– Aquella noche estuve a punto de decirte la verdad. Y también el día que nos vimos en el despacho de mi padre.
Se miraron en silencio y Georgia sintió su corazón acelerarse. Por primera vez en cuatro años estaba viva.
– Lockie va a grabar el disco -dijo.
– Es una canción magnífica -Jarrod le acarició la mejilla-. ¿Te da pena que la vaya a cantar Mandy en lugar de tú?
Georgia sacudió la cabeza.
– Desde luego que no. El otro día supe que no podría volver a cantarla. Y nunca he querido formar parte de Country Blues.
Jarrod la estrechó en sus brazos y ella suspiró.
– Georgia, respecto al bebé, me siento tan culpable… Si no hubiera sido por mí no habrías salido corriendo por la noche y…
– La culpa la tiene la tía Isabel -le recordó Georgia.
– Pero…
Georgia le puso un dedo en los labios.
– Calla, Jarrod. No podemos seguir lamentándonos del pasado. Tenemos que empezar de nuevo. Y además -Georgia sonrió con picardía-, puede haber otros bebés. Me lo dijo el médico, así que… -Georgia deslizó sus dedos por el mentón y los labios de Jarrod.
– ¿Así que…? -dijo él, con voz ronca, tomando entre sus labios el dedo de Georgia. Sus ojos brillaban con la pasión que tan bien recordaba Georgia.
– Así que podemos volver a intentarlo. Si es que te acuerdas de cómo lo hicimos la última vez -dijo ella, mirándolo con los ojos muy abiertos.
Jarrod rió.
– Voy a necesitar que me refresques la memoria. Pero quizá debamos comenzar a ciegas -dijo Jarrod, acariciando el lóbulo de la oreja de Georgia y deslizando la mano sobre sus senos.
– ¿Re andar el camino? -Georgia arqueó una ceja y comenzó a desabrochar la camisa de Jarrod.
– Y practicar -Jarrod llegó a su cintura y tirando de la camiseta, se la quitó-. Practicar es fundamental.
– Desde luego -dijo Georgia, abriéndole la camisa y acariciándole los hombros-. La práctica lleva a la perfección.
– ¿Puede haber algo más perfecto que esto? -preguntó él, con voz densa.
– Tendremos que comprobarlo, ¿no crees?
Georgia sentía el cuerpo arder, pero siguió el juego de seducción contenida que habían comenzado.
– Quizá debiéramos comenzar practicando con los botones -dijo él, con ojos brillantes.
– Y las cremalleras -dijo Georgia, soltándole el cinturón.
– No sé si voy a ser capaz -murmuró Jarrod, bromeando.
– Seguro que sí -susurró ella.
– Han pasado cuatro años -le recordó él, levantándose levemente para que ella pudiera bajarle los pantalones.
– Tengo mucha confianza en tu memoria visual.
– ¿Sí?
– Desde luego.
– Entonces tenemos que poner a prueba esa confianza -dijo Jarrod, quitándole el resto de la ropa.
Estaban desnudos, entregados a una contemplación mutua. El tiempo parecía haberse detenido.
– Dicen que es como montar en bicicleta, que nunca se olvida -susurró Jarrod al oído de Georgia.
– ¿Jarrod? ¿Qué hay de tu avión? -preguntó Georgia, de pronto.
– ¿Qué avión? -Jarrod besó la base de su garganta.
– El que ibas a tomar hoy.
– Creo que no ha despegado.
– ¿Cómo?
– Por culpa de la nieve.
– ¿Nieve? ¿En verano?
– Ajá.
Georgia dejó escapar un quedo gemido cuando Jarrod le mordisqueó un pezón.
– Si tú lo dices -dijo ella, a continuación.
– Y ya sabes que siempre tengo razón.
Georgia le acarició el pecho y describió círculos alrededor de su ombligo.
– Ummmh. ¿Puedes repetirlo? -dijo Jarrod.
– Tantas veces como quieras -replicó Georgia, riendo. Se deslizó hacia abajo.
Jarrod contuvo la respiración.
– ¡Oh, Jarrod! ¡Tócame! -susurró ella dulcemente.
Y la suave brisa acunó las hojas de los árboles por encima de sus cabezas.
Lynsey Stevens