Jarrod apretó la mandíbula y se metió las manos en los bolsillos, al tiempo que agachaba la cabeza.
– Algo así.
Georgia se incorporó. Las piernas le temblaban.
– Bueno, lo pasado pertenece al pasado, Jarrod -dijo, sin emoción-. Es mejor que lo dejemos así, ¿no crees?
Jarrod la miró por un instante.
Georgia hubiera querido decirle que eso era lo que había intentado todos aquellos años, pero que su retorno había convertido el pasado en presente.
– ¿Podemos separarnos esta vez como amigos? -dijo Jarrod, reclamando la mirada de Georgia.
– ¿Amigos? -repitió ella.
– Antes lo éramos -Jarrod hizo ademán de aproximarse, pero se detuvo.
– Y amantes -Georgia le sostuvo la mirada-. ¿Cuántos ex amantes consiguen ser amigos? Estoy segura de que pocos. Pero supongo que es lo más civilizado -arqueó las cejas en una interrogación muda-. ¿No es cierto Jarrod? Esa es la forma moderna y civilizada de actuar.
Jarrod esquivó su mirada.
– Como te he dicho antes, en el pasado fuimos amigos.
Georgia suspiró.
– Sabes perfectamente que sería imposible. Al menos para mí los es. Lo siento, Jarrod.
– Y yo también -dijo él, con voz espesa, como si le resultara doloroso hablar.
– Será mejor que vaya a echar una mano a Andy y Lockie -le cortó Georgia.
«Pídeme que no me vaya», le rogó al mismo tiempo en silencio. «Por favor, Jarrod, pídeme que me quede».
Jarrod inclinó la cabeza y volvió al escritorio sin decir nada.
– Supongo que nos veremos más tarde -se despidió Georgia con voz quebradiza.
Y se marchó reprimiendo el impulso de hacer lo que había hecho cuatro años atrás: correr a través de los matorrales hacia su casa, cegada por las lágrimas.
El dolor la ahogó, la estranguló con un férreo puño. Habían pasado cuatro años y no había conseguido superarlo.
Cuando Jarrod reapareció en su vida lo odiaba. Pero en ese momento comprendió lo próximos que estaban los sentimientos de amor y de odio. Podía decirse a sí misma cuánto lo despreciaba, pero en su fuero interno debía admitir que seguía amándolo tanto como en el pasado. El amor debía haber ocupado cada resquicio de su ser y nunca se liberaría de él.
Se obligó a ir hacia su casa pausadamente y sin derramar una sola lágrima. Y lo consiguió, al contrario que en la otra ocasión, sin que le ocurriera ninguna desgracia. Sin que se produjera el drama que había tenido lugar cuatro años atrás.
Una semana más tarde, las cosas parecían volver a la normalidad.
La conversación que Georgia había mantenido con Jarrod en el despacho de su padre fue definitiva. Le había demostrado que debía aplastar cualquier esperanza que conservara de que él siguiera sintiendo algo por ella. Lo mejor que podía hacer era poner en orden su vida. Sola.
Todo aquel tiempo había sido una especie de duelo y ahora debía darlo por terminado. El pasado no tenía ningún vínculo con el futuro. Tenía que seguir adelante y olvidar.
Sí. Todo comenzaba a adquirir cierta normalidad. Mandy había vuelto y estaba cantando con Country Blues. Su padre llegaría al día siguiente para ocuparse de las obras de la casa. Ella podía volver a concentrarse en sus estudios y en el trabajo en la librería. Y la tarde siguiente, Jarrod se marchaba a los Estados Unidos, y Georgia podría dejar de esperar verlo a la vuelta de cada esquina.
El pasado debía quedar atrás y dar paso al futuro. Conseguiría ser feliz. Pero si era eso cierto, ¿por qué tenía ganas de llorar?
Subió las escaleras, cabizbaja y la sorprendió oír un martilleo procedente de la parte de atrás. Estaba oscureciendo y le extrañó que Lockie siguiera trabajando.
Georgia había parado a comprar leche y pan y llegaba más tarde que de costumbre. No tenía ninguna prisa en volver a casa de los Maclean para compartir una última cena con Jarrod. El martilleo cesó y volvió a comenzar, aparentemente con un eco.
Georgia suspiró y atravesó el umbral de la puerta. Estaba cansada y sudorosa. Dejó la bolsa con la compra en el suelo y se quitó la chaqueta. Necesitaba darse una ducha desesperadamente, pero para eso tendría que esperar a llegar a casa de Jarrod.
Su pierna chocó con una maleta y tuvo que apoyar la mano en la pared para no perder el equilibrio. La maleta en cambio no se movió, por lo que Georgia dedujo que estaba llena. Se frotó la rodilla y dejó escapar un quejido.
– ¿Eres tú, Georgia? -Andy salió de la cocina-. ¿Estás bien? -preguntó, al verla sostenerse sobre una pierna.
– Más o menos -Georgia hizo una mueca-. Mientras no tenga que volver a andar…
Andy tomó la bolsa de la compra.
– Ven a cambiar tu maleta de sitio, Morgan -gritó-. La has dejado en medio del vestíbulo y Georgia se ha dado un golpe.
Morgan salió de su dormitorio.
– ¿Es que estás ciega, Georgia? -dijo Morgan, cambiando la maleta de posición.
– No, pero no calculaba que para entrar en casa tuviera que saltar obstáculos.
El sonido del martillo cesó y Georgia pudo oír voces en el exterior. Ken o Evan debían estar ayudando a Lockie.
– En cualquier caso, ¿qué hace esta maleta aquí? -preguntó Georgia-. Creía que ibas a quedarte en casa de tus amigos sólo hasta que volviera papá.
Morgan se encogió de hombros.
– Sí, pero he decidido dejar mi dormitorio.
Georgia arqueó las cejas en una pregunta muda y Morgan la miró desafiante.
– Steve va a recogerme a las siete y media -dijo, por encima del hombro, volviendo hacia el salón.
Georgia miró a Andy. Éste sacudió la cabeza y la siguió.
– ¿De qué estás hablando, Morgan? -preguntó Georgia.
– ¿Tú qué crees? Vuelvo con Steve.
– Pero si ni siquiera… ¿Cuándo os habéis visto?
– Todo este tiempo.
Georgia no había sospechado que Morgan tuviera algún contacto con su novio.
– Mientras tú te convertías en una estrella -dijo Morgan, con sorna.
– Pero…
– Escucha, Georgia. Steve y yo hemos tomado la decisión. Punto.
– Morgan, no creo… -Georgia se mordió el labio. Sabía que oponerse no iba a servir de nada-. ¿Te lo has pensado bien?
– ¿Qué necesito pensar? -preguntó Morgan, desafiante.
– Recuerda que Steve te pegó y hace apenas unos días decías que no querías verlo nunca más.
– ¡Qué buena memoria tienes, hermana! También yo la tengo, Georgia -Morgan rió-. ¿Es que no se puede cambiar de opinión?
Georgia sacudió la cabeza.
– No sé qué decirte, Morgan -dijo Georgia, con aire cansado.
– Dime lo mismo que me han dicho Lockie y Mandy: «No es lo más adecuado» -dijo Morgan, burlona-. «Vivir juntos no está bien». ¿Y qué está bien?
– Morgan, por favor -intervino Andy.
Pero la joven no le hizo caso.
– Vamos, dime, ¿qué «está bien»? ¿Ir de la mano? ¿Besarnos en la puerta? ¿Esperar a que aparezca el Príncipe Azul? -Morgan rió sarcástica-. Debíais estar contentos de que no lo hagamos en la parte de atrás del coche de Steve, como hacen otros.
– ¡Morgan! -la voz de Lockie llegó desde detrás de Georgia-. ¡Ya basta!
– ¡Cállate, Lockie! No me digas que tú y Mandy sois tan inocentes. Siempre queréis hacerme creer que soy distinta. Demasiado joven e inmadura para saber lo que quiero.
– Morgan, por favor -le suplicó Georgia-. No nos peleemos. ¿No podemos hablar tranquilamente?
– No hay nada de qué hablar, Georgia -dijo Morgan, testaruda.
– ¿No te das cuenta de que estamos preocupados por ti? -preguntó Lockie.
Pero Morgan rió de nuevo.
– Seguro. Pero no deberíais preocuparos. No soy tonta. Podéis estar seguros de que no voy a quedarme embarazada, como le pasó a Georgia.