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¿Cuándo dejó de ser protección para convertirse en prisión? ¿Acaso añora la tortuga alguna vez librarse de su caparazón para poder correr desnuda y libre? Probablemente no, pero él no tenía tanta suerte. Anna le había dicho que lo amaba y, aunque no fuera cierto, al decírselo le había dado la oportunidad de permanecer a su lado un poco más. No se había atrevido a hacerlo porque aquello habría significado librarse al menos de unas cuantas capas de su coraza. Esa posibilidad lo llenaba de un terror que se basaba en su más tierna infancia y que se había fortalecido a lo largo de muchos años de abusos.

Cuando llegó frente a la puerta de su apartamento, la miró perplejo, sin saber muy bien dónde estaba. Al darse cuenta por fin de que estaba frente a su propia casa, se sacó las llaves y abrió.

El apartamento estaba silencioso y vacío, sin nadie que le diera una dulce bienvenida. Anna jamás había estado allí y se notaba.

Casi no podía soportar estar allí. Era una casa oscura y vacía, como una tumba y se sentía incapaz de llevarle luz alguna. La única que había conocido nunca era la que Anna le proporcionaba y la había compartido con ella durante un espacio de tiempo muy breve, para luego apartarla de su lado por su irrefrenable lujuria. Jamás había podido mantener las manos apartadas de ella. Le había hecho el amor con más frecuencia de lo que jamás hubiera creído posible. Su masculinidad despertaba una y otra vez ante la dulce perspectiva de hundirse en ella y fundir su cuerpo con el de Anna. La había dejado embarazada y, por ello, la había perdido.

¿Qué iba a hacer sin ella? No podría funcionar. No podría interesarse por sus malditos contratos o por si el trabajo se realizaba o no. Siempre había realizado su trabajo sabiendo que ella lo estaba esperando. Aunque su trabajo lo apartara de Anna, sabía que éste lo ayudaba a cuidar de ella y a asegurarse de que jamás le faltara de nada. Cada vez que había aumentado el paquete de acciones que había preparado para ella, había sentido una profunda satisfacción. Tal vez había creído que sus diligentes esfuerzos en ese sentido lo ayudaran a mantener a Anna a su lado y que le demostraran a ella que estaba mejor con Saxon que con ningún otro hombre o sola.

No podía ni siquiera pensar que ella pudiera haberse quedado con él sólo porque le estaba proporcionando seguridad económica. Si llegara a pensar eso de Anna, no le quedaría nada por lo que mereciera la pena vivir. No. Siempre había sabido que a ella le disgustaba aquella parte de su acuerdo.

No había habido razón alguna para que ella permaneciera a su lado a menos que… a menos que, efectivamente, lo amara.

Por primera vez se dejó pensar en lo que ella le había dicho. En su momento, no había querido hacerlo, pero en aquellos instantes las palabras no dejaban de darle vueltas por su subconsciente, como si fueran frágiles pájaros que temían echar a volar.

Anna lo amaba.

Permaneció sentado en el silencioso apartamento durante el resto del día y de la noche, demasiado ensimismado como para sentir la necesidad de luz o de ruido. Se sentía como si estuviera basando su esperanza en la más débil de las posibilidades, como si estuviera tratando de conseguir un imposible, pero le resultaba imposible hacer otra cosa.

Si era cierto que Anna lo amaba, no podía dejarla escapar de aquella manera.

Capítulo Cuatro

Anna pasó una noche muy mala. No pudo dormir. Aunque no había esperado dormir de un tirón, tampoco había supuesto que permanecería despierta durante horas, mirando el techo de la habitación, y sintió un dolor casi físico por el vacío que tenía a su lado. Saxon había pasado muchas noches alejado de ella debido a sus numerosos viajes de negocios, pero Anna siempre había conseguido dormir. Aquello era, sin embargo, muy diferente. Se trataba de un vacío físico y del alma. Había sabido que la situación resultaría muy difícil, pero no se había imaginado que le produciría tanto dolor. A pesar de sus esfuerzos, había estado llorando hasta que la cabeza le empezó a doler e incluso entonces había sido incapaz de parar.

Había sido el puro agotamiento lo que había terminado por fin con las lágrimas, pero no el dolor. Seguía a su lado, incansable, a lo largo de las interminables y oscuras horas.

Si aquello era lo que le deparaba el destino, no sabía si iba a poder soportarlo aunque tuviera a su hijo con ella. Había creído que aquel bebé, aquel increíble tesoro, le serviría de cierto consuelo para suplir la ausencia de Saxon. Aunque podría ser que fuera así en el futuro, en aquellos momentos no le servía de nada. No podía tener a su hijo en brazos en aquellos instantes. Tardaría cinco largos meses en poder hacerlo.

Se levantó al amanecer sin haber dormido absolutamente nada y preparó café descafeinado. Aquel día más que nunca necesitaba sentir el empuje de la cafeína, pero su embarazo se lo prohibía. Mientras el café se preparó, se sentó en la cocina envuelta en una gruesa bata.

La lluvia caía incesantemente y golpeaba los cristales de las ventanas. El día anterior había sido muy bueno, pero el alocado tiempo de abril se había transformado para convertir aquella jornada en fría y lluviosa. Si Saxon hubiera estado allí, se habrían pasado la mañana en la cama, acurrucados entre las cálidas sábanas y explorando perezosamente los límites del placer.

Anna tragó saliva y entonces inclinó la cabeza hacia la mesa. La pena volvía a hacerse insoportable. A pesar de que tenía los ojos doloridos de tanto llorar, parecía que aún le quedaban lágrimas.

No oyó que la puerta se abría, pero el sonido de los pasos sobre el suelo le hizo levantar la cabeza y secarse rápidamente los ojos con el reverso de la mano. Saxon estaba frente a ella, con el rostro triste y sombrío de puro cansancio. Aún llevaba puestas las mismas ropas que el día anterior, aunque se había puesto una cazadora como protección contra la lluvia. Evidentemente, había estado andando por la calle, porque tenía empapado el cabello y el rostro.

– No llores -le dijo en un tono de voz duro y poco natural.

Se sentía avergonzada de que él la hubiera sorprendido llorando. Siempre se había esforzado mucho por ocultar sus emociones ante Saxon, sabiendo que éstas lo hacían sentirse incómodo. También sabía que no tenía muy buen aspecto. Tenía los ojos hinchados y húmedos, con el cabello aún revuelto por una noche de insomnio y envuelta de la cabeza a los pies en una gruesa bata. Una amante debería estar bien peinada y vestida. Ese pensamiento estuvo a punto de provocarle de nuevo las lágrimas.

Sin apartar la mirada de ella, Saxon se quitó la cazadora y la colgó sobre el respaldo de una silla.

– No sabía si te habías quedado aquí -dijo, con la voz llena de tensión-. Esperaba que lo hubieras hecho, pero…

De repente, se acercó a ella con increíble velocidad y la tomó en brazos para llevarla al dormitorio.

Después de un pequeño grito de sorpresa, Anna se aferró a él. Todo había ocurrido como la primera vez, como si la pasión se hubiera estado acumulando tras la presa de su autocontrol y, por fin, la presa hubiera terminado por romperse. La había tomado en brazos para colocarla sobre el suelo del despacho con un único movimiento y, entonces, se le había tumbado encima antes de que la sorpresa de Anna pudiera dar paso a la felicidad. Ella lo había agarrado con fuerza, dejándose llevar por un deseo que igualaba al de él. Habían pasado horas antes de que los dos pudieran separarse uno del otro.

Anna sentía la misma fiereza en aquellos momentos, cuando Saxon la colocó en la cama y se inclinó sobre ella para desabrocharle la bata. Bajo ésta, Anna llevaba un fino camisón de seda, pero, evidentemente, hasta una prenda tan delicada era demasiado. En silencio, ella levantó la mirada y observó el rostro de Saxon. Vio cómo él la liberaba de la bata y luego le sacaba el camisón por la cabeza. Al sentirse desnuda delante de él, sintió que la respiración se le aceleraba y que los pechos se le erguían ante la mirada de Saxon, que resultaba tan excitante como cualquiera de sus caricias. Una cálida y agradable sensación comenzó a formársele en el vientre y a extendérsele por todo el cuerpo.