– ¿Y en qué cambia la situación si tú te marchas de aquí? -preguntó Saxon mirándose las manos-. Los padres de ese niño seguirán sin estar casados, pero tú tendrás que intentar criarlo tú sola. ¿Crees que eso es mejor para ese niño? Yo no sé qué clase de padre podría ser yo, pero creo que sería mejor que nada.
Los labios de Anna empezaron a temblar. Los mordió con fuerza para que se detuvieran. Dios santo, ¿estaba haciendo que Saxon le suplicara verse incluido en la vida de su propio hijo? Jamás había tenido esa intención, especialmente tras saber lo que él le había contado aquella mañana.
– Creo que serías un padre maravilloso -dijo-. Jamás tuve la intención de impedirte que vieras a tu propio hijo. De lo único de lo que no estoy segura es del acuerdo mediante el que hemos estado viviendo hasta ahora.
– Yo sí. Te deseo… y tú… tú me deseas a mí -replicó. Aún no podía decir que Anna lo amaba-. En estos momentos no tenemos por qué hacer nada. Como tú has dicho, pasarán años antes de que nuestro hijo sea lo suficientemente mayor para poder compararnos con otros padres. Aún tienes que pasar el resto de lo que te queda de embarazo y Dios sabe que yo no podré dormir por las noches si no sé que te encuentras bien. Al menos, quédate aquí hasta que nazca el niño. Yo puedo ocuparme de ti, acompañarte a las clases de preparación al parto y estar contigo durante el alumbramiento…
– Nada me gustaría más -replicó ella, con voz ronca. Entonces, vio cómo el alivio se reflejaba en los ojos de Saxon antes de que él pudiera ocultarlo.
– En ese caso, traeré mis cosas mañana.
Anna sólo pudo parpadear de la sorpresa. Había esperado que él decidiera volver a lo de siempre, durmiendo con ella todas las noches pero regresando a su apartamento por las mañanas para cambiarse de ropa antes de ir a trabajar. El hecho de pensar que las ropas de Saxon pudieran colgar al lado de las de ella en el vestidor la hacía sentirse emocionada y un poco alarmada a la vez. Este último sentimiento era ridículo, dado que no había nada que hubiera deseado más que llevar una vida completa al lado de Saxon. Sin embargo, las cosas estaban cambiando tan rápidamente y su vida ya estaba bastante patas arriba con el embarazo. Cada día iba perdiendo un poco más el control de su cuerpo a medida que el bebé crecía en su interior y le pedía más. Aunque los síntomas de su embarazo habían sido muy escasos, los cambios se iban haciendo poco a poco más evidentes.
Llevaba todo el día luchando contra uno de esos cambios y, de repente, todo se hizo demasiado. Los ojos se le llenaron de lágrimas y, al mirarlo, se le derramaron por las mejillas. Inmediatamente, Saxon acudió a su lado y la abrazó cariñosamente.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó-. ¿No quieres que me venga a vivir contigo? Creía que te gustaría porque así podría cuidarte mejor.
– No se trata de eso -sollozó ella-. Bueno, sí que lo es. ¡Claro que me gustaría! Siempre he querido que te vengas a vivir conmigo o que me pidieras a mí que me fuera a vivir a tu casa. Pero no lo has hecho por mí, sino por el bebé.
Saxon la miró y, con los pulgares, le secó las lágrimas. Tenía el ceño fruncido.
– Por supuesto que lo hago por ti -dijo-. Al bebé no lo conozco. Diablos, ¡pero si aún no he visto evidencia alguna de que exista! No quiero que estés sola más de lo necesario. ¿Has ido ya al médico?
Anna sorbió por la nariz y se limpió los ojos.
– Sí. De hecho no me había dado cuenta de que estaba embarazada hasta que fui a ver al médico. Fui porque mi último periodo fue simplemente una mancha y el anterior muy ligero. Casi no he tenido síntomas.
– ¿Eso es normal?
– Eso parece. El médico me dijo que todo está bien y que algunas mujeres manchan un poco durante los primeros meses y que otras no, al igual que algunas tienen náuseas por las mañanas y otras no. De lo que sí me he dado cuenta es de que me canso mucho y que tengo mucho sueño y de que tengo muchas ganas de llorar.
Saxon pareció aliviado.
– ¿Quieres decir que estás llorando por el bebé?
– No, estoy llorando por ti…
– Pues no lo hagas -dijo Saxon, estrechándola entre los brazos y dándole un beso en la frente-. No me gusta que llores.
Saxon no podía saber lo agradable que le resultaba a Anna que la abrazara y mimara de aquella manera, lo mucho que lo había añorado. Ella tampoco había recibido mucho amor a lo largo de su vida aunque jamás había sufrido las brutalidades a las que Saxon se había visto expuesto. Su sueño más deseado había sido tener un hogar con él, un hogar como el de todo el mundo, con la dulce seguridad de la rutina y de saber que él iba a volver a casa todos los días. En sus sueños, él siempre la había abrazado y le había dicho lo mucho que la quería, mientras que en la realidad, Saxon se había limitado a ofrecerle intimidad física y un desierto emocional.
Aquel cambio tan repentino se parecía tanto a un sueño hecho realidad que ella temía terminar creyéndoselo. A pesar de todo, no iba a hacer nada que pudiera darlo por terminado prematuramente. Mientras Saxon permaneciera a su lado, estaba dispuesta a saborear todos y cada uno de los momentos.
Tal y como había prometido, Saxon se mudó al día siguiente. Él no le dijo nada, pero un par de llamadas, una de una persona interesada en alquilar su otro apartamento y otra de una empresa que deseaba comprobar que aquélla era la dirección a la que se debían enviar las facturas, le confirmaron que había decidido dejar su otra residencia. Eso más que nada le indicó que Saxon se había tomado muy en serio lo de mantener su relación.
Lo observó atentamente para ver si se encontraba nervioso porque su relación hubiera cambiado en aspectos muy importantes, como se trataba el hecho de que ya no tuvieran apartamentos separados. Anna también le había confesado que estaba enamorada de él y esas palabras no podían olvidarse ni borrarse. La reacción que Saxon había tenido ante la breve separación de ambos le indicaba más que nada lo que sentía por ella. Aunque llevaban dos años de relación, aquella cercanía física era nueva para él y Anna se había dado cuenta de que, a veces, Saxon no sabía muy bien cómo actuar. Era casi como si estuviera en un país extranjero en el que no hablaba el idioma y en el que estuviera tratando de avanzar a tientas, incapaz de entender lo que le decían las señales de tráfico.
Cada vez sentía más curiosidad por el niño e insistió en acompañarla a la siguiente visita que ella tenía con el médico y que se iba a producir tan sólo unos días después. Al enterarse de que, cuando el embarazo estuviera más avanzado, una ecografía podría revelar el sexo del bebé, quiso saber inmediatamente cuándo podrían realizar esa prueba y el margen de error que tenían los médicos. Dado que era la primera vez que él se interesaba por el sexo del bebé, Anna se preguntó si deseaba tener un hijo en vez de una hija. Saxon no había indicado preferencia alguna dado que siempre se habían referido a su hijo como «el bebé», en vez de «el niño» o «la niña».
¿Qué efecto tendría un hijo sobre él? Seguramente se vería más reflejado en un niño y, en cierto modo, tendría la oportunidad de corregir el horror de su propia infancia asegurándose de que su propio hijo jamás conociera sentimiento alguno aparte del amor incondicional. En su imaginación, Anna lo vio enseñando pacientemente a un niñito cómo sostener un bate o darle una patada a un balón. Seguramente, insistirían en acudir a una amplia variedad de juegos de pelota y Saxon observaría muy orgulloso a su hijo cuando fuera éste el que jugara.
A pesar de lo que le dictaba su sentido común, Anna no podía dejar de imaginarse un futuro con Saxon. Ya había ocurrido un milagro: él no había desaparecido cuando se enteró de su embarazo. No dejaría de esperar que aquel milagro no fuera el único.
Aquella noche, cuando estaban tumbados en la cama, apoyó la cabeza sobre el torso de Saxon y escuchó los fuertes latidos de su corazón. Se colocó la mano sobre el vientre y pensó que su bebé estaba escuchando su propio corazón de aquella misma manera y que lo encontraría tan tranquilizador como el de Saxon la relajaba a ella. Era un sonido maravilloso.