– Yo ya se lo pregunté al mío -dijo él. Georgia lo miró alarmada.
– ¿Y?
– Lo negó, claro. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero admitió que siempre había amado a tu madre. Fueron novios hasta que ella conoció a tu padre.
– Tu padre no mentiría sobre una cosa así, Jarrod. ¿Y Lockie? Es idéntico a mi padre. ¿Y por qué iba mi padre a…? -Georgia sacudió la cabeza-. No lo puedo creer, y no quiero creerlo, Jarrod.
– ¿Y si es verdad?
– A la tía Isabel le viene muy bien que mi madre no pueda defenderse de sus acusaciones. O tu padre -Georgia alzó la barbilla-. Isabel tiene que estar equivocada.
Pasando junto a Jarrod sin mirarlo, tomó el sendero de vuelta hacia su casa, pero en esa ocasión no corrió y Jarrod no la siguió.
Cuando llegó, Lockie y Andy exclamaron al ver lo pálida que estaba y le obligaron a tomar un coñac.
Morgan se había marchado a casa de Steve. Lockie le dijo a Georgia que no debía preocuparse y que su secreto estaba a salvo con él y con Andy, al que había dado una explicación.
Georgia se limitó a sacudir la cabeza. Todo aquello había perdido importancia en comparación con lo que ahora sabía.
Lockie y Morgan tuvieron una conversación al marcharse Georgia y la joven había estallado en llanto, diciendo que siempre la trataban como a una niña y que se sentía excluida de la familia. Lockie, reflexionando, pensó que en parte tenía razón y que sus esfuerzos por protegerla la habían hecho sentirse una extraña.
Georgia estaba demasiado aturdida como para pensar en ese asunto y tampoco tenía fuerzas como para contarle a Lockie la revelación de Jarrod.
Aquella noche no volvió a casa de los Maclean, si no que durmió en un sofá en el salón de su casa.
¿Peter Maclean, su padre? Ese pensamiento dio vueltas y vueltas en su cabeza, impidiéndole dormir.
A la mañana siguiente llamó a la librería y dijo que no se encontraba bien y que no podía ir a trabajar, lo cual no era estrictamente una mentira. La cabeza le daba vueltas y sentía el estómago agarrotado.
Miró el reloj por enésima vez. ¿Dónde estaba su padre? O quizá era más apropiado decir, el hombre que hasta entonces había creído su padre.
Pero cuando por fin se oyeron las ruedas del coche sobre la gravilla, las piernas no le respondieron y tuvo que esperarlo sentada.
– ¿Georgia? -Geoff Grayson se quedó mirándola, sorprendido-. ¿Estás enferma? -se sentó junto a ella y le tomó la mano.
Georgia estudió su rostro ansiosamente, buscando cualquier rasgo que los hiciera parecerse. Pero ella era idéntica a su madre.
– Tengo que hablar contigo, papá.
– ¿Qué quieres, cariño? -Geoff apretó la mano de su hija afectuosamente.
– Se trata de… mamá y tú -Georgia hizo una pausa. ¿Cómo podía decirlo?-. ¿Soy tu hija?
Ya estaba dicho. Pero Georgia no podía mirar a su padre a los ojos.
Geoff Grayson rió suavemente.
– Esa es una pregunta muy sencilla. Claro que eres mi hija. ¿No quieres serlo?
Georgia cerró los ojos temiendo desmayarse. Claro que quería serlo. Pero, ¿y si su padre no lo sabía?
– Papá, ¿estás…? ¿Hay alguna posibilidad de que no sea tu hija?
– Georgia, ¿qué te ocurre? Por supuesto que estoy seguro de ser tu padre -dijo él, tensándose-. Tu madre y yo nos amábamos profundamente. Nunca hubo nadie más en nuestras vidas.
Georgia se echó a llorar desconsoladamente. Su padre la observó unos instantes, antes de sentarse a su lado y abrazarla.
– ¿No crees que debes darme una explicación? -preguntó, con dulzura.
– ¡Oh, papá! Jarrod me ha dicho… Se marchó porque creía que… Peter Maclean era mi padre -explicó Georgia, al fin.
– ¿Peter…? ¿Georgia, de qué demonios estás hablando? -preguntó su padre, atónito.
– Jarrod dice que su padre siempre amó a mamá y que… la tía Isabel se lo dijo -dijo Georgia, secándose los ojos con el pañuelo que le había dado su padre.
– ¿Isabel le ha dicho…? Georgia, mírame -Geoff la tomó por la barbilla y la obligó a mirarlo-. Si Isabel ha dicho eso, está mintiendo y ella lo sabe. Peter Maclean no es tu padre. Es imposible.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro? -insistió Georgia.
– Estoy seguro al cien por cien, cariño -Geoff sacudió la cabeza, apesadumbrado-. Es una vieja historia. Peter y yo estábamos enamorados de tu madre. Él la conocía desde la infancia y nos presentó. En cuanto la vi, supe que para mí no habría otra. Peter sentía lo mismo hacia ella, pero Jennifer me eligió a mí. Peter y yo éramos amigos. Él podía haber reaccionado mal, pero no lo hizo. Cuando vio que Jenny había elegido a otro, fue a hacer un viaje de trabajo. Entonces fue cuando conoció a la madre de Jarrod. Unos años más tarde, antes de que tú nacieras y de que Peter supiera de la existencia de Jarrod, estaba trabajando cuando sufrió aquel espantoso accidente.
– Pero…
Geoff Grayson alzó una mano.
– Estuvo a punto de morir, Georgia, y debido a las heridas que sufrió, ya no pudo tener hijos, así que… -se encogió de hombros.
Georgia comprendió lo que su padre quería implicar.
– Él mismo me lo confesó -continuó su padre-. Por eso se emocionó tanto al saber que tenía un hijo.
Georgia respiró profundamente. Empezaba a sentirse mucho mejor.
– Si eso es verdad, papá, ¿por qué le dijo esa mentira a Jarrod la tía Isabel?
– Isabel… -su padre sacudió la cabeza-. No lo sé. Esto ocurrió hace muchos años. Peter, Isabel, Jenny y yo íbamos juntos a todas partes. Tu madre era encantadora y estaba llena de vida. Pero Isabel era todo lo contrario. Siempre ha sido severa y reservada. Nadie intimaba con ella. Ni siquiera tu madre. Pero que sea capaz de mentir para separaros a Jarrod y a ti… -Geoff se levantó con aire enfadado-. No lo comprendo. Voy a ir a hablar con ella.
– No, papá, iré yo. Tengo que hablar con Jarrod.
Georgia había pasado de la desesperación a una alegría exultante. La tía Isabel había mentido. Jarrod seguía amándola. Todo acabaría bien.
– Aun así, yo hablaré con ella por mi cuenta. Entre tanto, dile a Jarrod que si no me cree, puede hablar con el médico.
– Te quiero, papá -dijo Georgia, abrazándolo.
– Y yo a ti -Geoff se metió la mano en el bolsillo y le alargó las llaves del coche con una sonrisa-. Toma el coche y vete, cariño.
Georgia salió corriendo. Se sentía como si le hubiera levantado una losa de la espalda.
Isabel Maclean recibió a Georgia en lo alto de la escalera exterior y ésta sostuvo con frialdad la mirada de la mujer que había arruinado sus últimos cuatro años.
– ¿Por qué lo hiciste, Isabel? -preguntó quedamente.
– ¿El qué? -Isabel se llevó la mano al broche de la solapa-. No sé de qué hablas.
– ¿Por qué le mentiste a Jarrod acerca de su padre y mi madre?
– He dicho que no sé…
– Tía Isabel, el tío Peter no era más que eso, mi tío. No era mi padre y tú lo sabías. Mi padre me ha contado lo del accidente -dijo Georgia. Isabel la miró con arrogancia-. ¿Sabes el daño que nos has hecho? ¿El sufrimiento? No puedo comprender por qué lo hiciste.
– ¿Por qué? -Isabel hizo una mueca-. Nunca lo comprenderías, Georgia.
– Lo intentaré.
– Tú eres igual a ella -dijo Isabel, con amargura-. Joven, atractiva, llena de personalidad. ¿Cómo podrías entender lo que representa ser la hermana aburrida y seria? Desde que nació me hizo sombra -apretó los labios-. Lo soporté hasta que… Ella hubiera podido conseguir a cualquier hombre, yo no. ¿Por qué tuvo que elegir a Geoff Grayson?
Georgia abrió los ojos desmesuradamente.
– ¿Tú estabas enamorada de mi padre?
Isabel se irguió.
– Pero él sólo tenía ojos para ella.
– ¿Quieres decir que mentiste a Jarrod porque…? -Georgia miró a su tía y, de pronto, vio algo en ella que aplacó su ira.