Pequeños y delicados rizos flotaban en torno a su rostro, proporcionándole un exquisito aire de ternura. Sus ojos oscuros y su espléndido cutis resaltaban más de lo habitual, gracias a la habilidad de su futura cuñada.
– Me muero por una taza de té -le confesó Maud.
– Voy a conseguirte una -se ofreció Jennifer.
Aquello le dio la oportunidad de probar sus delicadas sandalias plateadas, que tan bien combinaban con su vestido. Estaba preparando el té en la cocina cuando, al levantar la mirada, se quedó paralizada de sorpresa al ver a Steven. Tan concentrada estaba en su tarea que no lo había visto entrar. Pero ella también lo había pillado desprevenido, y la expresión de sus ojos, antes de que pudiera disimularla, expresó todo lo que habría preferido ocultarle.
– No sabía que habías venido -pronunció él, al cabo de un silencio durante el cual no pudo menos que contemplarla admirado.
– Maud y yo acabamos de prepararnos. Quiero subirle una taza de té.
– No hay tiempo. Los coches ya han llegado.
– Se lo diré.
Eran unas pocas palabras banales, pero la dejaron extenuada a causa de la tensión; se preguntó cómo podría soportar pasar el día entero con él. Al fin llegó la hora de salir para la iglesia. Maud bajó la escalera envuelta en una nube de gloria y Jennifer la ayudó a entrar en el coche, recogiéndole con cuidado la cola del vestido. Steven abrió la puerta delantera, disponiéndose a subir.
– Se supone que deberías sentarte conmigo -protestó Maud.