– Enhorabuena -lo felicitó al reunirse con él.
– ¿Perdón?
– Has dado en el clavo -le comentó, tuteándolo-. Parece totalmente como si pertenecieras a este ambiente selecto.
– Gracias -repuso con sospechoso candor-. Pero la verdad es que me siento muy nervioso entre toda esta gente tan importante.
– No son realmente importantes. Sólo se creen que lo son porque tienen dinero. A la mayor parte de mis amigos de este ambiente no les importa lo que puedan pensar de ellos -con expresión traviesa, añadió-: Simplemente mantén levantada la nariz, y te tomarán por uno de los suyos. Estoy segura de que tendrás un gran éxito.
– Entonces… ¿me aseguras que no te sientes ni un poquito decepcionada con nuestro trato?
– Al contrario, creo que ha sido una verdadera ganga para mí.
– Quizá no lo haya hecho tan mal hasta ahora, después de todo. Bien -le ofreció su brazo-. ¿Vamos?
Juntos subieron las anchas escaleras y entraron en el enorme salón que ya se hallaba repleto de gente. Steven se dio cuenta inmediatamente de que Jennifer destacaba entre todas las demás mujeres presentes… y se preguntó, mientras aspiraba su delicioso perfume, qué tipo de amante podría haberla rechazado.
Se abrieron paso entre la multitud, sonriendo y saludando a gente. Algunos lo conocían, y Steven pasó algunos apuros intentando evitarlos. Sería muy afortunado si al final lograba salir de allí sin que alguien lo reconociera.
– Vamos al bar -le susurró-. Tengo que contarte una cosa mientras bebemos algo.
– Yo tomaré un zumo de naranja, ya que seré yo la que conduzca a la vuelta.
– Dos zumos de naranja -le pidió Steven al camarero, y se volvió sonriente hacia Jennifer-. He pedido zumo también para mí tan sólo en caso de que luego cambies de idea.
– ¿Tanta confianza tienes en ti mismo? -lo desafió.
– ¿Tú crees que la tengo? Gracias por la información.
La miró con expresión burlona, y Jennifer no pudo disimular una sonrisa.
– Estoy segura de que la tenías -se volvió para contemplar el salón. Y de repente la sonrisa se le heló en los labios.
David estaba solamente a unos pasos de ella.
Capítulo 2
Jennifer ya se había preguntado con anterioridad si David estaría allí. Ya se daba cuenta de que, secretamente y durante todo el tiempo, había estado esperando verlo. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció sus perfectos rasgos y su cabello espeso y ondulado. Él miró en su dirección y Jennifer acertó a ver su expresión de sorpresa. Por un momento la joven llegó a imaginar que extendería sus brazos hacia ella y todas sus diferencias quedarían olvidadas.
Pero David permaneció inmóvil, rígido, aparentemente confuso. Luego una joven lo tomó del brazo, y él inclinó la cabeza hacia ella, mirándola con expresión solícita. Jennifer se quedó donde estaba, muy sorprendida. David le había dado la espalda. De repente se olvidó de todo lo que la rodeaba, Steven incluido, que la estaba observando de cerca. Se le encogió el corazón ante el pensamiento de que David hubiera encontrado una pareja tan pronto. Luego la chica en cuestión le sonrió. Era una sonrisa sincera, cariñosa, encantadora. Jennifer no consiguió ahogar una exclamación. Steven la oyó, y entornó los ojos con expresión perspicaz.
– Así que es él -le murmuró al oído.
– Él… ¿quién?
– El guaperas con la poquita cosa.
– ¿No podríamos cambiar de tema? -inquirió Jennifer, con un esfuerzo.
– ¿Por qué? Sólo estoy aquí para demostrarle que no le importas nada en absoluto. Así que voy a demostrárselo ahora mismo… a no ser que estés asustada.
– Claro que no -se apresuró a replicar.
– Entonces tendrás que agarrar al toro por los cuernos.
– Tienes razón -y se adelantó hacia David, exclamando-: ¡David! ¡Qué alegría verte!
Él también tuvo sus problemas para reponerse de su sorpresa, y Jennifer comprendió que tampoco había esperado verla acompañada.
– Qué… encantadora sorpresa.
– Pero tú sabías que pensaba venir.
– Sí… er… claro, es sólo que… permíteme que te presente a Penny -y se volvió hacia la jovencita, que le lanzó a Jennifer una mirada nerviosa, seguida de inmediato por una deliciosa sonrisa.
– Este es Steven Leary -dijo a su vez Jennifer. Mientras los hombres se daban la mano, empezó a sentirse algo más confiada. Al menos David sabía que no se había quedado sola y deprimida en casa, esperando a que la llamara por teléfono. Deslizó un brazo bajo el de Steven y lo miró a los ojos, sonriéndole con ostentosa intensidad. Sintió un absurdo deseo de echarse a reír, como si los dos compartiesen una broma privada que nadie más pudiera comprender. Ni siquiera David.
David fruncía mientras tanto el ceño, incómodo, como si le desagradara el hecho de verla con otro hombre. Pero luego Penny reclamó su atención y tuvo que volverse hacia ella. Jennifer mantuvo bien alta la cabeza, forzando una sonrisa.
Unas cincuenta mesas redondas llenaban el salón, cada una con ocho comensales. Jennifer no supo si reír o llorar cuando descubrió que les había tocado en la misma mesa que a David y a Penny. Estaban casi frente a frente.
– Háblame de David Conner -le pidió Steven en un murmullo-. ¿A qué se dedica?
– Posee una pequeña empresa de juguetes electrónicos.
– ¿La fundó él mismo?
– No, su padre se la legó.
La cena los mantuvo ocupados durante un rato. Steven representó su papel a la perfección, atento y sonriente al menor de sus deseos. Luego fue el turno de los discursos. Jennifer estaba frente al estrado, pero tanto David como Penny tuvieron que volverse, así que pudo observarlos con atención.
Los discursos terminaron y el ambiente se relajó visiblemente mientras la gente se levantaba para visitar otras mesas. Un par de conocidos se acercó a saludar a Jennifer, y minutos después, cuando quedó otra vez libre, descubrió que Steven se había sentado más cerca de David y Penny. David le estaba contando algo con expresión interesada, y Steven lo escuchaba con el ceño fruncido, aparentemente concentrado.
– ¿Y si alguien me invitara a bailar? -inquirió.
– Los deseos de mi dama son órdenes -repuso Steven, y la sacó a bailar un vals.
– Pensé que debía rescatarte de David -le dijo a modo de explicación.
– ¿Temías que toda esa conversación tan seria fuera demasiado para mí, verdad?
– ¿Qué te contó acerca de nosotros?
– Que fue tu gigoló, por supuesto.
– ¿No podrías hablar en serio aunque sólo fuera por un momento?
– Te lo contaré seriamente. No estoy seguro de si debo ayudarte a que vuelvas con él. Podrías terminar casada, y entonces, ¿cómo podría perdonármelo?
– ¿Qué quieres decir?
– No es el hombre que necesitas. Te pegarías con él cada vez que quisieras mirarte en el espejo.
– ¡Qué absurdo!
– No es un absurdo, Jenny…
– No hagas eso -se apresuró a decirle ella-. Sólo David me llama Jenny.
– De todas formas es un nombre que no te sienta bien. Jenny es adecuado para un gorrioncillo, y tú eres como un ave del paraíso.
– No estés tan seguro -declaró con tono ligero-. Podría convertirme en un grajo agresivo.
Steven se echó a reír. Era una risa vibrante, llena de ricos matices, y varias personas se volvieron para mirarlos, incluido David. Inmediatamente Jennifer forzó una sonrisa mientas fijaba la mirada en su rostro.