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– Estás preciosa -le dijo, antes de echar un vistazo por la ventana-. Acaba de llegar el coche de Barney. ¿Nos vamos?

– Espera un momento… Todavía no estoy lista -Jennifer necesitaba algo más de tiempo para ignorar la punzada de dolor que le atenazaba el corazón, y obligarse a seguir adelante con todo aquello.

Pero ya no podía retrasarlo más, así que tomó a Maud de la mano y fueron a reunirse con Barney. Los tres apenas pronunciaron una palabra durante el trayecto a la oficina del registro civil. Jennifer disimulaba su dolor con una permanente sonrisa forzada, y los otros dos parecían extrañamente incómodos. Barney intentó salvar el violento silencio charlando acerca del nieto que estaba en camino.

– ¿Estás segura de que te estás cuidando bien? -le preguntó a Maud por enésima vez-. Todavía te veo demasiado delgada…

– No te preocupes por mí -le dijo Maud-. Soy más fuerte de lo que parezco.

En aquel preciso momento, y al oír aquellas palabras, Jennifer recordó lo que le había dicho Steven: «eres más fuerte de lo que crees». Se sentó muy derecha en su asiento, estupefacta. Era como si las palabras de Maud le hubieran abierto una ventana en el cerebro. Recordó de nuevo: «eres más fuerte de lo que crees… sigue como estás… no necesitas a nadie tan desesperadamente como piensas. Ni a tu padre, ni a David, ni a mí».

Había tomado conciencia de ello entonces, cuando ya casi era demasiado tarde. Steven había querido separarla de David por sus propias e inescrupulosas razones, y cegada por eso, había pasado por alto aquella simple verdad. Steven siempre la había comprendido mejor que nadie.

No podía casarse con David. Lo apreciaba demasiado para hacerle eso. Debía romper su compromiso, y luego decirle a Barney que se retiraba de la empresa. Si él le pedía las acciones que antaño le había dado, se las devolvería con mucho gusto, y de alguna forma le haría comprender que había llegado la hora de que reclamara para sí una vida propia. Y en cuanto a qué vida pudiera ser la que llevara, era demasiado pronto para decirlo. Aunque sabía que los animales abandonados encajarían en ella de una u otra manera. ¿Y Steven? Sencillamente ignoraba lo que sucedería entre ellos, pero se enfrentaría a él como la mujer libre que era: libre y fuerte, como él mismo le había demostrado que podía ser. Todos aquellos pensamientos fulguraron en su mente con la rapidez del rayo. Y tomó la decisión antes de que los demás pudieran preguntarle por su aspecto abstraído y concentrado.

– Barney, ¿llevas el móvil contigo? -le preguntó sin aliento.

– Por supuesto que no. ¿Cómo iba a llevarlo a una boda?

– ¡Pare el coche! -le gritó al chófer.

Salió apresurada y corrió a la cabina telefónica más cercana. Debía localizar a David antes de que abandonara su casa. Pero fue su madre la que descolgó, cuando ya estaba preparada para salir.

– Hace una hora que ha salido David -le explicó-. Me dijo que nos veríamos allí.

Jennifer volvió apresurada al coche.

– Todavía no puedo deciros nada -se disculpó-. Es sólo que… lo siento, no puedo deciros nada.

Pensó que David tenía derecho a saberlo primero, antes que nadie. ¡Pero ojalá no hubiera sido en el registro civil! Absorta como estaba en sus pensamientos, no fue consciente de la mirada de complicidad que Barney y Maud intercambiaron, ni de la manera en que cruzaron los dedos. Cuando llegaron a la oficina, a Jennifer le latía el corazón aceleradamente. La siguiente media hora iba a ser muy difícil, pero ya no se echaría atrás. Aunque sólo fuera por no perjudicar al pobre David.

Algunos familiares de David ya habían llegado, y su madre no tardó en aparecer, con aspecto nervioso.

– Creí que iría en el coche, conmigo -le explicó-. Pero de repente me dijo que tenía algo importante que hacer primero. Oh, querida, espero que esté aquí pronto…

Se produjo una pequeña conmoción cuando de repente se abrió la puerta, pero fue Steven quien entró. Su expresión era tensa y reservada, y por un momento Jennifer pensó que se dirigiría hacia ella para ayudarla; al ver que no lo hacía, sino que se mantenía distante, comprendió que no intentaría impedir su matrimonio. De pronto recordó algo. El propio Steven le había dicho que era lo suficientemente fuerte como para hacerlo sin su ayuda, y ella le demostraría que había tenido razón, por mucho que le doliera.

Pero pasó la hora de la boda, y David seguía sin llegar. Jennifer estaba asombrada, ya que sabía que era puntual como un reloj. En un determinado momento se levantó un rumor entre la pequeña multitud reunida. Volviéndose, Jennifer vio a David en el umbral, pero no como había esperado verlo. No iba vestido para la ceremonia, y tampoco estaba solo. Penny se hallaba a su lado, tomándolo de la mano. Pálidos y tensos, la novia y el novio se miraron fijamente. Fue él quien habló primero.

– Lo siento, Jennifer -le dijo-. No puedo casarme contigo. Estoy enamorado de Penny.

Aquellas palabras parecieron quedar suspendidas en el aire, flotando en el silencio que siguió. Jennifer seguía mirándolo con fijeza, inconsciente de la mirada de triunfo que intercambiaron Steven y Barney.

– Jennifer -le suplicó David-. Por favor, di algo.

De pronto, y para su sorpresa, Jennifer se lanzó a abrazarlo ebria de alegría, inmensamente aliviada.

– Estoy tan contenta… -sollozó-. Oh, David, estoy tan contenta…

– ¿Cómo?

– Yo tampoco quería seguir adelante con esto -le confesó-. Nunca debimos habernos comprometido. Todo fue culpa mía. Intenta perdonarme…

– Eres la mujer más generosa del mundo -le dijo él, aliviado-. Demasiado generosa para mí. Creo que empecé a enamorarme de Penny desde aquella noche de la cena de gala, pero al principio no estaba seguro. Luego, cuando nos quedamos encerrados en la isla juntos…

– ¿Penny estaba contigo?

– Tu abuelo se olvidó de proporcionarme unos documentos muy importantes, así que Penny tuvo que ir allí a entregármelos. La misma noche que llegó me robaron el coche, y tuve que apoyarme en ella para…

– Por supuesto -murmuró Steven con tono irónico.

– Y lo que sentíamos el uno por el otro era tan fuerte que yo… -miró a Penny, que le apretaba la mano como dándole ánimo-… que nosotros decidimos ser sinceros acerca de ello.

– ¡Qué sabiduría! -exclamó Steven, sardónico-. No hay nada como esperar a hacerlo en el último momento.

– ¿Quieres callarte? -le pidió Jennifer, clavándole un codo en las costillas. Se sentía inmensamente aliviada, pero su gozo estaba mezclado de decepción. Steven no había intentado impedir su matrimonio. En cierto sentido, poco había cambiado.

David aprovechó aquel momento para dar las explicaciones necesarias a su madre, que se había quedado paralizada de sorpresa. Trevor y Maud, mientras tanto, se abrazaban de alegría, y Jennifer descubrió desconcertada cómo Steven y Barney se felicitaban mutuamente, riendo.

– El zorro aún sigue ejerciendo su astucia, después de todo -declaró Barney, triunfante-. Lo hice.

– Lo hicimos -lo corrigió Steven, mirando de reojo a Jennifer-. Voy a necesitar mi parte correspondiente de mérito. Aunque admito que la idea fue tuya.

– ¿De qué estáis hablando los dos? -exigió saber Jennifer.

– Me sorprende que nos lo preguntes -le dijo Steven-. ¿Realmente creías que no iba a intentar sabotear tu boda?

– ¿Pero qué es lo que hiciste? -le preguntó ella, con el corazón en un puño.

– Le proporcionamos a David la oportunidad de descubrir que realmente amaba a Penny.

– Yo lo envié a Escocia a propósito -añadió Barney-. Y luego hice que Penny fuera a buscarlo… inventándome esa historia de los archivos.

– ¿Pero el coche robado?

– Eso fue lo más fácil de todo -le comentó Steven-. El «ladrón» trabajó para mí muy eficazmente, ya que contaba con el otro juego de llaves que yo le había proporcionado con permiso de Trevor. Así que simplemente se marchó con él sin problemas. Se lo llevó la misma noche que llegó Penny, lo guardó en un garaje privado y lo dejó allí una semana entera. Luego sólo tuvimos que esperar a que tu prometido superara sus escrúpulos morales…