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– Algo que tú nunca has tenido, por cierto -le recriminó Jennifer.

– Nunca los he tenido cuando se trataba de tomar lo que quería -convino él-. Pero tú estuviste a punto de vencerme con tu loca obstinación…

– ¿Yo? Si crees que…

– Cállate, por favor, y bésame -le dijo Steven, estrechándola firmemente entre sus brazos.

Jennifer sintió que el corazón le bailaba de alegría en el pecho al recibir aquel beso del hombre al que amaba. Un beso que no había esperado volver a recibir nunca.

– ¡Eso es! -exclamó de repente David, en aquel preciso momento-. Ahora lo recuerdo -cuando todo el mundo se volvió para mirarlo, explicó-: La noche que nos comprometimos, cuando me desperté, os vi a los dos juntos, pero estaba mareado por la jaqueca y no entendí nada. A la mañana siguiente sabía que había presenciado algo importante, pero no podía recordar qué era. Es ahora mismo cuando lo he recordado…

– Ojalá lo hubieras recordado antes -gruñó Steven-. Nos habrías ahorrado un montón de molestias. Y ahora, venga, sé un buen chico y comprométete otra vez.

– Ya lo hecho -respondió orgulloso, mirando a Penny.

– Estupendo -Steven se volvió hacia Jennifer-. De esta forma sólo quedamos tú y yo. Tengo algo que decirte, y escúchame bien, porque puede que no te lo repita otra vez. Estuve cerca de perderte porque no supe cómo decirte lo mucho que te amaba y necesitaba. No me puedo imaginar el resto de mi vida sin ti. Pero, gracias a Dios, eso no va a suceder. Nos hemos vuelto a encontrar a tiempo.

Aquella era la declaración de amor que Jennifer tanto había ansiado escuchar, pero aun así, aquel aire de seguridad en sí mismo la contrariaba un tanto.

– Una aventura; creo que ésa fue la palabra que utilizaste -lo desafió.

– Ni en un millón de años -declaró enfático -tendré una simple aventura contigo. Nos casaremos. De otra manera podrías intentar casarte con otro hombre, y yo no podría soportar volver a pasar por esto otra vez.

– Pero una aventura era lo que tú querías -replicó Jennifer con igual énfasis-. Y una aventura es lo que yo te estoy ofreciendo ahora.

– Bueno, vámonos ya -exclamó Barney, interrumpiéndolos-. Tenemos toda esa comida en casa, esperándonos. Celebraremos una fiesta.

– Pero sin nosotros -dijo Steven, mirando a Jennifer-. Celebraremos una fiesta particular, nosotros solos -la tomó de la mano-. Ven conmigo.

Y la sacó de la sala mientras hablaba, secundado por la aprobación de los presentes. Antes de que pudiera tomar conciencia de ello, Jennifer se encontró sentada en su coche mientras Steven arrancaba a toda velocidad. Cuando llegaron a su casa, la hizo subir a toda prisa las escaleras sin soltarle la mano. En el momento en que cerró la puerta del dormitorio a su espalda, Jennifer le preguntó:

– ¿Puedo hablar ya?

– No mientras sigas llevando su vestido de boda -y empezó a desabrocharle los botones de perlas del frente.

– Cuidado, que me lo vas a romper.

– ¿Y qué? Nunca volverás a ponértelo otra vez -le hizo saltar los botones, y finalmente el vestido cayó al suelo hecho jirones-. Así está mejor.

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– Lo que he ansiado hacer durante semanas -respondió, terminando de desnudarla. Luego se desvistió a su vez, y la estrechó contra su pecho desnudo. Por último, se apoderó de sus labios en un beso apasionado, fiero, urgente-. Noche tras noche he soñado con hacer esto -le decía entre besos-, volviéndome loco, mientras tú…

Sus labios la acallaron antes de que pudiera decir algo, pero Jennifer respondió sin palabras mientras se abrazaban con fuerza, unidos tanto por la pasión como por el inmenso alivio que sentían. Se habían asomado al borde del abismo de una vida sin el otro, y habían retrocedido a tiempo, aterrados. A menudo se había preguntado Jennifer cómo sería su primer acto de amor. Ya sabía que no necesitaba haberse preocupado tanto. Lo que estaba sucediendo en aquellos instantes era puro amor, algo que ni siquiera se había atrevido a soñar. Steven la besaba y acariciaba como si fuera un tesoro que hubiera creído perder para siempre.

Cuando finalmente se fundieron en cuerpo y alma, Steven le preguntó en un susurro:

– ¿Eres feliz, amor mío?

– Completamente -murmuró contra sus labios-. Completamente.

Sus palabras, o quizá algo que había escuchado en su tono, fue todo lo que había estado esperando. Se hundió más profundamente en ella, pero con una ternura que la dejó sin aliento.

Después permanecieron abrazados estrechamente, saciados de amor. Aquélla era la seguridad con la que tanto había soñado Jennifer, pensando sin embargo que Steven jamás podría proporcionársela. Si hubiera sabido entonces lo que ya sabía, habría descubierto que la seguridad anidaba realmente en los brazos de un hombre que la amara con pasión y no temiera más que perderla. El resto no importaba.

Dormitaron durante un rato, y cuando se despertaron, Steven le preguntó:

– ¿Te oí realmente decirle a Conner que tú tampoco querías seguir adelante con los planes de boda, o fueron imaginaciones mías?

– No, le dije eso mismo. Tomé la decisión en el coche. Tenías razón: soy más fuerte de lo que creía. Y también voy a dejar Norton. Ahora tengo que descubrir qué rumbo va a tomar mi vida.

– Se dirige hacia el altar, conmigo.

– Ya te dije que no me casaría contigo. ¿Es que no me estabas escuchando?

– Nunca escucho absurdos. Te amo. ¿Qué te parece dentro de mes y medio?

– Yo también te amo. ¿Pero eres consciente del comportamiento tan ofensivo que has tenido conmigo? Manejando a la gente como muñecos, enviando a David y a Penny de aquí para allá…

– ¿Y acaso no te alegras de que lo hiciera? Ellos también se han alegrado.

– Si te imaginas… -susurró mientras deslizaba una mano por su pecho, por su vientre plano, y más abajo, donde podía ya sentir la creciente fuerza de su deseo-… voy a casarme con un hombre cuya idea de una conversación educada es darme órdenes…

– ¿Órdenes? ¿Yo? Si soy el colmo de la dulzura… -Steven perdió de pronto el aliento, intentando controlarse. Tenía algo que decirle antes de que Jennifer terminara volviéndole loco de necesidad, pero fue ella la que habló primero:

– ¿Quién me dijo aquello de que nunca se prestaría a sentimentalismos idiotas?

– No importa lo que te dije entonces -gruñó-. Escucha lo que te estoy diciendo ahora.

– ¿Y quién me dijo también que yo era lo suficientemente fuerte para seguir sola, porque no necesitaba a nadie, incluido Steven Leary?

– Fui un estúpido, Jennifer. Sabes que estoy loco por ti, ¿no?

– En parte -se burló-. Ahora sé que puedo sobrevivir sola, y todo gracias a ti.

– Métete esto en la cabeza de una vez por todas -le dijo Steven-. Vamos a casarnos. No en el registro civil, sino en una iglesia. Llevarás un vestido de blanco satén y estarás esplendorosa. Yo llevaré un traje de mañana y pareceré tímido y ridículo, como corresponde a un novio. Pero no importará porque nadie me estará mirando a mí. Estarán pensando en lo guapa que estás, y en lo afortunado que yo soy. Trevor será mi padrino, y adoptará la sabia y divertida expresión de un hombre que ya ha pasado por esa tesitura. Será una boda absolutamente maravillosa. Y después…

– ¿Después? -inquirió Jennifer, conmovida.

– Después nunca dejaré que te apartes de mi lado -su voz era ronca-. Así que una vez aclarado esto…

– ¿Lo hemos aclarado? -preguntó, maliciosa.

– Sí… ¿y sabes lo que me estás haciendo?

– Sé exactamente lo que te estoy haciendo.

– Es muy peligroso, a no ser que vayas en serio.