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– Siéntese.

Anna obedeció. Antes de sentarse también, regresó a cerrar la puerta principal y luego se limpió las manos en el delantal que llevaba puesto. Anna observó el movimiento de aquellas fuertes y ajadas manos y se dio cuenta de que, más que una necesidad, había sido un tic. Contempló el rostro de la mujer y se sorprendió al ver que, en los duros rasgos de la mujer, tomaba vida el espejismo de un sentimiento. La señora Bradley estaba tratando de contenerse, pero no pudo evitar que una solitaria lágrima le cayera por la enjuta mejilla. Entonces, se sentó en una mecedora y se agarró el delantal con las manos.

– ¿Cómo está mi niño? -preguntó con la voz desgarrada por la emoción-. ¿Se encuentra bien?

Se sentaron a la mesa de la cocina. La señora Bradley tomaba café mientras que Anna se contentó con un vaso de agua. La señora Bradley había logrado recuperar la compostura aunque, de vez en cuando, se secaba los ojos con una de las puntas de su delantal.

– Hábleme de él -dijo Emmeline Bradley. Sus cansados ojos azules reflejaban una mezcla de alegría y ansia de saber, acompañados de una pizca de dolor.

– Es ingeniero -la informó Anna, llena de orgullo-. Es dueño de su propia empresa y tiene mucho éxito en los negocios.

– Siempre supe que eso sería lo que ocurriría. Saxon era muy listo. Harold y yo siempre decíamos que tenía la cabeza bien asentada sobre los hombros. Sacaba muy buenas notas en sus estudios y se los tomaba muy en serio.

– Consiguió ir a la universidad y se graduó de los primeros de su clase. Podría haber ido a trabajar para una de las grandes empresas de ingeniería, pero quería tener su propio negocio. Yo fui su secretaria durante algún tiempo.

– Madre mía, hasta secretaria… Cuando se decidía a hacer algo, no había quien lo detuviera.

– Sigue siendo así -comentó Anna, entre risas-. Dice exactamente lo que piensa y hace exactamente lo que dice. Una siempre sabe a qué atenerse con Saxon.

– Cuando estuvo con nosotros, no hablaba mucho, pero nosotros comprendíamos lo que le pasaba. De hecho, teniendo en cuenta por todo lo que había tenido que pasar, era increíble que hablara. Nosotros tratábamos de no agobiarlo ni imponernos a él. A veces nos rompía el corazón al ver cómo se apresuraba a hacer todo lo que le pedíamos para luego hacerse a un lado para ver si nosotros pensábamos que lo había hecho bien. Supongo que creía que íbamos a echarlo de casa si no lo hacía todo a la perfección o tal vez a darle una paliza tal y como habían hecho en algunas de las otras casas en las que había estado.

Los ojos de Anna se llenaron de lágrimas. Se imaginaba a Saxon claramente, tan joven, tan delgado y tan indefenso, con aquellos ojos verdes siempre observando.

– No llores -susurró Emmeline antes de tener que secarse sus propios ojos-. Cuando lo acogimos, tenía doce años. Estaba delgado como un hueso y era muy desgarbado. Aún no había dado el estirón y cojeaba un poco porque la mujer que lo tuvo antes que nosotros lo arrojó del porche con el palo de una escoba. El pobrecillo se torció el tobillo y se hizo mucho daño. Tenía muchos hematomas en la espalda, como si aquella desalmada le hubiera golpeado allí también con la escoba. Supongo que era algo habitual. Además, tenía la marca de una quemadura en el brazo. Él nunca nos dijo qué le había pasado, pero la asistente social nos dijo que un hombre le había apagado un cigarrillo en el brazo.

»Nunca mostró miedo ante nosotros, pero, durante mucho tiempo, se tensaba si nos acercábamos demasiado, como si estuviera preparándose para salir corriendo o para pelear. Parecía más cómodo si nos manteníamos a distancia, así que era eso lo que hacíamos, aunque yo me moría de ganas por abrazarlo y decirle que nadie iba a volver a hacerle daño. Sin embargo, era más bien como un perro al que habían maltratado. Había perdido su confianza en la gente.

Anna sintió que se le hacía un nudo en la garganta al hablar.

– Hasta cierto punto, sigue mostrándose distante. No se muestra cómodo en lo que se refiere a los sentimientos, aunque está mejorando.

– ¿Tan bien lo conoces? Me has dicho que fuiste su secretaria. ¿Ya no trabajas para él?

– No. Llevo dos años sin trabajar para él -respondió. Entonces, se sonrojó-. Vamos a tener un hijo y él me ha pedido que me case con él.

– En mis tiempos, se hacía al revés, pero ahora todo es muy diferente -replicó la mujer mirándola de arriba abajo-. No hay vergüenza alguna en amar a una persona. ¿Para cuándo nacerá el niño?

– En septiembre. Vivimos en Denver, por lo que no estamos muy lejos. No resultaría difícil venir de visita.

El rostro de Emmeline se cubrió de una profunda tristeza.

– Siempre imaginamos que Saxon no quería tener nada que ver con nosotros. Se despidió de nosotros cuando se graduó en el instituto y supimos que lo decía completamente en serio. En realidad, nunca pudimos culparlo. Cuando vino a vivir con nosotros, los años de sufrimiento lo habían marcado hasta tal punto que sería difícil cambiarlo. La mujer que lo trajo a este mundo tiene muchas cosas de las que responder, por lo que le hizo nada más nacer y por el infierno en el que convirtió su vida. Te juro que si alguien hubiera descubierto quién era, yo habría sido capaz de asesinarla.

– Eso mismo he pensado yo…

– Mi Harold murió ya hace algunos años. Me encantaría que estuviera aquí ahora para que supiera lo bien que le ha ido la vida a Saxon, pero supongo que ya lo sabe de todos modos.

– Saxon me dijo que usted perdió a su hijo -dijo Anna. Inmediatamente se arrepintió porque no quería causarle a la mujer una pena innecesaria. Perder a un hijo era algo que ningún padre debería experimentar nunca.

Emmeline asintió.

– Kenny… Dios santo… Hace ya treinta años desde que se puso enfermo aquella última vez. Siempre estuvo enfermo del corazón desde que nació y, entonces, no podían hacer las cosas que pueden hacer ahora. Desde que era un bebé, los médicos nos dijeron que no viviría mucho tiempo, pero saberlo no siempre prepara a uno para lo peor. Murió cuando tenía diez años, el pobrecito, y tenía el tamaño de un niño de seis.

Después de una pequeña pausa, la mujer siguió hablando. Una sonrisa se le había dibujado en el rostro.

– Saxon, por el contrario, a pesar de estar muy delgado y magullado, era fuerte. Empezó a crecer al año siguiente de venir a vivir con nosotros. Tal vez era comer a sus horas lo que lo consiguió. Dios sabe que yo le metía en el cuerpo toda la comida que podía. Creció más de treinta centímetros en poco más de seis meses. Era alto y muy delgado. Cada vez que le comprábamos unos pantalones, parecía que se le quedaban pequeños a la semana siguiente. En poco tiempo, se hizo más alto que Harold, aunque era todo brazos y piernas. Entonces, empezó a engordar y daba gusto verlo. De repente, empezamos a tener más chicas caminando por delante de la casa de las que hubiéramos podido imaginar que vivían en los alrededores.

– ¿Cómo se tomó él ser el centro de atención de tantas chicas?

– Jamás se dio por aludido. Como ya te he dicho, se tomaba muy en serio sus estudios. Además, se mostraba muy esquivo a la hora de permitir que nadie se le acercara, por lo que creo que salir con una chica le habría resultado muy incómodo. Sin embargo, esas chicas no se desmoralizaban por ello y no puedo culparlas por ello. Saxon hacía que todos los chicos de su edad parecieran unos enclenques a su lado. Empezó a afeitarse cuando tenía quince años y tenía barba de verdad, no unos pelillos de nada como la mayoría de los chicos. Su torso y sus hombros ensancharon mucho y tenía el cuerpo muy bien formado.

Anna dudó, pero decidió tocar de nuevo el tema de Kenny. Emmeline hablaba con verdadero entusiasmo sobre Saxon, pero tal vez era porque le había negado su atención durante muchos años.