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Por ello, se obligó a permanecer sentada y mantuvo el libro que estaba leyendo sobre el regazo. No se permitió levantar la cabeza y sonreír hasta que no oyó que la puerta se cerraba y escuchó el golpe de la maleta contra el suelo. Al verlo, el corazón se le desbocó de la alegría, igual que le llevaba pasando desde hacía tres años, pero, al mismo tiempo, experimentó un fuerte dolor en los costados ante la perspectiva de no volverlo a ver. Al menos, tenía una noche más con él, una nueva oportunidad. Entonces, tendría que terminar con todo.

Saxon parecía cansado. Tenía profundas ojeras en el rostro y las arrugas que enmarcaban su hermosa boca parecían más profundas. A pesar de todo, como siempre le ocurría, Anna se quedó atónita al ver lo guapo que era, con su piel cetrina, cabello oscuro y ojos verdes. Saxon jamás había hablado de sus padres y Anna se había preguntado en muchas ocasiones por la combinación de genes que había producido una belleza tan llamativa. Sin embargo, ésta era otra de las cosas por las que no podía preguntar.

Saxon se quitó la americana y la colgó en el ropero. Mientras lo hacía, Anna se dirigió al bar y le sirvió un whisky solo. Saxon aceptó la copa con un gesto de agradecimiento y se lo tomó a sorbitos mientras se aflojaba el nudo de la corbata. Anna dio un paso atrás porque no quería agobiarlo, pero no pudo apartar los ojos del amplio torso. De repente, el cuerpo comenzó a acelerársele de un modo que le resultaba ya muy familiar.

– ¿Ha ido bien el viaje? -le preguntó. El tema de los negocios era siempre seguro.

– Sí, Carlucci se ha extralimitado en su capacidad, tal y como tú dijiste.

Terminó la copa con un rápido giro de la muñeca y luego dejó el vaso para colocarle a Anna las manos en la cintura. Ella echó la cabeza hacia atrás con la sorpresa reflejada en los ojos. ¿Qué estaba haciendo? Saxon siempre seguía un patrón muy definido en su comportamiento cuando regresaba de un viaje: se duchaba mientras ella preparaba algo de comer, comían, Saxon se ponía a leer el periódico o charlaban sobre el viaje que él había realizado y, por fin, se metían en la cama. Sólo entonces él se dejaba llevar por su sensualidad y hacían el amor durante horas. Llevaba haciendo lo mismo durante dos años. Entonces, ¿por qué rompía sus propias costumbres abrazándola casi inmediatamente después de entrar por la puerta?

Anna no podía interpretar la expresión que veía en sus ojos verdes. No desvelaban nada, pero tenían un extraño brillo. Le agarró la cintura con fuerza.

– ¿Ocurre algo? -le preguntó. Sin querer, su voz se había llenado de ansiedad.

Saxon lanzó una risa muy dura y tensa.

– No, no ocurre nada. Simplemente ha sido un viaje muy duro. Eso es todo.

Sin dejar de hablar, Saxon los estaba conduciendo a ambos hacia el dormitorio. Una vez allí, le dio la vuelta y empezó a desnudarla, demostrando su impaciencia con los tirones que les daba a las prendas que le iba quitando. Ella permaneció de pie dócilmente, sin dejar de mirarlo al rostro. ¿Acaso era su imaginación o se había dibujado de verdad un gesto de alivio en el rostro de Saxon cuando la vio por fin desnuda y pudo estrecharla así contra su cuerpo? La abrazó con fuerza, aplastándola prácticamente contra su cuerpo. Los botones de la camisa se le clavaron a Anna en el pecho y se meneó un poco, dejando que la docilidad diera paso a una creciente excitación. Le tiró de la camisa.

– ¿No crees que estarías mucho mejor sin esto? -susurró-. ¿Y también sin esto? -añadió bajando las manos para empezar a desabrocharle la hebilla del pantalón.

La respiración de Saxon se había acelerado. El calor corporal que desprendía su piel se notaba incluso a través de la ropa. En vez de dar un paso atrás para poder quitarse la ropa, él la abrazó con fuerza y la levantó del suelo para llevarla a la cama. Se dejó caer de espaldas y luego se dio la vuelta para que ella se quedara debajo de su cuerpo. Anna soltó un pequeño gemido cuando notó que él utilizaba uno de sus fuertes muslos para separarle las piernas y luego se acomodaba sobre ella.

– Anna…

La voz con la que pronunció el nombre era más bien un gruñido. Le tomó el rostro entre las manos y apretó la boca contra la de ella mientras bajaba la mano entre los cuerpos de ambos para poder abrirse los pantalones. Saxon estaba preso de un extraño frenesí y ella no sabía por qué. Sin embargo, Anna notaba perfectamente lo desesperadamente que la necesitaba, por lo que se quedó completamente inmóvil para él. Saxon la penetró con un fuerte movimiento que hizo que ella se arqueara sobre la cama. Como no estaba del todo preparada, la penetración resultó dolorosa. No obstante, se aferró con fuerza a él para tratar de darle todo el confort que pudiera a pesar de que no sabía lo que le pasaba.

Sin embargo, cuando se encontró dentro de ella, la desesperación desapareció de los ojos de Saxon. Ella noto cómo, poco a poco, los músculos iban relajándosele. Saxon se hundió en Anna con un relajado gemido de placer y dejó que el peso de su propio cuerpo la aplastara contra la cama. Después de un instante, se incorporó sobre los codos.

– Lo siento mucho -susurró-. No era mi intención hacerte daño.

Anna sonrió dulcemente y le acarició el cabello.

– Lo sé -replicó aplicándole una ligera presión a la cabeza para que la bajara y pudiera besarlo.

El cuerpo se le había acostumbrado ya a él y, aunque la penetración había sido brusca, el dolor había desaparecido, dejando tan sólo el gozo casi incandescente de saber que iba a hacer el amor con Saxon. Anna jamás lo había dicho en voz alta, pero su cuerpo sí. El eco de aquellas palabras silenciosas resonaba con fuerza en su mente. «Te amo». Repitió aquellas dos palabras una y otra vez mientras Saxon empezaba a moverse de nuevo dentro de ella. Sin poder evitarlo, Anna se preguntó si sería por última vez.

Más tarde, cuando Anna se despertó de un ligero sueño, escuchó el sonido de la ducha. Sabía que debía levantarse y comenzar a preparar la cena, pero se sentía atrapada por una extraña inercia. No le importaba en absoluto la comida cuando el resto de su vida dependía de lo que ocurriera entre ellos en aquellos momentos. Sin embargo, ya no podía posponerlo más.

Tal vez aquella noche no sería la última. Tal vez. Algunas veces ocurría un milagro.

A pesar de que esperaba que ocurriera un milagro, estaba perfectamente preparada para afrontar la realidad. Tendría que marcharse de aquel elegante y cómodo apartamento que Saxon le había proporcionado. Su próxima vivienda no tendría todos los colores de las tapicerías y cortinas perfectamente coordinados, pero ¿qué importaba? Las alfombras y cortinas a juego carecían de importancia. Lo que le importaba era Saxon, pero no podría tenerlo. Sólo esperaba que pudiera contenerse para no llorar o suplicar. A él no le gustaría aquella clase de escena.

Estar sin él iba a ser la situación más difícil a la que hubiera tenido que enfrentarse nunca. Lo amaba más que dos años atrás, cuando accedió a ser su amante. Siempre le llegaba al corazón el hecho de que él hiciera algo considerado y luego hiciera todo lo posible para que pareciera un gesto casual que simplemente había ocurrido, un gesto que él no se había tomado ninguna molestia por realizar. Además, estaba la preocupación que él le había demostrado cuando, simplemente, ella se resfriaba o el modo en el que, solapadamente, había ido aumentando el número de acciones a nombre de Anna para que ella se sintiera segura económicamente y el modo en el que siempre alababa todo lo que ella cocinaba.