– De acuerdo, pero… ¿qué habrías hecho tú?
– En primer lugar, nunca me habría encontrado en esta situación, porque conozco demasiado bien a Jennifer.
– Claro, dado que eres su abuelo. Pero si ella hubiera sido mi nieta, yo jamás habría permitido que llegara a esta situación -se quejó Steven.
– Pues al paso que vas, dudo que alguna vez llegues a tener una nieta -replicó Barney-. Al menos con Jennifer.
– Bueno, pues mejor para mí. Porque si crees que yo podría casarme con una mujer tan testaruda, cabezota y…
– ¿Estás enamorado de ella? ¿Sí o no?
– ¡Sí, maldita sea!
– Pues entonces tendremos que adoptar una medida firme y decisiva. Lo único que necesitamos es encontrar el punto débil de David Conner.
– Oh, eso puedo decírtelo yo -observó Steven.
Y lo hizo. Los ojos de viejo zorro de Barney relumbraron al momento.
– ¡Eso es! Un último truco, tal y como me prometí a mí mismo. Esto es lo que haremos…
Cuando terminó de hablar, Steven se sirvió otra copa de whisky.
– No funcionará -le dijo-. Ni siquiera David Conner podría ser tan idiota.
– Cuando un hombre está enamorado, su idiotez no tiene límites -repuso Barney-. Mírate a ti mismo, por ejemplo.
Steven lo miró frunciendo el ceño.
Capítulo 12
– ¿Acetarás a esta mujer como legítima esposa… para amarla y cuidar de ella…?
Steven sonrió gozoso mientras respondía:
– Sí, acepto.
Pero entonces su rostro se transformó en el de David, y Jennifer gritó que aquel no era el hombre al que amaba. Y habría salido corriendo de la iglesia si David no la hubiera detenido.
Se despertó para encontrarse sentada en la cama, temblando, con el rostro bañado en lágrimas.
– Oh, Dios mío -sollozó-. Otra vez no…
Permaneció sentada durante unos minutos antes de encontrar la fuerza necesaria para levantarse de la cama. Estaba desesperada por librarse de aquellas pesadillas que la perseguían cada noche. Fue a la cocina para prepararse un té, y se sentó en una silla, mirando concentrada su taza; era mejor que diera rienda suelta a su dolor en aquel momento, cuando nadie la estaba viendo.
No era siempre la misma pesadilla. A veces empezaba casándose con David, que se transformaba luego en Steven y le decía, sonriendo: «no creerías que iba a consentir que te casaras con él, ¿verdad?». Aquel sueño era el más duro porque tocaba una fibra muy sensible: secretamente siempre había esperado que Steven impidiera la boda.
En realidad no estaba segura de lo que había esperado, pero no podía imaginarse a Steven tranquilamente sentado mientras perdía a la mujer que quería. Sería capaz de todo excepto de aceptar su derrota. Pero no la quería; al menos, no lo suficiente para comprometerse con ella. Ésa era la verdad con la que tenía que enfrentarse. En el momento culminante, cuando ella finalmente había tomado conciencia de la intensidad de su amor por él, Steven había perdido todo interés por ella.
Y allí estaba Jennifer, la noche anterior al día de su boda, con el corazón destrozado por el hombre que había irrumpido en su vida para luego desaparecer, dejándola absolutamente desolada. Durante semanas enteras no lo había visto ni había hablado con él. Le había enviado una antigüedad de plata como regalo de boda, acompañado de una nota formal en la que le expresaba sus felicitaciones, y ella había correspondido con un agradecimiento por escrito igualmente formal. Después de aquello, no había vuelto a saber nada de él.
A David también lo había visto muy poco, ya que había estado de viaje en Escocia, buscando lugares convenientes para los depósitos de Norton. Barney le había encomendado aquella misión como una forma simbólica de acogerlo en la familia.
La reacción de Barney a su compromiso había sido extrañamente discreta. Le gustaba David, pero nunca se había mostrado muy animado ante la perspectiva de que su nieta se casara con él; Jennifer se daba perfecta cuenta de que había caído bajo el hechizo de Steven.
Incluso su hermano se llevaba cada vez mejor con Steven. A Trevor también le habría complacido que su hermana se casara con Steven, pero había felicitado a David educadamente llamándolo por teléfono desde el Caribe, e incluso le había prestado su todoterreno para su viaje a Escocia. La idea del viaje a Escocia había sorprendido a Jennifer. A David le habían encargado investigar las islas, pero ella sabía que aquellos lugares no eran nada apropiados para emplazar nuevos depósitos. Tenía la incómoda sensación de que Barney se había inventado aquel encargo a propósito, olvidándose de que David tenía una empresa propia que dirigir.
David había regresado mucho más tarde de lo esperado, dando vagas explicaciones sobre su retraso. Y al fin, reacio, le había revelado a Jennifer el verdadero motivo:
– Cuando me encontraba en la isla de Airan, me robaron el coche de Trevor. La policía confiaba en recuperarlo fácilmente, porque el último ferry ya había salido y no había forma alguna de salir de la isla hasta el día siguiente. Pero fue como si se hubiese desvanecido en el aire. Me quedé allí esperando a que lo encontraran, porque no habría sido capaz de regresar sin él.
– Y lo recuperaste.
– Al cabo de una semana apareció de repente en el aparcamiento de mi hotel. No había sufrido desperfecto alguno. No habían robado nada. Incluso el depósito de gasolina estaba lleno.
– Qué extraño. ¿Qué opinó al respecto la policía?
– Se quedaron tan sorprendidos como yo. Habían limpiado todas las huellas dactilares. No sabes el alivio que sentí al poder regresar a casa con él, dando poco convincentes excusas acerca de mi retraso. Afortunadamente tu abuelo no pareció notar nada extraño.
– Pues Barney es muy perspicaz -había comentado Jennifer, sorprendida.
– Quizá se haya mostrado muy discreto. Le he entregado mi informe, pero cuando le pregunto por él, me responde con vaguedades. Ni siquiera estoy seguro de que se haya molestado en leerlo. Probablemente me considera un caso sin remedio…
– Claro que no -había repuesto Jennifer con ternura, experimentando de nuevo aquel sentimiento protector que le inspiraba David. Un sentimiento que, sin embargo, se hallaba teñido de cierta dosis de consternación, dado que era un hombre que necesitaba permanente consuelo. Y no podía evitar pensar en la manera tan distinta como habría reaccionado Steven; de hecho, le resultaba incluso difícil imaginar que alguien se hubiera atrevido a robarle el coche.
Aquella tarde David había estado muy silencioso y reservado, pero ella lo había atribuido al cansancio y a la tensión producidos por el viaje. Se había disculpado por no poder verla con frecuencia antes de la boda, argumentando que tenía que adelantar mucho trabajo para disponer de tiempo libre para la luna de miel. Y Jennifer había acogido sus disculpas con un sentimiento que vergonzosamente reconoció como de alivio.
Desde entonces apenas se habían visto y, en su soledad, Jennifer había creído vivir en un extraño limbo, encontrándose en medio de dos hombres, pero sin contacto con ninguno de ellos.
En aquel momento se dijo que, al cabo de unas pocas horas, llegaría el día en que debería comprometerse para siempre con un hombre al que profesaba cariño, pero del que no estaba enamorada. No volvió a acostarse, ya que se arriesgaba a tener otra pesadilla; además, ya estaba amaneciendo, y Maud pronto estaría allí para ayudarla a vestirse. Logró recuperarse lo suficiente, y para cuando llegó Maud ya no quedaba en su rostro huella alguna de lágrimas y pudo forzar una sonrisa.
El vestido era corto, de seda de color crema, con una pequeña pamela a juego. Maud se dedicó a maquillarla, y poco después se apartó un poco para admirar el efecto.